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"Las estrellas no me interesan, pero George Clooney es diferente"

Siete años depués de 'Entre copas', el cineasta Alexander Payne dirige 'Los descendientes', una tragicomedia que se sitúa entre las favoritas para los próximos premios Oscar

Elsa Fernández-Santos
En su coche y cerca de su ciudad natal, Alexander Payne en Omaha.
En su coche y cerca de su ciudad natal, Alexander Payne en Omaha.BRIAN LEHMANN (THE NEW YORK TIMES)

¿Quién dice que la normalidad no es cinematográfica? El único problema, como con todo, es saber desde dónde mirarla. Alexander Payne (Omaha, Nebraska, 1961) tiene una respuesta sencilla: para hablar de lo que sin discusión nos ocurre a todos (nacer, crecer, morir), mejor intentar mirar de frente. Por eso Los descendientes, su última película, cuenta el contradictorio peregrinaje de un hombre (George Clooney) que se enfrenta a la dura tarea de ordenar su vida y la de sus dos hijas en las horas agonizantes de su adúltera mujer, en coma después de un accidente. Y todo esto lo hace sin dramatismo (pese a que el filme se llevara en los Globos de Oro los galardones a mejor película dramática y mejor actor dramático) y tampoco con cinismo. Los descendientes —a estas alturas, una de las favoritas para los próximos Oscar— transcurre a ras de suelo y ahí, a la altura de los humanos, el drama y la comedia van de la mano.

“Me gustó la historia de ese hombre con una mujer en coma y dos hijas horribles”

“Quiero que mis películas tengan la piel de la realidad”, afirma el director en una entrevista telefónica desde un hotel de Berlín. Por desgracia, para la gira promocional de Los descendientes Payne no recaló en Madrid, algo que él lamenta sin que suene a uno de esos forzados cumplidos. “Hace ya siglos fui estudiante en Salamanca”, puntualiza con esa coquetería del que se sabe interesante. El director de Election (1999), About Schmidt (2002) y Entre copas (2004) evoca algunos rincones de la ciudad castellana para luego decir que, cómo no, Buñuel ha sido de enorme influencia en su estilo cinematográfico. Un estilo cuya fuerte madurez y personalidad chocan con el ya habitual infantilismo del nuevo Hollywood. Después de siete años sin rodar, Los descendientes era la historia que él esperaba: “Necesitaba hacer una película, estaba desesperado, y pensé que esta era una historia lo suficientemente decente. Tenía un buen argumento y una buena base emocional. Me gustó la historia de ese hombre cuya mujer entra en coma y que se tiene que hacer cargo de esas dos hijas tan horribles. Y luego, claro, estaba Hawai, con su aristocracia decadente, su pasado, con su curioso tejido social. Pensé, en definitiva, que ahí había una película que no había visto nunca”.

Basada en la novela de Kaui Hart Hemmings, Los descendientes era para Payne “un pasaporte” para conocer lugares que no había visto antes. Y Hawai, personaje fundamental para lograr el tono único de este filme, es quizá la clave de todo. Nunca las famosas camisas hawaianas resultaron tan poco floridas y nunca las playas más bonitas fueron un paisaje tan triste. Payne retrata las islas y su singular tejido social como si las hubiese habitado desde siempre. Y con ellas, la muerte (otro de los asuntos del filme) abordada sin los tabúes de siempre. Aquí, contemplamos el lento fin de un cuerpo vivo como vemos secarse las flores de un jarrón. Quizá suena aterrador, pero en manos de un cineasta tan inteligente resulta todo lo contrario. “Ella es una persona, y una persona que se muere. Eso no podía olvidarlo. Creo que la compasión de un director hacia sus personajes se mide por su capacidad para mirar de frente la realidad. Y yo quería ver cómo se moría. Su marido y sus hijas hablan con ella y ella se merece estar ahí, junto a ellos. Lo que hubiera sido sádico es convertirla en un muñeco”.

La compasión se mide por la capacidad para mirar la realidad”  

Y en el centro de todo, Clooney, en el que para muchos es el mejor trabajo de toda su carrera. Un hombre que sufre esas cosas que sufren los hombres de verdad: cuernos, divorcios, barriga, hijas egoístas con novios idiotas… “En general, las estrellas no me parecen interesantes, pero Clooney es diferente”, afirma Payne. “Tiene algo de una vieja estrella de Hollywood pero con un toque a lo Mastroianni. Y es gracioso, se ríe mucho. Me gustan los actores de comedia, aunque sea para un drama. Tienen la capacidad de hacer ligeras las historias más terribles. Clooney quería estar en Entre copas pero yo no quise entonces porque no encajaba con ningún personaje. Cuando decidí hacer esta película pensé que su aire de moreno irlandés le daba el aspecto de heredero de una noble estirpe de hawaianos”.

Nada hay más interesante que un ser humano. Nunca dejo de observarles

Payne explica que quizá el secreto de todo su cine es que le interesa la gente. “No dejo de mirarla nunca. Ahora mismo, mientras hablo, estoy observando a la gente que veo desde esta ventana. Nada hay más interesante que un ser humano”. Y quizá también por eso nunca se ha instalado en Hollywood y permanece en su Omaha natal, esa rica ciudad del medio oeste americano en la que sin duda el tiempo discurre de otra manera. “En Los Ángeles tengo una vida agradable pero la gente se parece demasiado a la gente de mi trabajo. En Omaha, sin embargo, conozco a gente de todas las edades y de todas las profesiones. Si voy a un funeral, sé que me encontraré con viejos amigos. En un lugar así es mucho más fácil entender la vida”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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