“Los cineastas somos radicales con la boca pequeña, no haciendo películas”
Correoso y sensible. Bilbaíno. Directo y valiente. Como su cine. Este año ha triunfado con los seis ‘goyas’ de ‘No habrá paz para los malvados’. Enrique Urbizu Tiene olfato y ‘punch’, para los hipócritas y cobardes, directo a la mandíbula
Este tipo duro, de mirada austera, peinado a lo James Dean y con andares de cowboy no es en gran parte lo que parece. Este cineasta que se empeña en excavar los bajos fondos de las oscuras tramas que han descuartizado la España contemporánea –de la basura urbanística a la miseria que llevó al 11-M– con películas que van desde La caja 507 hasta No habrá paz para los malvados, con sus seis goyas, es un alma extremadamente sensible.
Todavía duerme junto al recuerdo de los relatos naif que le contaba su abuela Raimunda, una andaluza que no acabó de aclimatarse del todo a Bilbao. Con ella compartió habitación y con otras tres mujeres se crió, la madre y dos hermanas mayores, en un mundo alejado del cine de género muy masculino que ha explorado últimamente con José Coronado como actor fetiche.
Enrique Urbizu es capaz de observar los rastros impresionistas de Velázquez con la misma astucia que desentraña las locuras de John Ford. Se define como mirón. Algo crucial para convertirse en el cineasta de raza que es. Ha estudiado tan a fondo el oficio en sus colegas que debe ser un gran profesor este vasco nada nacionalista que salió del cascarón cerrado del Bilbao en lucha de los setenta más atraído por el influjo del cine, los viajes y el olor de su estirpe andaluza que por la llamada ancestral de los mitos y las leyendas de la tierra.
Buen rejonazo les han metido a ustedes los del cine en los Presupuestos.
De la comedia al cine negro
Nacido en Bilbao en 1962, Enrique Urbizu se estrenó en los largometrajes con la comedia ‘Tu novia está loca’ (1987). Pero la fama y prestigio le han llegado con el cine negro: ‘La caja 507’ (2002), ganadora de dos premios Goya, y ‘No habrá paz para los malvados’ (2011), que se ha llevado seis estatuillas en la edición de este año, incluyendo mejor película, mejor dirección y mejor actor protagonista (José Coronado).
'No habrá paz para los malvados' también se llevó el Goya al mejor guion original, firmado por Urbizu, que ya había destacado en esta labor en la película 'La novena puerta', dirigida por Roman Polanski a partir del libro 'El club Dumas', de Arturo Pérez-Reverte. También ejerce como profesor en la universidad y ha sido vicepresidente de la Academia de Cine.
La historia se agrava. Por un lado, no me ha sorprendido, pero yo creo que se equivocan. La imagen de este país en las dos últimas décadas tiene mucho que ver con el cine. La repercusión a nivel global está en lo audiovisual, tenemos cineastas que han ganado premios por todo el mundo sin renunciar a las señas de identidad. Pero la clase política no lo valora. Tampoco la capacidad de crear en nuestro idioma para penetrar en el mercado latino: no se le hace caso a eso, se le da la espalda. Invertir en el futuro es invertir en el talento y la creatividad. Resulta muy triste; la historia se repite una y otra vez. Ahorran el chocolate del loro; luego se gastan cantidades ingentes en estupideces nada rentables. Hay que ahorrar, es cierto; estamos en crisis, de acuerdo, pero también es necesario estimular.
¿Qué país es este?
No lo sabemos; además, tenemos la autoestima por los suelos. Me parece dramático y desesperanzador.
Por ejemplo, usted, tras haber ganado seis ‘goyas’, ¿sabe con certeza qué volverá a rodar?
En absoluto, ni quiénes serán mis productores, ni con qué medios contaré… Estamos calibrando diferentes historias, pero en eso entra de forma muy determinante la escala de producción a la que debes aspirar, y esa no la conozco aún. Además, se ha activado de manera dramática la autocensura.
¿En qué sentido?
Pues en que tenemos un país que es un gran plató cinematográfico, donde han venido a rodar figuras insospechadas, desde David Lean hasta Ridley Scott o Spielberg, pero nosotros estamos afectados más que nadie por la autocensura. Se nos pueden ocurrir historias magníficas que creemos imposibles de llevar a cabo. Uno de los pioneros de la exhibición cinematográfica en Hollywood fue español, ahí puede haber una gran historia que analizar… pero piensas: ¿adónde vas? Céntrate en el Retiro para contar la historia de un matao.
¿Falta épica? ¿Ambición?
Sobra autocensura. La ambición es cosa ya de las siguientes generaciones. Muchas veces, en clase, les provoco: “Este tipo de historias las deberíais hacer vosotros”, les digo. Lo que pasa es que, visto lo visto, la siguiente generación o emigra con su talento, o… No obstante creo que hay que tener un poco más de fe en el futuro, más osadía, algo que debería incluir a los pobres productores.
¿Pobres o es que saben llorar bien?
Pues sí, también.
¿Pero lloran con razón o sin razón?
Diría que las dos cosas. Pertenecen a un sector al que la clase dirigente de ningún signo ha tenido los arrestos de considerar prioritario para las políticas de Estado.
Se asustan los partidos con ustedes. ¿Por qué?
Somos poco unitarios. No hemos conseguido un pensamiento para ir en el mismo barco, estamos siempre muy dispersos. Tengo experiencia en el trabajo colectivo desde la Academia [de Cine] y estamos muy atomizados. También está bien que seamos raritos, independientes, pero a la hora de defender el bien común deberíamos ser más solidarios y no lo somos. Una huelga como la de los guionistas en Estados Unidos aquí sería impensable. Luego se nos asimila siempre a la polémica, y eso es un coñazo.
¿Desde la famosa gala de los Goya contra la guerra?
Sí, yo creo que la gala de los Goya tiene que ser un espectáculo de entretenimiento. En eso se ha ido avanzando como modelo de relaciones públicas y comunicación.
Aparte de apoyos políticos, ¿qué le falta hoy al gremio para estar a la altura?
Echo de menos la figura del productor cineasta. Hoy la ley nos ha puesto a todos bajo el paraguas de las televisiones, y eso implica que, según su conveniencia y sus estudios de mercado, nos vemos obligados a elaborar productos muy concretos. Las propuestas arriesgadas son muy pocas. Quedan, por un lado, francotiradores, gente con talento que pelea como de guerrilla, pero la estaca en torno a la cual se pueden entretejer todo tipo de productos se tambalea y es la que deberíamos fortalecer.
Ya, pero entonces, ¿por qué les brean?
Incomprensible, porque tampoco es que hagamos un cine políticamente radical; la gran mayoría viene a ser un cine dócil, podríamos decir, no hemos asaltado el palacio de invierno, ni mucho menos.
¿Miran para otro lado? Ya hemos visto películas norteamericanas sobre la crisis económica o Irak a saco. ¿Y ustedes? ¿Por qué tienen que pasar 30 años para que se aborde el golpe de Estado?
Bueno, algunos hemos puesto nuestro granito de arena sobre la corrupción urbanística, por ejemplo, en La caja 507.
Cierto, y usted ahora, en ‘No habrá paz para los malvados’, aborda el 11-M.
Sí, pero escasea eso, escasea. Somos radicales con la boca pequeña, pero a la hora de hacer cine no, no parece que estemos dando tanta guerra como parece.
Una película sobre el 11-M tocaba. Pero llega tarde.
Es que cuesta, lleva su tiempo. A nosotros nos interesaba poner de relieve cómo es posible que nadie se hubiese enterado, como ahora en Francia. La indefensión total nos invade si confiamos en nuestros servicios de inteligencia, aquí y en Estados Unidos. Todo es una estafa, lo de las armas de destrucción masiva y las conspiraciones del 11-M.
Pero en Estados Unidos ya entraron en el tema y con todas sus consecuencias en películas como ‘Green Zone’.
¡Hecha por el establishment! ¡Por la industria! Esa o Syriana, de George Clooney, donde ves el mercadeo, los juegos de intereses, la mentira oficial, las tramas privadas, el papel de la pasta, la manipulación descarada… Y no se cortan los cineastas, ni nadie les tira piedras cuando salen a la calle.
Y luego tenemos que oír por parte de algunos listillos que el cine norteamericano es blando.
Tienen de todo, lo blando y lo heavy metal, con grandes estrellas bajándose el sueldo por aparecer en esas películas. Y a George Clooney encadenado y esposado, que tiene una erótica.
Y Clint Eastwood, otra erótica.
Un cineasta total, un icono. Me gusta que sea tan prolífico y que no se empeñe en rodar cada vez una obra maestra, no como ese empeño de algunos por demostrar cada vez que hacen una película que han inventado el cine.
¿La disciplina y la moral de artesano es lo que hace que a muchos les salgan después obras maestras?
Yo creo mucho en el artesano, en el dominio de la técnica; es lo que nos hace libres. Con eso vuelas hacia otros territorios. El conocimiento nos hace libres, nos da soltura y un desarrollo posterior inconsciente. Sin dominar la técnica, la silla queda coja, y lo fundamental de una silla es que sea estable, que sirva para sentarse. Este oficio no tiene una técnica compleja. Es un trabajo en equipo, y la clave está en saber lo que cada uno te puede dar.
"Ahorran el chocolate del loro cuando hay que estimular el talento"
¿Copiando también?
Copiar no es una mala práctica, los estudiantes de bellas artes lo hacen constantemente. Pero para ver a los clásicos hay que ser consciente también de sus grietas, de sus fisuras, de sus misterios, incluso de sus idas de olla.
¿De sus defectos?
Es que yo no los llamaría defectos, pero si estudias a John Ford descubres cosas sorprendentes, como que en Las uvas de la ira existe un plano en el que toda la figuración mira a cámara, rompiendo la cuarta pared. El caso de Centauros del desierto es paradigmático. Una película desequilibrada, narrativamente desconcertante, un viaje a lo largo de los años que no sale de la misma localización, lo cual no deja de ser un experimento abstracto maravilloso.
O falta de presupuesto…
O dos cojones.
Si nos fijáramos más en Buñuel…
Cada vez es más grande. Su etapa mexicana es un ejemplo. Técnica perfecta y libertad absoluta. Los olvidados estaba concebida como melodrama de barriada, lo que pasa es que también es surrealismo y cine documental, aparte de metérsela doblada a quien le daba la gana, fiel a ese lema suyo: “No hagas por un millón de dólares lo que no harías por uno”. Como Pasolini y Saló o los 120 días de Sodoma. Von Trier al lado de ellos es un adolescente.
No se ha hecho nada tan salvaje como ‘La edad de oro’.
Imposible repetirlo, no lo estrenarían.
Le veo rompedor, pero usted se ha reivindicado como un director de encargo. ¿Cómo casa eso?
Nunca he hecho distingos entre rodar un guion mío o de otros. Siempre pongo la metáfora de los cocineros: no te tiene que gustar la merluza para cocinarla extraordinariamente bien. Y descubrí que ser un director de encargo en España era jodido. Me quedé años en casa dedicándome a otros menesteres; por eso me hice guionista también.
¿Cómo así?
Porque no todos los días te llegan historias buenas. Si me hubiese llegado Sin perdón escrito por Perico el de los Palotes, corro, mato por rodarlo, pero no fue el caso. Lo que pasa es que el concepto de la autoría yo no lo reconozco en los guiones, sino en la puesta en escena.
Explíqueme.
En cómo miras, cómo cuentas, cómo pones la cámara.
Muy pocos enfocan el énfasis por ahí.
Se habla en contadas ocasiones de ese aspecto, pero a mí lo único que me hace levantarme por las mañanas pensando que soy un cineasta es la puesta en escena. La clave es dónde te pones: por qué ahí y no en otro sitio. Cómo miras y cómo dejas ver, si eres condescendiente o eres un vende escobas y un viejo verde o un patán, si te recreas en el dolor ajeno o eres un poeta. Me da igual. Es mejor ser cineasta que autor, como lo fue Raoul Walsh, o Fritz Lang, que llegó a Hollywood y no encajaba en ningún estudio, lo hizo todo y todo era bueno, desde Metrópolis hasta La mujer del cuadro. Eso define a un cineasta; a mí es lo que me pone.
El chavalillo que se aficionó a contar historias, ¿dónde aprendía más? ¿En las noches durmiendo con su abuela en la misma habitación o en el cine?
El afán de contar historias viene de disfrutar cuando te las cuentan. Ahí entra la lectura, de los tebeos a Stevenson. Yo era un buen lector y precoz. Y tampoco me olvido de la abuela, porque con ella compartía habitación, hasta los veintitantos años.
¿Tanto?
Sí, porque se murió cuando yo estudiaba en la universidad. Ella era andaluza, de Jaén. Raimunda se llamaba. Se casó con mi abuelo que era Jáuregui y emigró allí para trabajar en las minas. Le hizo 11 hijos, de los que sobrevivieron 9. Al llegar la guerra, cuando cayó Vizcaya relativamente pronto, se trasladaron a una zona sin conflicto. Mi madre era la pequeña de los 11, y la abuela siempre vivió en nuestra casa. Era el hogar de una familia de clase media baja donde compartíamos habitación a la fuerza.
Y a usted le tocó con la abuela.
Exacto. Mi padre se puso enfermo pronto de una dolencia degenerativa, lo atendíamos en casa. El referente paterno se difuminó rápido para mí y yo me quedé con Raimunda, mi madre y dos hermanas. Tres generaciones de mujeres que te ponen las pilas quieras o no.
¿No era usted el príncipe?
En absoluto, te explican rápidamente que la cama te la haces tú y que la mesa se recoge. De ahí también viene mi afición por la cocina. Por esa educación de primera necesidad.
¿De qué le hablaba su abuela?
"Compartí habitación con mi abuela hasta los veintitantos años"
De sus cosas, del pueblo, de Jaén, historias ingenuas; dejaba vislumbrar el empeño que tuvo su padre en que no aprendiera a leer ni a escribir. Dejaba patente una España de mujeres con moño blanco y vestidas de negro, algo antiguo, medio trágico; de ahí guardo recuerdos polvorientos y ásperos, pero también tiernos; la veo hacerse la cena, despreciaba la tele, solo veía Eurovisión. Era una mujer que vete tú a saber si entendía lo que ocurría en la España de los setenta, pero nunca daba la brasa.
Ni España ni ese País Vasco marcado por el nacionalismo.
Mi madre era maqueta, menos vasca, por decirlo de una manera suave en sus términos. Ella sí que era portadora de un antinacionalismo para mí revelador, en el que encontré un espejo que oponer a la manera de entender las cosas en la familia de mi padre. Fue un salvavidas de las veleidades patrióticas. Sí, bien, la patria vasca, a todos nos tentaba… Yo sentía un gran amor por la tierra, pero tenía presente que había otras realidades. Para mí fue algo muy sano.
Así que el niño Urbizu no se hizo nacionalista.
Estuve a punto, pero el cine me salvó. Enseguida me interesó mucho más por qué a Orson Welles se le ocurrían ángulos torcidos que todas las teorías de Sabino Arana.
Pero debía de ser difícil, por el entorno.
Existía una efervescencia antidictadura que se mezclaba con el nacionalismo y que fue cambiando a lo largo de la Transición. Te queda conciencia social, de bien común, pero en mí se mezcló con la vocación de cineasta, no en lo político.
Me llama la atención que un tío criado por cuatro mujeres haga un cine tan de testosterona. ¿Viril? No estoy tan de acuerdo con eso; hasta ahora, la mayoría de mis películas han sido protagonizadas por mujeres: Todo por la pasta, Cuernos de mujer, Cachito…
Pero las que más gloria le han dado se centran en hombres encarnados por José Coronado o Resines.
A mí siempre me ha gustado más Robert Aldrich que George Cukor, no sé si me explico. Siempre me ha gustado el western, películas que a las novias no les seducían. Llevé a una a ver Grupo salvaje y se dormía. Pero a mí las mujeres me interesan en todos los aspectos, me he criado con ellas.
Quizá por esa proximidad, tan natural, ahora le llaman menos la atención para sus películas.
Hombre, si te gustan las historias de los bajos fondos, los personajes ahí son más masculinos.
"Enseguida me interesó más Orson Welles que la teoría de Sabino Arana"
Quizá la saga ‘Millennium’ ha dado un paso hacia la modernidad con Lisbeth Salander.
No lo he visto.
Es asexual, violenta, solitaria, parece un vaquero posmoderno.
Ya, eso es muy atractivo. Sí, hoy se puede huir del arquetipo; no tengo prejuicios en ese sentido. He visto lo que han sufrido varias generaciones de mujeres en este país y tengo un respeto sagrado por ello.
¿Quién lo tuvo peor?
Hombre, las abuelas. Que tu padre no se moleste en educarte debe doler; además, era consciente de sus limitaciones. Intentamos que aprendiera, recuerdo cómo cada vez que debía firmar sacaba un papelito del bolsillo con su nombre y lo copiaba cuidadosamente. Tardaba sus cinco o seis minutos en escribir: Rai-mun-da Ji-mé-nez.
Y de su padre, ¿qué recuerda?
Camisas blancas, limpias, libros, estimulaba mucho la lectura, me correspondía cuidar mucho al aita. Paseos de fin de semana al monte, me contaba historias, le gustaba Ingrid Bergman, una mujer bella y honesta, las novelas de misterio, tipo Agatha Christie; era un tipo con inquietud.
Babelia
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