Dos sicarios encerrados en un sótano
El grupo Animalario lleva a escena 'El montaplatos' de Harold Pinter con Alberto San Juan y Guillermo Toledo como intérpretes
Ni dormidos parecen serenos. Es un sueño intranquilo, como en alerta. Parece que se vigilan mutuamente aún con los ojos cerrados. Dos hombres están tumbados en dos camastros en un lúgubre y sórdido sótano. Hace frío. Uno de ellos yace con el chaquetón oscuro bajo las sábanas, el otro utiliza su abrigo negro para taparse algo. Cuando uno se despierta, el otro se hace el dormido. Se hace un poco la luz y los nervios y la preocupación se hacen evidentes. Son Ben y Gus, dos sicarios encerrados en el sótano a la espera de que la organización a la que pertenecen les haga llegar el último encargo. Pero esa llamada no llega y la tensión va creciendo. Se miran, se hablan, hasta se rozan, pero la tranquilidad no aparece en ningún momento. La angustia parece formar parte de sus vidas. Alberto San Juan y Guillermo Toledo ensayan en las naves del Matadero del Español El montaplatos, la obra del dramaturgo británico y premio Nobel de Literatura Hardold Pinter, que estrenan hoy. Las servidumbres del poder, las relaciones humanas, la obediencia ciega.. de todo ello habla esta obra, escrita en 1959 y estrenada un año después. La versión que estrena ahora el grupo Animalario ha sido traducida y adaptada por el propio San Juan, trasladando la acción a la España de 2012.
En un escenario y un patio de butacas cubierto de plásticos negros, en una atmósfera en penumbra y llena de humo, los dos intérpretes atienden las órdenes o más bien sugerencias del director Andrés Lima, ese día algo lesionado por una caída sufrida horas antes. Alberto San Juan, camiseta roja, descalzo en calcetines naranjas y el cinturón del pantalón desabrochado es Ben, el sumiso y obediente soldado que no cuestiona ninguna de las órdenes, siempre dispuesto a llevar a cabo las acciones sin rechistar ni preguntar. Todo lo contrario de Gus, interpretado por Guillermo Toledo, un hombre miedoso y carroñero pero que empieza a rebelarse contra sus jefes, a plantear salidas a una situación insostenible. Gus está nervioso, va en zapatillas de andar por casa y se arrebuja con fuerza el chaquetón, en un intento de disimular su miedo. Sabe que Ben está en el escalón superior de la pareja y que, sin su consentimiento y colaboración, no se puede dar la vuelta a la tortilla, que seguirán en ese sótano como dos ratas atrapadas en la ratonera. Y la llamada se hace esperar. Atentos a todos los ruidos y añorando el paisaje y la luz de la calle, empiezan a recibir absurdos encargos de comidas a través de un montacargas. ¿Qué hacen dos matones ante tal situación?
Es la primera vez que Andrés Lima se enfrenta a un Pinter como director, después de haberlo actuado en varias ocasiones. “El montaplatos no es teatro del absurdo, como mucha gente cree. Es una obra realista a la que le va muy bien la frase de Ionesco: ‘La vida del hombre es absurda, su tragedia ridícula. Es quizás la obra de Pinter que más me gusta porque es como una gran pesadilla cómica. El Montaplatos entra de lleno en las zonas más oscuras de las relaciones humanas, la traición, las sospechas, la mentira y los peligros, pero a todas ellas Pinter les quita grandeza, las hace cotidianas, son situaciones en las que todos los espectadores se verán reflejados de alguna manera”, explica el director, que combina esta semana la puesta en escena de El montaplatos con Elling, la obra que estrenan en Madrid, tras una gira por distintas provincias, interpretada por Carmelo Gómez y Javier Gutiérrez.
A pesar de todos estos ingredientes oscuros y violentos, del suspense y las tensiones que jalonan la obra, Lima define El montaplatos como como una comedia trágica. “La gente pasará miedo, pero también reirá. La función se mueve dentro de esos márgenes. Son situaciones cómicas, a las que se añade el auténtico montaplatos, que se convierte en un personaje más de la obra. Pinter utiliza la comedia para describir a dos personas abyectas de las que te terminas enamorando”, dice Lima, mientras San Juan añade que quizás es la obra más cómica que han hecho nunca.
Una de las señas de identidad del grupo teatral Animalario, creado hace ya quince años, es la de integrar al espectador en el sentido más total, que participe de la obra como si fuera un personaje, que no sufra distracciones. Con El montaplatos se ha seguido la misma tónica pero elevada al máximo. Cuando el espectador entre en la sala del Matadero lo hará casi a oscuras, a través de una gran cortina negra y a su entrada al patio de butacas, que abrazará de alguna manera el escenario, creación de Beatriz San Juan, lo que verá serán unos grandes plásticos negros que decorarán todo el recinto, incluidas las butacas. “Es la oportunidad de entrar en el mismo espacio que Ben y Gus. Con esta propuesta, hemos querido que griten las cadenas, que respiren las paredes”, explica entusiasmado Andrés Lima.
Los que sí respiran bien de cerca son San Juan y Toledo, dos íntimos amigos que se conocen desde la adolescencia y que colaboran desde el nacimiento de Animalario. Durante una hora y veinte estarán ellos solos en el escenario, rozándose la piel, escuchando sus miedos, sin elementos externos que puedan distraer. El sumiso frente al que busca una alternativa. El obediente frente al rebelde. Dos sicarios. Dos tipos con bastantes pocas luces y pocas herramientas para enfrentarse a la vida, como los define Guillermo Toledo. Dos hombres, a las que las reglas de la sociedad empujan a unas decisiones que en libertad difícilmente tomarían, según Alberto San Juan. Dos animales encerrados buscando desesperadamente una salida, en palabras de Andrés Lima.
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