Viaje a las estilosas fiestas de los abuelos
El Vintage Festival 2011 cambia la campiña inglesa por el centro de Londres
El verano no es igual para todos. Mientras en España miles de almas ansiosas de quitarse la ropa y ponerse las chancletas huyen a la playa, en Londres el personal prefiere rebuscar en los baúles sus chaquetas de tweed, estolas de armiño y medias de rejilla para sumergirse, en lugar de en el mar, en las engañosas aguas de la memoria. Cualquier tiempo pasado fue mejor, eso deben pensar sin duda las miles de personas que vestidas para la ocasión, tomaron el Royal Festival Hall el pasado fin de semana durante el Vintage Festival 2011.
El festival, que tuvo su primera y exitosa edición el año pasado fuera de Londres, cambió la campiña inglesa para instalarse en esta venerable institución cultural en el South Bank londinense ocupando sus seis pisos, en un recorrido por siete décadas de lo más cool de la música y las tendencias británicas.
El auditorio del Royal Festival Hall no es suficiente para contener semejante torrente de nostalgia así que, durante tres días, los pasillos y las salas se transformaron en elaborados decorados y clubes reminiscentes de las distintas décadas. Incluso el sótano, por primera vez abierto al público, se convirtió en escenario de una rave con sonido acid house y el inconfundible tufillo de finales de los ochenta. Smileys, pulseras fluorescentes y quizás algún éxtasis con el que brindar por unas noches que parecen cercanas pero que son ya parte del panteón de las tendencias.
Caminando desde el sótano hasta los pisos superiores uno va retrocediendo décadas con cada tramo de escalera. En los pasillos tiendas de ropa vintage, sala de juegos (máquinas de pinball y comecocos incluidas) exposiciones de fotografía, carteles antiguos y hasta servicio de maquillaje y peluquería de época para estar a tono. En la cola, una decena de chicas esperan ansiosas su turno para pasar por las manos de la estilista Charlie, una pin-up de los cincuenta de brazos sensualmente tatuados y labios rojísimos, domadora de flequillos y artesana del bucle derrochando arte y laca. Y es que aunque este festival es una celebración de todas las tendencias del siglo XX, el verdadero reclamo son, sin duda, las más lejanas en el tiempo (de los año veinte a los cincuenta).
En este festival-boutique, con moqueta en lugar de barro, el look es más importante incluso que la oferta musical y ninguna época como esas para tener la oportunidad de lucir estupendo. Inspirados sin duda en la serie televisiva Mad Men, hombres trajeados, whisky on the rocks en mano, se pasean con gesto de película sin percatarse de que es necesario algo más que brillantina en el pelo para ser Don Draper. En la sofisticada réplica de una coctelería tipo Black Cotton Club, el DJ El Niño y Lady Kamikaze hacen que los virtuosos del jive se luzcan en la pista mientras que un piso y unas décadas más arriba, los rockabillys pulen el suelo ajedrezado del club Let It Rock espoleados por un Elvis negro que se desgañita en el escenario.
Intentamos continuar el recorrido por este festival vertical pero el camino es interrumpido por un trenecito con una extensión de varios cientos de personas que avanzan devorando a los incautos a su paso a ritmo de Conga de Gloria Estefan y Miami Sound Machine, sin duda escapados del espacio dedicado a los ochenta.
Huimos escaleras arriba en busca de aire fresco y lo encontramos a borbotones y con vistas al Big Ben en la gigantesca terraza ocupada hoy por la música disco de The Studio. Gente guapa y música funky acompañan la puesta de sol. El lugar no puede ser más espectacular y sin embargo se echa en falta a los old timers, "acicalados hasta el techo", con sus zapatos bicolores, pantalones de pinzas y sombreros de ala. Están abajo, bailando el swing sobre la pista de madera del hall central al ritmo de la impecable big band de Ondrej Havelka y su orquesta de 15 músicos (The Melody Makers) arropados por los reflejos de los cristales de varias bolas de espejos. Junto a ellos, jóvenes de academia, aprendices de dandy con más energía, toman el relevo cuando suenan los acrobáticos compases del lindy hop. Música y ambiente de otra época; un evocador viaje en el tiempo del que regreso de sopetón con la temida aparición, escaleras abajo, de la incombustible conga.
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