Kurt Wagner: "En el mundillo alternativo hay un exceso de molesta ironía"
El cabecilla de Lambchop ha venido a Madrid para vender su nuevo elepé, 'Mr. M'
Kurt Wagner habla sin prisas; incluso parece pensar en voz alta. Teóricamente, el cabecilla de Lambchop ha venido a Madrid para vender su nuevo trabajo, Mr. M (Music as Usual), otra exquisita colección de canciones analíticas con fondos muy cuidados. También debe crear ambiente para su próxima gira europea, que incluye paradas en Barcelona (30 de marzo), Bilbao (31) y Madrid (1 de abril). Pero su mente se dispara por otros derroteros.
El disco le sirvió para exorcizar la depresión generada por el suicidio de su amigo Vic Chesnutt. Aparte de las circunstancias socioeconómicas —"una gran nación debería proveer de medicamentos a sus enfermos crónicos"—, prefiere especular sobre las razones de un personaje tan vitalista. Esa parte de la conversación, que insiste en dejar off the record, ocupa casi la mitad de la entrevista.
Este hombre de Nashville no desaprovecha la oportunidad de disertar, por ejemplo, sobre su intermitente dedicación a la pintura: "estaba destinado a ser un profesor de arte pero se cruzó la música, que te proporciona una relación directa con el público. Es muy peligrosa la atracción de los músicos por el arte. Yo sé que no puedo hacer ambas cosas a la vez. Cuando paro de girar o componer, es la hora de sacar los pinceles. Entiendo perfectamente a Don Van Vliet, que hasta renunció a su nombre de escenario, Captain Beefheart. Tocar es un acto social, pintar es una tarea solitaria. Cuando llevo unos meses en el taller, me viene la angustia: ¿qué hago si ahora la música decide evitarme? No digo que eso le ocurriera a Don (o a Syd Barrett) pero se trata de una posibilidad".
Del ‘country” me atrae la capacidad de narrar una vida en tres minutos
Wagner encarna a esa rara criatura: el intelectual sureño. Exhibe modos campechanos, risa fácil y mente en ebullición. En sus inicios, debido a su proximidad geográfica a las factorías del country, se le relegó al cajón de sastre de la Americana. En realidad, ha probado con todo tipo de músicas, desde el soul al easy listening. "Lo que me atraía del country era su riqueza narrativa, esa capacidad para retratarte una vida o una relación en tres minutos. Así que decidí explorar esa forma tan codificada para hablar de personajes o de sentimientos atípicos. La peste de Nashville es la insinceridad, la rutina. Al otro extremo, en el mundillo alternativo, o como lo quieras llamar, hay un molesto exceso de ironía".
Ha probado diferentes fórmulas: "admiro a los compositores del Brill Building, que iban de lunes a viernes a un edificio en Manhattan, a componer fabulosos éxitos. Claro que hoy solo escuchamos la crema de lo que hicieron. Durante una temporada, me puse la tarea de escribir una canción al día y eso me quitó cualquier creencia en mi posible genialidad". Le gustan los retos: "miras tus libretas, juntas las ocurrencias más dispares e intentas construir una canción. Piensas: 'yo jamás usaría esta frase, esta palabra'. Y zas, esa es la motivación: hacer que funcione".
Se aproxima a los discos con la misma curiosidad: "en Nashville hay demasiados instrumentistas, arreglistas y productores que se aburren. Mi trabajo es hacer canciones; el suyo, vestirlas. Aceptas un concepto de producción y juegas con la instrumentación, con el talento disponible. La historia de Lambchop es la lucha entre la idea de banda, con las lealtades personales que implica, y la de disco como creación autónoma".
También sabe que se mueve por un circuito que no le permite grandes despliegues escénicos: "si estuviera en una banda que toca ante multitudes, me preocuparía por lo que hace U2. Pero ellos van en Rolls Royce y nosotros en bicicleta, inútil competir. Claro, si tuviera la oportunidad, la aprovecharía. Alguien que compone canciones necesita cómplices. Colaborar no es otra cosa que ceder terreno, sin renunciar a tu esencia".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.