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'Sabrina', elegancia hecha cine

EL PAÍS regala este domingo 'Sabrina', de Billy Wilder y con Audrey Hepburn y Humphrey Bogart

Gregorio Belinchón
Audrey Hepburn en una imagen publicitaria de 'Sabrina', 1954, fotografiada por Bud Fraker.
Audrey Hepburn en una imagen publicitaria de 'Sabrina', 1954, fotografiada por Bud Fraker.

Solo dos veces en su vida Billy Wilder pareció ceder a la presión de Hollywood. La primera fue con El vals del emperador, un favor que realizó a los estudios Paramount, que buscaban un argumento para Bing Crosby. Wilder la odiaba y se arrepintió toda su vida. La otra fue Sabrina, y no fue una rendición consciente, sino que sencillamente Wilder tocó el mito de la Cenicienta con una virginal Audrey Hepburn, de aire adolescente, que volvía loca a los hombres con sus sueños de una manera tan púdica que en Sabrina las conversaciones sexuales jamás rozan su personaje ("Mira esas piernas. ¿No son fantásticas?", dice el personaje de William Holden. Respuesta de su hermano, interpretado por Humphrey Bogart: "Las últimas piernas que te parecieron fantásticas le costaron a la familia 25.000 dólares"). Su creador aseguraba que tenía muchos toques Lubitsch (el maestro de Wilder), que sabía insinuar de manera ligera y elegante sin caer en lo obvio. Y eso que habla de un triángulo amoroso: el de la hija del chófer de una familia millonaria, una chica que pasa de pelusilla molesta a belleza etérea vía una educación en París, y los dos herederos: el currante Linus (Bogart) y el cigarra David (Holden).

Sabrina es clase, es gusto, es amor… pero a lo largo de su visionado hay algo que molesta, que chirría. Wilder siempre explicó que Sabrina no era perfecta, fue por su enfrentamiento con Bogart: "Hasta entonces había interpretado sobre todo a tipos duros con gabardina, que ocultaban sus sentimientos detrás de observaciones impertinentes. Y ahora debía engañar a una muchachita soñadora y cursi, para quedar, finalmente, a su merced. Por primera vez en su carrera tenía que interpretar a un hombre que llevaba pantalones de rayas, un sombrero rígido y un paraguas". Bogart respondía que nunca le dijeron "con quién iba a acabar Sabrina". Y es que no lo sabían. Durante la filmación, Wilder hizo piña con Holden –ya habían trabajado juntos- y Hepburn, con ellos tomaba martinis… y porque en realidad el guion se escribía con solo dos días de antelación al rodaje. Hepburn y Holden protegieron a su director, le sirvieron como escudo para que nadie sospechara los problemas de escritura. Así que Bogart se sentía inseguro en su personaje y apartado del grupito que todas las noches compartían copas, sin sospechar que después Wilder aún se quedaba despierto escribiendo y reescribiendo. La leyenda habla de crisis de ansiedad del coguionista, Ernest Lehman; de enfrentamientos por el vestuario; de un alcohólico Bogart nervioso si la jornada de trabajo no acababa a las cinco (hora del trago), y de un último día de rodaje que Wilder remató mirando al cielo y gritando "¡Jódete!" a Dios.

Todo lo anterior no importa si uno mira en la pantalla a Sabrina subida a un árbol, si disfruta del sketch de las aceitunas con Martini, si se deja llevar por la evocación de un mundo lleno de gracia en el que Audrey Hepburn era la reina.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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