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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El gol del muerto

Manuel Rodríguez Rivero

En un entorno recesivo en el que no se percibe resplandor alguno al final del túnel no abundan las empresas capaces de convertir los retos en oportunidades. Sin embargo, algunas lo consiguen: las funerarias, por ejemplo, orientadas a satisfacer las necesidades del consumo más cautivo. Cierto que también a ellas les ha afectado la crisis, a su manera funeral: por un lado, nos morimos más tarde y, consiguientemente, ha descendido el número de enterramientos; por otro, gastamos menos en nuestros “seres queridos”, como los llamó Evelyn Waugh en la estupenda novela (1948) que llevó al cine Tony Richardson (The loved ones, 1965), prefiriendo la más económica cremación a los enterramientos tradicionales, que ahora se nos antojan dispendiosos.

Al primer inconveniente, el del descenso de decesos, las funerarias responden con paciencia y cruzando los dedos: legalmente, no pueden tomar acciones para incrementarlos, pero saben que las crisis multiplican el número de suicidios (en Grecia su tasa ha aumentado un 40%). En todo caso, en el negocio de la muerte no debería de haber malos años: antes o después nos hemos de morir todos, algo por lo que los empresarios del sector estarán (eternamente) agradecidos a nuestros padres Adán y Eva, responsables remotos de nuestra condición mortal a cuenta de su frívola conducta en el Paraíso (perdido). En cuanto al papel de Jehová en todo este lamentable asunto, mejor no hablar: baste recordar que el sentimiento de culpa por la estafa causada al género humano le impulsó, más tarde, a enviar a su hijo al sacrificio para, según explican los textos sagrados de los cristianos, librarnos a todos de la muerte eterna.

Al segundo inconveniente, el de la retracción del gasto funerario, las compañías del sector están respondiendo mediante la apertura de nuevas líneas de negocio y una apabullante oferta: desde el, digamos, mobiliario funerario (hoy se prefieren los materiales ecológicos y biodegradables) a la tanatopraxia (la técnica de acondicionar el cadáver), todo ha cambiado en esos antiquísimos ritos instituidos por los neandertales para honrar a sus difuntos y, de paso, impedir su regreso. Son esas modernas prestaciones (que pueden llegar hasta el rastreo y borrado en Internet de la memoria virtual del finado), lo que les permite compensar la bajada de los ingresos con la diversificación y optimización de sus servicios. También les ayuda, claro, el hecho de que los consumidores, habitualmente deudos ahogados en el desconsuelo y la culpa, no se muestren en esas circunstancias muy proclives al chalaneo o a solicitar descuentos.

Al primer inconveniente, el del descenso de decesos, las funerarias responden con paciencia y cruzando los dedos

Pero sin duda, el sector en que las empresas funerarias van a experimentar mayor crecimiento es en el del fútbol. Ya están “habitables” (entiéndanme) los primeros “espacios funerales” creados por los clubes (a los existentes se sumará pronto el del Barça, donde descansarán los “blaugranas del más allá”) para satisfacer los últimos deseos de su hinchada difunta. Sus ventajas son indiscutibles: además de los beneficios económicos, nadie arroja ya clandestinamente las cenizas al campo y, en el plano espiritual, en estos Hades balompédicos los deudos se muestran más dispuestos a honrar a sus muertos, aprovechando los días de partido para recorrer los columbarios y admirar los coquetos paneles fotocerámicos que ocultan las urnas cinerarias. En cuanto a los que allí han elegido yacer, quizás lo hayan hecho con la esperanza de que sus cenizas se agiten cada vez que el silencio se quiebre con el grito de ¡gol! de los vivos. O, si fueron creyentes en vida, tal vez confíen en que la escatológica promesa de la resurrección se resuelva en un celestial partido contra los eternos rivales, con el mencionado Jehová brindando con cava en el palco de honor. Y, por si la moda se extiende a otros ámbitos, ¿por que no pensar en ir habilitando en el edificio de EL PAÍS, un sobrio y elegante columbario, adornado con las mejores portadas, para que allí reposen las cenizas de los lectores que lo deseen? En cuanto haya lista de espera me apunto.

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