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62ª Berlinale

Cannes, Venecia, ¿Berlín?

El festival alemán pugna por consolidar su influencia e intenta equilibrar osadía y comercialidad

Toni García
La presentadora alemana Anke Engelke en la inauguración de la Berlinale
La presentadora alemana Anke Engelke en la inauguración de la BerlinaleFABRIZIO BENSCH (REUTERS)

Hubo un tiempo en que el festival de cine de San Sebastián podía competir –casi–- de igual a igual con los de Berlín y Venecia. Era la época de las vacas gordas, antes de que el gigantismo de Toronto amenazara al certamen italiano y engullera películas como si fuera un depredador del jurásico, antes de que Cannes se asegurase –de por vida–- el monopolio del glamour e impusiera su ley sin ni siquiera dar un puñetazo en la mesa. Los años han pasado, los donostiarras han tenido que ceder terreno por una simple cuestión de presupuestos y han dejado a Berlín (favorecido por sus fechas, al contrario de lo que ocurre con el festival español, metido en el calendario justo después de Venecia y Toronto) empuñando en solitario la pugna por sobrevivir en el Olimpo de los festivales “grandes”.

El alemán, un festival que siempre se ha significado por su radicalidad, ha aprendido en el último lustro que es casi imprescindible jugar en las dos ligas: la de las estrellas que atraen a los grandes medios de comunicación (y estos a los sponsors ,que son los que sufragan el cotarro) y la de los creyentes del cine, la hiperactiva comunidad que busca algo más que el actor/actriz de turno y que valora los experimentos, el riesgo y la valentía como algo inherente a la personalidad del séptimo arte.

El director de la Berlinale, ha sido acusado durante años por sus detractores de venderse a Hollywood

Paradójicamente, Dieter Kosslich, el director de la Berlinale, ha sido acusado durante años por sus detractores de venderse a Hollywood. Sucedía cuando Berlín era conocido por ser el festival donde aparecían los favoritos a los Oscar (justo cuando se anunciaban las nominaciones). En cierto modo Kosslich cedió ante esas presiones para dar espacio a un certamen más específico, más volcado con los autores. Lamentablemente la cosecha no era siempre buena (los últimos dos años son ejemplo de ello) y ahora los mismos que le criticaban por el exceso de estrellas le exigen que haya más cine comercial, o al menos, más nombres con los que salir en el telediario.

Por eso hay que reconocer al director de la Berlinale un estómago de hormigón armado, aguantando los estoques del personal pero sin dejar de buscar el equilibrio que le de al evento lo que necesita: dinero, talento, prensa… no necesariamente por este orden.

El festival alemán siempre se ha significado por su radicalidad

Cannes, comandado por el poderoso Gilles Jacob, tiene a sus espaldas una maquinaria tan pesada que sigue siendo el único festival de cine del mundo donde tanto los independientes como las majors quieren estar a cualquier coste; Venecia afronta un periodo de incerteza después de las declaraciones de Barbera (nuevo capitoste) anunciando que aquello va a dejar de ser el escaparate del cine italiano para buscar otros puertos (mientras la prensa de izquierdas del país, especialmente La Repubblica ataca a Marco Müller – que en la última edición de la Mostra lo bordó- por sus extraños movimientos para hacerse con la jefatura del Festival de Roma, que pocos meses antes había calificado de “certamen risible”). Con este panorama y Toronto con un estómago cada vez más grande la 62ª edición del festival alemán debe posicionarse en un territorio distinto sin dejar de ser él mismo. Luchando con los grandes estudios para tener a lo más granado de sus baúles y convenciendo a los pequeños de que hay sitio para ellos en Berlín. A juzgar por su primer fin de semana, con lo mejor de cada casa a ambos lados del Atlántico, la apuesta puede salir bien. Ahora solo falta que el cine (al final lo único importante) sea bueno.

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