Preciosos prolegómenos
Salieron hasta ocho toros, moribundos en su mayoría, mal presentados todos Algunos producían vergüenza ajena
La tarde se presentaba espléndida. Lucía un sol primaveral, y corría una brida suave y agradable. Los toros esperaban en los corrales, recién duchados y lustrosos; los toreros, en el patio de cuadrillas, vestidos de limpio. El público, con aires de fiesta en el cuerpo, pues horas después se celebraba la tradicional cena del pescaíto, que supone la inauguración oficial de la Feria de Abril. Ellos, de chaqueta y corbata, como mandan los cánones; ellas, de punta en blanco. ¡Es que como Sevilla…!
¿Y la Maestranza? De dulce, oiga. Preciosa, como siempre. Orgullosa, presumida y adolescente a pesar de sus años; remodelada y encalada, guapa de verdad. Ah, el paseíllo, en perfecta formación a los sones musicales del pasodoble.
Todo muy bonito. No en vano hablamos de Sevilla…
Ruiz/Castella, Cayetano, Luque
Toros de Daniel Ruiz, -devueltos primero y tercero-, muy mal presentados, inválidos y nobles. Primer sobrero de Parladé, blando y noble; el segundo, de Montealto, soso y deslucido.
Sebastián Castella: pinchazo y casi entera (silencio); pinchazo y casi entera caída (ovación).
Cayetano: estocada (ovación); dos pinchazos _aviso_ y estocada (silencio).
Daniel Luque: estocada (silencio); media estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. 23 de abril. Duodécimo festejo de abono. Casi tres cuartos de entrada.
Ya saben el chiste: ‘¿Cómo te va el matrimonio?’ ‘Hombre, pues al principio, muy bien; pero en cuanto salimos de la iglesia…’
Pues eso; los prolegómenos, extraordinarios, pero en cuanto comenzó la corrida…
Lamento comunicarles que en pocos minutos se rompió el encanto de la primavera, de la brisa, de los toros lustrosos y los toreros vestidos de limpio. Solo la plaza mantuvo el tipo, y ahí seguirá, ojalá, tan bella por los siglos de los siglos.
Salieron hasta ocho toros, moribundos en su mayoría, mal presentados todos, -algunos producían vergüenza ajena-, muy nobles, eso sí, pero sin la casta necesaria para contribuir al éxito del espectáculo.
Y pasaron algunas cosas, pocas para lo que se espera cada tarde, pero algunas reseñables a pesar del desastre ganadero.
Cayetano, por ejemplo, sorprendió a propios y a extraños cuando antes de la salida de su primero hizo gestos al torilero porque había decidido esperar a su oponente de rodillas en la puerta de chiqueros. Hasta allá se dirigió y lo recibió con una meritoria larga cambiada y cuatro verónicas extraordinarias, ganando terreno en cada una de ellas, y a punto estuvo de alcanzar la boca de riego. Si llega toreando al centro del ruedo, se cae la plaza. Incompleto, pues, y meritorio, sí señor.
Brindó al público e inició su faena de muleta con unos garbosos ayudados. Se le notaban las ganas, pero sus maneras se diluyeron pronto. Tiene buen trazo, una elegante concepción del toreo, y lo adorna con gracia y personalidad, pero le falta el mando y la esencia. Lo hace bonito, pero no redondo. Desprende aroma, pero no fundamento. Lo mismo le ocurrió en el cuarto. Dio la impresión de acompañar el viaje en lugar de mandar en el toro, y se echó en falta el pundonor necesario para desprenderse de la frialdad, jugársela, embarcar al toro y poner la plaza boca abajo. Pero no fue así. Quede constancia, no obstante, de la sorpresa inicial y de la exquisita nobleza de su lote.
Sebastián Castella acudió a su segunda cita, y a pesar de sus esfuerzos no mejoró el suspenso del examen de días pasados. Su primero tuvo diez embestidas que el diestro desaprovechó con un toreo acelerado y sin hondura, en tandas muy cortas que pasaron desapercibidas. El toro, que era un mona, acudía al cite, pero Castella se empeñó en muletear despegado, fuera cacho y aliviado, y así es imposible. Quiso brindar la muerte del inválido cuarto y una parte del público se lo recriminó. Lo cuidó, lo dejó descansar y lo llamó de largo. Un par de tandas de derechazos tuvieron sabor, pero pronto se apagó el toro, y el torero volvió a las andadas. A fin de cuentas, el animal era un muerto en vida y bastante hizo con aguantar lo que aguantó.
Y Daniel Luque tuvo peor suerte. No pudo refrendar que es una de las esperanzas de esta temporada. Sus toros no le ayudaron, es verdad, y a él tampoco se le vio suelto. Ciertamente, el sobrero de Montealto era un marmolillo sosísimo, deslucido y parado. Y el sexto, otro animal tullido, que se defendía en cada envite, y al que no consiguió cogerle el aire ni dominarlo.
Lo dicho: al principio, muy bien, pero en cuanto salimos de la iglesia…
Babelia
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