Los viejos blogueros nunca mueren
“Me acuerdo de los gorros tipo Davy Crockett, y de cuando todo era Davy Crockett por aquí y Davy Crockett por allá”, leo en el libro que Joe Brainard dedicó a sus recuerdos. Si un día me propusiera abordar los míos, empezaría así: “Me acuerdo de Internet”. Y es que han pasado sólo once años desde que los ordenadores cambiaron mis hábitos, pero tengo la impresión de que han transcurrido muchísimos más.
Me acuerdo de cuando los blogs estaban de moda. Después, Facebook y Twitter los fueron arrinconando, aunque algunos de ellos, como Vano oficio (Ivan Thays) o el tan justamente célebre El lamento de Portnoy (Javier Avilés), mantienen intactos su interés. En su último post, Avilés cita una entrada de Rango finito (Javier Moreno), que comenta el problema creado por el uso generalizado de las redes sociales: entre unas y otras han logrado que disminuyan el número de enlaces entre blogs y, por consiguiente, que se contraiga el contenido en la Red. Son los propios blogueros quienes están haciendo que el dinámico entramado de la Red que les unía sea cada vez más débil. Y es que los enlaces en las redes sociales no sólo tienen ahí una permanencia fugaz, sino que, además, no generan contenido dentro de Internet, ya que son obviados por los buscadores.
Es curioso: creíamos que Internet era un lugar temible para la calidad literaria y ahora incluso añoramos la antigua pujanza de los enlaces y contenidos de los blogs. En todo caso, los mejores resisten. El lamento de Portnoy se vale de su comentario sobre la caída bloguera para crear nuevos vínculos. “Es evidente que este post pretende generar enlaces y contenido”, dice Avilés alias Portnoy. Y conecta conBolmangani, blog que en su entrada del 10 de febrero ofrece, en traducción de Jose Luis Amores, el prólogo a The novel, an alternative history, libro de Steven Moore donde se ensalza a la “literatura de la dificultad” (o de la complejidad) y se arremete “contra la estrechez de miras de los Myers, Peck y Franzen, defensores de la historia estándar del género de la novela”.
Podremos estar de acuerdo o no con la embestida, pero el prólogo de Moore es interesante. Para él, “todos los desarrollos significativos en nuestra historia cósmica” pueden verse como saltos hacia nuevos niveles de complejidad. Y se acuerda de cuando los Beatles lanzaron Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band y hubo quienes criticaron la irrupción de la complejidad en las canciones del grupo. Moore se plantea si los Beatles, de haberse atascado en su simpleza inicial, serían los iconos culturales de ahora. Dado que hasta los fans más antiguos aplaudieron la evolución del grupo, se pregunta también por qué a los autores literarios no se les ha permitido lo mismo que a los músicos pop. ¿Por qué, por ejemplo, se vapuleó tanto a Joyce por haber intentado ir de Dublineses hasta Finnegans Wake?
Me ha parecido que Moore no contempla que se pueda evolucionar a la inversa, es decir, la llamada “innovación anacrónica”. Pero creo que en el fondo su escritura, tan deliberadamente legible, entrevé que sólo se puede renovar con eficacia la narrativa reformándola con gran paciencia desde dentro (“¡Pero muy ligeramente! Porque si te pasas, caes en el gran error, ¿no es así?”, decía Céline). Por mi parte, me siento próximo a este estilo de renovación, aunque entiendo que no hay ninguno que posea la fórmula perfecta.
Tal vez en todo esto una sola certeza: el ensayo de Moore habla en realidad de temas muy habituales en nuestros blogs más activos, plantea dilemas que históricamente han sido centrales en ellos. Dilemas en los que el tenso diálogo entre lo convencional y lo supuestamente nuevo ha dado siempre gran variedad de ideas y enlaces. Y un cierto heroísmo cotidiano. La leyenda dice que los grandes blogueros llevan siempre las botas puestas.
Babelia
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