Obras que suenan a arte
El centro de arte de la Laboral de Gijón acoge la muestra de arte sonoro ‘Visualizar el sonido’. Se enmarca en el festival de electrónica experimental e imágenes L.E.V
Señores de la Laboral de Gijón: atención, la muestra de una de sus salas de exposiciones se les escapa. Sus obras están invadiendo el resto de espacios, circundan a las demás piezas. Solo con traspasar la puerta del edificio dejan sentir su presencia, inquietante y envolvente. Cuidado con ellas, andan sueltas, descontroladas. Se mueven en ondas que crecen, se expanden, rebotan. Usan cualquier recoveco para filtrarse por él. Y se meten incluso dentro de los visitantes. Se introducen en sus cabezas, bajan por la espina y vuelven a salir por cada poro, dejando tras de sí el vello de punta y un hormigueo detrás de las orejas. Pero no se asusten, que no duele. Solo se siente. Por el oído, y también por la vista. Porque de eso trata la exposición en cuestión, Visualizar el sonido, una colectiva de artistas españoles y extranjeros, jóvenes y maduros, que se mantendrá hasta el 25 de junio concebida como acompañamiento al festival L.E.V, que se celebró este pasado fin de semana en la ciudad asturiana en torno a la mezcla de imágenes y sonidos de experimentación electrónica.
Como forma de creación íntimamente ligada a la tecnología –sin ella no se podría registrar ni procesar los ruidos-, el arte sonoro rellena a menudo siluetas materiales que remiten a un mundo cercano a la ciencia ficción. Nada más entrar en la sala, por ejemplo, dos esculturas cinéticas de nombre Versus reciben al visitante erguidas como dos girasoles biónicos, que en vez de moverse hacia la luz lo hacen hacia los sonidos. Obra de David Letellier, los ingenios, de altura humana, cuentan con un altavoz y un micro en el centro (donde estarían las semillas, prosiguiendo con el símil del girasol) que permiten reproducir y registrar sonidos. A intervalos, una escultura reproduce el sonido capturado por la otra. Al recoger el ruido creado por el público, este se convierte en parte integrante de la obra: si nadie se acercara, no existiría como tal.
Más adentro de la diáfana estancia de techos altos, contra los que chocan en amalgama los sonidos de las piezas para superponerse en una sórdida melodía arrítmica, otra pieza, Qlux Puba, coincide con la anterior en intentar introducir vida en su esencia. Solo que en este caso no son las personas las que interactúan con el sonido, sino unos frijoles que saltan al ritmo de una partitura escrita por el propio artista, Daniel Romero, en Pure Data, un programa informático que muchos artistas sonoros utilizan para convertir las ideas en ondas sonoras. Con la vibración que producen las notas, los frijoles saltan sobre sus platos, convertidos así en insólitas bailarinas al son de la música. Más allá, se avista y se oye Table d’harmonie, un conjunto de cráteres de arena negruzca, realizados por Pascal Broccolichi, que escupen, en vez de lava, ruidos de una calidad crujiente, burbujeante, procedentes de unos altavoces incrustados en su interior, y que reproducen los patrones del sonido en movimiento. Otra obra, 20Hz, de Semiconductor, muestra las formas escultóricas generadas por los sonidos del viento solar grabado a una frecuencia de 20 hertzios. Y a su lado, una cuerda que gira instigada por sonidos compone Waves, de Daniel Palacios, un trabajo en el que el movimiento produce perfiles de apariencia ilusoriamente tridimensional.
Aunque faltan varias por nombrar, todas las piezas de la exposición, que ha sido comisariada por Fiumfoto (formado por el tándem Cristina de Silva y Nacho de la Vega, que participan a la vez en el colectivo asturiano Datatrón, organizadores del festival L.E.V), tienen un objetivo en común: poner de relevancia las limitaciones de los sentidos para abrirlos hacia lo que no pueden capturar, que no por ser desapercibido tiene una existencia menos real. Algo así como facilitar la sinestesia para quien no la tiene. Tal vez, no obstante, uno de los trabajos más espectaculares expuestos en el centro de arte de la Laboral sea uno fuera de la muestra. En la enorme Sala de Proyectos del edificio, el artista japonés Ryoki Ikeda ha creado expresamente para el espacio la instalación Datamatics, un tapiz digital sobre el que flotan imágenes y sonidos que provienen de la filtración informática de datos científicos, como el ADN del genoma humano, las coordenadas de algunas estrellas en el espacio o las estructuras moleculares de proteínas. En una representación estrictamente sensorial, el universo tridimensional se convierte en forma pura y en sonido puro, donde el espectador puede imbuirse, pisarlo, tirarse sobre él, o bien rodearlo, mirarlo y oírlo desde la distancia. La pieza, una especie de materialización de The Matrix, es además una recomposición artística de un concierto audiovisual de Ikeda, llamado también Datamatics, sobre el que ya ha realizado otras instalaciones similares a la de la Laboral. En ella, la información que fluye constantemente en el mundo, incolora, insonora, intangible, se convierte en sustancia para alimentar los ojos y los oídos. Lo invisible toma forma.
Jaleo en la iglesia
En el mastodóntico complejo de la antigua Universidad Laboral de Gijón, un centro de formación profesional de época franquista junto al que se ha levantado el moderno centro de arte, la exposición Visualizar el sonido se prolonga en la iglesia que alberga el recinto. Su interior, una oscura e imponente sala cubierta por un moderno artesonado de madera, se ha rellenado, abarrotado, viciado, con los sonidos de la instalación Rheo: 5 Horizons, del japonés Ryoichi Kurokawa. Cinco pantallas verticales asociadas a cinco altavoces emiten imágenes y sonidos independientes pero sincronizados, a ratos tranquilos y a ratos explosivos, como la misma naturaleza en la que se inspiran y a la que hacen referencia.
El artista, que se encontraba en Gijón para presentar en el L.E.V su concierto syn_, estructurado alrededor de los conceptos de sinestesia, sincronización, sinopsis y síntesis, explicó sobre Rheo: 5 Horizons cómo desde su dinámica personal de aproximación al arte tanto sonidos como imágenes surgen en su mente de manera paralela, para luego reproducirse igualmente al unísono en la instalación. A pesar de ser el sustrato inherente a la obra, la tecnología, explicó, no es para él más que una mera herramienta en su trabajo. "No quiero conseguir ningún logro tecnológico, simplemente quiero presentar la tecnología de una manera artística", señaló. El porqué de que la pieza esté compuesta por cinco pantallas, y no cuatro o seis, tiene que ver, dijo, con su interés por la asimetría. "Quizá tenga relación con los jardines japoneses, que son también asimétricos".
Hablando de una pieza de alta tecnología, la conversación necesariamente debía dirigirse también a su país natal. “Para nosotros la tecnología no es algo especial, sino todo lo contrario. Por eso uso la tecnología de manera inconsciente, lo concibo como un juego”. Entre sus influencias, puso en lo alto de la lista a la animación nipona. “También el cine, y la música. Aunque yo nunca diría que hago música, lo que hago es sonido. Lo mismo que a nivel visual tampoco hago cine, simplemente imágenes”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.