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Turner y el eco de Claudio de Lorena

Una exposición en la National Gallery de Londres aborda la influencia del pintor francés en el británico

'Sun rising through Vapour: Fishermen cleaning and selling Fish' obra de Turner de 1807.
'Sun rising through Vapour: Fishermen cleaning and selling Fish' obra de Turner de 1807.NATIONAL GALLERY

Narciso está reclinado sobre su reflejo en el lago. Escondidas entre el abundante y fresco follaje hay dos ninfas que lo observan. Una de ellas es Eco, rechazada por él como amante y condenada por ello a repetir eternamente la última palabra que escuchara. Esta escena del cuadro de Claudio de Lorena (1604-1682), pintado en 1644, inspiró a Joseph Mallord William Turner, 160 años después, una versión de composición y tema semejante. Ambos cuadros abren el recorrido de la exposición Turner inspired: in the light of Claude, en la National Gallery de Londres, que propone un contrapunto entre los dos pintores. El francés, considerado el fundador del paisaje moderno, causaba furor entre los coleccionistas británicos a finales del siglo XVII y principios del XIX. Turner (Londres, 1775) empezaba su ascenso y se enfrentaba a admiradores y detractores. De su Narciso y Eco diría la crítica que la vegetación parecían “verduras demasiado cocidas”. Y no les faltaba razón. Por entonces se esforzaba por igualar a Claude, como lo llamaban los ingleses. Cuentan sus biógrafos que la primera vez que vio una obra del maestro, concretamente Puerto con el embarque de la reina de Saba, el joven Turner “estuvo extraño, agitado y rompió a llorar”. Cuando le preguntaron por qué se emocionaba de esa manera, respondió: “Porque nunca seré capaz de pintar algo semejante”. Y lo intentó, lo intentó toda su vida. La soltura radical que consiguió al final Turner en sus paisajes terminó por revolucionar la pintura de su siglo. Pero, ¿qué fue lo que aprendió de Claude?

“Fue una relación complicada, competitiva y admirativa”, explica Ian Warrell, conservador de arte británico de los siglos XVIII y XIX de la Tate Britain, uno de los dos comisarios de la muestra. “Claude era el artista más representado en la National Gallery en la época de su fundación, en 1824, una colección formada por donaciones privadas”. Los británicos han sido siempre amantes del paisaje y parece que los aristócratas nunca tenían suficientes en sus colecciones. Encargaban a los jóvenes pintores más cuadros para que “acompañaran” sus claudes, dominados por temas de raigambre histórica o alegorías mitológicas. Turner fue uno de ellos.

La exposición se desarrolla en orden cronológico para observar la evolución de esa relación y el camino que fue siguiendo más adelante Turner por si solo. “Le interesaba sobre todo la composición de los cuadros de Claude, con el sol al centro y los efectos de la iluminación atmosférica, los árboles, rocas, cataratas u otros elementos actuando como marco escenográfico”, señala Susan Foister, de la National Gallery. Pintar paisajes implica viajar. Mientras se desarrollaron las guerras napoleónicas no era seguro pasar al continente, por lo que deambuló intensamente por Inglaterra. “Como Claude representaba tierras italianas o francesas, Turner imitaba en la lejanía esas tierras extranjeras mientras en primer plano representaba los entornos familiares”, añade Foister. Pero apenas pudo –en 1819- fue a Italia, escenario de sus ficciones pictóricas, y permaneció un año yendo de un lugar a otro. A lo largo de las siguientes tres décadas no dejó de desplazarse a través de Francia, Alemania, Suiza, Dinamarca, Luxemburgo y, por supuesto, Italia, además de continuar sus periplos por Inglaterra y Escocia. Pintó centenares de obras, miles de dibujos y acuarelas. Escapó al rigor del realismo y anticipó las claves del impresionismo.

Turner creció, superó al maestro. Pero en su interior seguía unido a él como si sufriera una condena de los dioses. La competencia interna con Claude lo llevó a reservar para sí algunos de sus lienzos más ambiciosos en ese interminable enfrentamiento interno. Su objetivo era perpetuar ese efecto de eco hasta la eternidad. Por eso fijó muy pronto en su testamente que donaría a la nación una cantidad de sus obras, pero reservándose la condición de que dos de ellas –Dido construye Cartago (1815) y Salida del sol a través de la bruna: pescadores limpiando y vendiendo pescado (anterior a 1870)- se colgaran en una sala a lado de dos de Claude: El puerto (bautizada por Turner como Puerto con el embarque de la reina de Saba, 1648) y El molino (Paisaje con la boda de Isaac y Rebeca, 1648) para simpre. Turner murió en 1851 y los pleitos por su legado entre sus herederos y entre las instituciones británicas fue un embrollo de difícil solución. Finalmente, desde 1968, cuelgan juntos en la sala 15 de la National Gallery estos cuatro cuadros, que temporalmente forman parte de esta exposición. Narciso y Eco se funden así en un solo reflejo.

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