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Bruce ruge contra la crisis

The Boss denuncia la avaricia de los buitres de Wall Street y canta a los desfavorecidos en Sevilla

Fernando Navarro
Springsteen durante su actuación de anoche en Sevilla
Springsteen durante su actuación de anoche en SevillaJ. FERRERAS (EFE)

Toda la indignación de Bruce Springsteen se canalizó ayer en el rugido intratable de su rock fiero, crudo, reivindicativo, heredero de los sonidos primitivos del góspel, el rhythm and blues, el folk. Y, como en sus mejores épocas, hizo sentir a los miles de asistentes al Estadio Olímpico La Cartuja de Sevilla que era comunitario. Era de todos. “Grita hasta que lo entiendan y estas tierras empiecen a tratarnos bien”, se desgañitaba, con berrido muy escenificado hacia el público, nada más saltar al escenario con Badlands.

Hacía años que esta composición de los setenta no sonaba tan inconmensurable, mucho más cerca de la esencia de cómo fue concebida y muy lejos de la verbena de feria que había sido en sus últimas giras. Fue el preámbulo perfecto para lo que acontecía: un concierto de casi tres horas lleno de nervio, sin respiro, latiendo con gran intensidad, pese a que el recinto estaba lejos de llenar aforo. Con muchos más huecos de los deseados en las gradas y la pista, a ojo vista, se acercaba a un pinchazo en taquilla. Algunas fuentes hablan de una cuarta parte de las 40.000 entradas sin vender, cifra que una representante rebajó a 3.000. Habrá que ver qué sucede en el resto de conciertos españoles en Las Palmas de Gran Canaria, Barcelona, San Sebastián y Madrid.

Un acto de reclamación

El mensaje ha cambiado. La fiesta ahora es un acto de reclamación. Así se vio en We take care of our own, Death to my hometown o Wrecking ball, la canción que da título a su último disco, un alegato por los derechos y la dignidad de las víctimas de la peor crisis desde la Gran Depresión, que no son otras que los ciudadanos corrientes, la gente a pie de calle. A diferencia de lo que sucedió durante la gira de presentación del anterior Working on a dream, el músico de Nueva Jersey defendió con fuerza y honor su último trabajo. Y confirmó lo que ese plástico prometía: Wrecking ball, que en estudio estaba falto de uniformidad y empuje en conjunto, era un disco con alma de directo, compuesto para colmar al oyente en el escenario con ese extraño folk que en vivo goza de las más potentes guitarras y vientos.

El estadio rompió a aplaudir cuando el músico tuvo una dedicatoria para el Movimiento 15-M

Porque sobre el césped ayer no hubo más que una pócima: la del rock and roll fibroso, vitalista, salido de las tripas. Bajo el impulso de las cuerdas de Nils Lofgren y Little Steven, dos espadas afiladas para bregar en las grandes batallas, aquellas que dejan sabor a gloria, las composiciones del último álbum, más clásicos como Out in the street, Candy’s room o She’s the one o joyas escondidas como Trapped, se oyeron contundentes, arropadas con unos coros, vientos y percusiones sobresalientes, coloreando el sonido marca de la casa E Street Band en un coral de resonancias primitivas del góspel o el rhythm and blues.

Con ese festival de sonidos primarios, nada artificiosos, y un sinfín de ecos espirituales a través de las vocalistas negras, en Sevilla planeó el espíritu de América, aquella que el antropólogo francés Clotaire Rapaille bendijo “no como un lugar, sino como un sueño”. Springsteen, catapultado por la lujosa sección de vientos formada por saxos, trompetas y trombones, apeló ayer a la búsqueda de ese sueño por encima de todo drama, con el fin de desquitarse de esta losa que son estos tiempos duros que, como canta en su último disco, tiene unos responsables y son “los buitres avariciosos de Wall Street”.

Más allá fue el sábado en su encuentro con periodistas cuando afirmó: “Lo que ha pasado en Estados Unidos con esta crisis ha pasado en el resto del mundo, incluida España”. Y, entonces, el guiño llegó. El estadio rompió a aplaudir cuando el músico dedicó al Movimiento 15-M y “la gente del sur que lo pasa mal” Jack of all trades, una canción de su último disco que habla de un obrero que sobrevive como puede. “Demasiada gente ha perdido sus trabajos y sus casas. Nuestro corazón está con vosotros”, dijo como pudo en español. Con conciertos siempre estructurados bajo un discurso, anoche, como antaño, el autor de Born to run hizo su mensaje universal, recordando que el rock and roll tiene su razón de ser en su espíritu comunitario.

Esta banda de la calle E reformada sonó pletórica y contagiosa

Hubo momento para los recuerdos. Dolorosos recuerdos para grandes ausencias. Durante My city of ruins, algo larga, casi tediosa si no es por esa inclusión de vientos, Springsteen se acordó del saxofonista Clarence Clemons y el organista Danny Federici, ambos fallecidos. El público coreó el nombre de Clemons, nunca más ya a la derecha de Bruce, pero el punto emotivo llegó cuando en Tenth Avenue Freeze-Out se hizo el silencio y aparecieron imágenes al verso que habla de Big Man. Tampoco estuvo ayer Patti Scialfa, esposa del cantante, en casa con los niños y con un papel cada día más decorativo en la banda. Con todo, esta banda de la calle E reformada sonó pletórica y contagiosa. A destacar, el papel simbólico de Jake Clemons, sobrino del fallecido Big Man, que ejecuta solos con precisión y desparpajo. Un acierto, como se vio en varias fases de la actuación. Los momentos flojos llegaron con la cansina Waiting on a sunny day o la desfogada Lonesome day.

Pero si hay algo que quedó claro es que Springsteen sigue apostando por la E Street Band, por los suyos, por comprometerse con su música y con su público. Intentando seguir siendo él mismo, con todos sus defectos y virtudes, pero con lo que le ha hecho ser grande en el mundo del rock, esto es, apelar a los corazones y, en tiempos de crisis, hacerlos rugir de emoción.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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