Los conjuros de José Bedia
El artista cubano se nutre de sus experiencias entre culturas en vías de desaparición para sus cuadros
Son difuntos que viven de alguna manera entre los vivos. Semidioses, seres híbridos, ancestrales. José Bedia (La Habana, 1959) ha asimilado tradiciones de la santería afrocubana, de los indios siux y cheroquis, de los mexicanos de Palo Monte, de los lunda chokwe de Zambia o de los chamanes amazónicos. Se ha sumergido en esas culturas mediante estancias prolongadas, conviviendo con ellos. Y luego ha pintado sus grandes lienzos con figuras impregnadas de simbolismo. “El mío es un acercamiento antropológico rudimentario, sin el rigor científico de esa disciplina. Mi postura es más sensible que racional y lo hago con el fin de crear un vínculo personal con determinadas comunidades”, explica.
Bedia, que vive en Miami, es uno de los artistas latinoamericanos más respetados en la escena internacional del arte contemporáneo. Ahora tiene una exposición en la Casa de América, de Madrid, titulada Entre dos mundos, para la que ha realizado un mural site specific, junto a una amplia serie de sus cuadros.
Es un antropólogo-artista fascinado por las culturas antiguas. Su primer viaje fue al norte de México en 1986 y regresa a esa comunidad cada año para mantener la relación con la gente, para “patrullar”, dice “y seguir la pauta de ciertos elementos sincréticos en sus prácticas religiosas y tradicionales que siguen evolucionando”. Para él la idea del artista aislado del mundo en su estudio es “una entelequia en base a nada”. No le interesa.
“Mis pinturas tienen un fundamento mitológico. No parto de imágenes visuales adquiridas o prestadas de esas culturas. Sería una apropiación mañosa, algo demasiado sencillo”, subraya. Las cosas que lo atraen son experiencias como la de sentarse junto a los niños de los lunda chokwe –un pueblo que ha quedado diseminado por efectos coloniales entre Angola, Zaire y Zambia-- y escuchar a una anciana contar cada noche las antiguas historias con moraleja y sus tradiciones. “Eso se ha perdido entre nosotros”, se lamenta Bedia. “Por eso voy de un pueblo a otro por todo el mundo y he ido encontrando ciertas similitudes entre ellos”.
El interés surgió cuando estudiaba arte en La Habana. “La formación académica era bastante rígida, y me ha sido útil, pero estéril en cuanto a ideas. Estudiando historia del arte descubrí el interés de los artistas de las vanguardias del siglo XX por las culturas primitivas. Solo que su aproximación fue solo en lo formal. Aun así, produjo un cambio radical en el arte”, afirma.
Una referencia esencial para él fue también su contacto con el mayor artista cubano del siglo XX, Wifredo Lam. “Llegué a conocerlo y conversar muchas veces con él. Nosotros éramos estudiantes todavía y lo visitábamos en el hospital. Él me dio la idea de coleccionar arte primitivo porque él mismo tenía una gran colección”. También inoculó en José Bedia la enfermedad del dibujo. Algunas de sus piezas más poderosas son grandes dibujos sobre amate, una especie de papel de fabricación artesanal. “Casi toda mi obra se nutre de la inmediatez del dibujo, del apunte”, dice. Y también de la palabra. Sus cuadros tienen a menudo leyendas o palabras sueltas, que añaden a la imagen la intriga por su significado. “Desde el principio combiné imagen y texto, un poco a raíz de mi afición a leer cómics. Pero solo tiene interés si se complementan ambas partes como una unidad”.
Según sus experiencias Bedia dice que lo sobrenatural es una categoría inexistente entre los pueblos que visita. “Para ellos lo sobrenatural no se distingue de lo real. Es parte de su vida cotidiana, ni siquiera se racionaliza. Yo no he adquirido eso. Para ellos el difunto nunca se despide del todo. Si ha sido alguien importante en sus vidas, sigue ahí para consultarle las dudas que surgen”. Bedia vive entre dos mundos, pero parece ser que hay muchos más.
José Bedia. Entre dos mundos. Casa de América. Plaza de Cibeles, 2. Madrid. Hasta el 18 de marzo
Babelia
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