Flamenco desinhibido hecho en Barcelona
Figuras del cante desgranan los matrices del género realizado en la capital catalana
Un año más, ¡y ya van dieciocho consecutivos!, el flamenco ha inundado las instalaciones del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). El Festival de Flamenc de Ciutat Vella, organizado por el Taller de Músics, abrió ayer sus puertas y ofrecerá actividades de lo más dispar (siempre en la órbita del flamenco, eso sí) en las distintas dependencias del museo barcelonés.
Y una vez más, como si fuera una costumbre anual arrastrada por el certamen, vuelve sobre el tapete la eterna polémica, que en realidad nunca lo ha sido, sobre la existencia o no de un flamenco catalán o como mínimo barcelonés. Una discusión sana que habitualmente se zanja en tablas: ni existe ni deja de existir. Pero (siempre hay un pero) nadie puede negar que lo que existe es una forma de hacer las cosas made in Barcelona que también puede aplicarse al flamenco y que, a lo largo de los años, ha dado frutos tan suculentos como ese Miguel Poveda que hoy acumula éxitos en los cuatro rincones de la Península gracias, precisamente, a su forma distinta de encarar la tradición.
¿Es realmente distinto el flamenco made in Barcelona? Probablemente distinto no es la palabra, desinhibido sería más correcto. Sí, el flamenco de aquí o, mejor dicho, los flamencos de aquí no tienen miedo ni al peso de la tradición, no están anclados con cadenas a las raíces, ni al peso de los flamencólogos recalcitrantes que en otros lugares se dedican a descalificar (por no decir hundir) a todo aquel que se sale mínimamente del camino (el único camino) que ellos custodian con un exceso de celo que raya en la perversidad.
"El respeto siempre está presente pero no existe el miedo a lo que se diga o se deje de decir", afirma contundente el guitarrista Chicuelo, uno de los paladines del flamenco hecho en Barcelona que ha puesto su guitarra tanto al servicio de grandes cantaores y bailaores como en musicales o en contextos jazzísticos, rockeros o de música tradicional paquistaní. "Por eso en Barcelona el ambiente flamenco no es tan cerrado. Cuando yo encaro un trabajo no me muevo solo por el flamenco sino por la música. Me siento más músico que flamenco y la música es música, no tiene barreras".
De forma similar se expresa la cantaora Alba Guerrero: "Desde siempre lo que más me ha interesado es la voz y trabajar los aspectos diferentes de la voz independientemente de que esa voz sea flamenca o no". Para explicar su trabajo en ámbitos tan distintos al flamenco como las músicas contemporánea, tradicional mediterránea, árabe o india, Alba Guerrero invoca a la curiosidad. "Nos pasa a todos los cantaores. Nuestro aprendizaje es por tradición oral, los maestros te transmiten el respeto por las melodías clásicas y tradicionales pero no la técnica y esa necesidad hace que te acerques a otras disciplinas por curiosidad".
Alba Guerrero, nacida en Huelva pero criada musicalmente en Barcelona (obtuvo su título en la ESMUC con una tesis sobre la técnica vocal en el flamenco), presentará en esta edición del Festival de Ciutat Vella una producción nueva y novedosa con el coro Gospel Messengers que dirige Ramón Escalé. "Serán melodías, estructuras y frases flamencas pero interpretadas por un coro gospel de 25 voces". ¿Qué mueve una idea así? "Crear algo y pasárselo bien. Mi lema es hacer las cosas sin miedo y poder trabajar mi propia creatividad: unas veces acertarás y otras no. Si ya estás encorsetada antes de hacer algo, el resultado será aburrido y frustrante. Yo no le tengo miedo a lo que no conozco pero tampoco hago bandera del mestizaje. Simplemente busco cosas que me aporten algo desde un punto de vista muy egoísta". Guerrero reconoce que algunas de sus experiencias son fruto de vivir en Barcelona. "Es una ciudad muy abierta. Aquí lo tienes todo a mano: un coro de gospel, un grupo de jazz, un cuarteto de música clásica, ...".
Todo el mundo parece coincidir con Alba Guerrero. Joan Albert Amargós no es un flamenco pero conoce bien el tema: su último trabajo orquestando a Miguel Poveda le ha valido un nuevo Premio de la Música. "Aquí hay más valentía que en el sur", afirma Amargós. "Allí romper con la tradición les da mucho más miedo. Cosas como las que hemos hecho con Miguel Poveda y la copla no se podrían haber hecho en Andalucía". Cosa curiosa: Miguel Poveda, barcelonés de nacimiento y criado en Badalona, se trasladó hace unos años a vivir a Sevilla donde ha sido totalmente asimilado por el ambiente flamenco local pero para cada nueva aventura vuelve a girar sus ojos (y su corazón) al nordeste y reclama a sus viejos camaradas barceloneses Amargós y Chicuelo.
"En Andalucía actualmente la innovación viene del campo de los bailaores (Israel Galván, Rocio Molina, Andrés Marín, ...), los cantaores tienen más reticencias: el único que se ha atrevido a romper es Poveda y ¡es de aquí!", explica Chicuelo. "Enrique Morente se atrevió a romper moldes y lo crucificaron pero él era ya muy Morente y no le importaba. A otros más jóvenes les afecta mucho más".
El Omega de Morente marcó un antes y un después pero, en realidad, todo comenzó con Paco de Lucía. "Cuando Paco de Lucía se unió a Al Di Meola y John McLaughlin y después a Chick Corea el flamenco empezó a incorporar distintas armonías aportadas por otras músicas como el jazz", prosigue Chicuelo. "No es buscar por buscar. Si te juntas con otros músicos que te aportan cosas diferentes, de forma natural las llevas a tu música. Sin forzar porque hacerlo forzado sería hacer algo que no te gusta y el resultado no podría ser bueno". Y aportar nuevas cosas a tu música significa evolucionar, otra afirmación que provoca unanimidad. "La evolución solo se consigue por contaminación", afirma con su rotundidad habitual LLuís Cabrera, fundador del Taller de Músics y del Festival de Flamenc de Ciutat Vella e incansable instigador del mestizaje musical en todas su variantes. "La evolución no puede salir de un laboratorio o de un despacho, es fruto de la contaminación entre músicos. Los músicos se conocen, intercambian cosas y esa inspiración mutua lo contamina todo pero de forma natural, sin ningún tipo de presión externa. En el flamenco esta es la única salida, como lo ha sido en otras músicas como el jazz o el rock".
Cabrera vuelve a Morente, del que fue amigo íntimo. "Morente cambiaba una vez tras otra pero su voz siempre era flamenca y el resultado era flamenco. Le costó mucho porque estaba solo pero para las nuevas generaciones es más fácil porque ya han crecido en el mestizaje del día a día. Sobre todo en Barcelona donde tienen más posibilidades de contaminarse. En Madrid surgieron Ketama y la Barbería pero el fenómeno dió lo que dió y ahí se quedó. En Sevilla gente como Raimundo Amador o Lole y Manuel hicieron también lo suyo pero nadie ha seguido por ese camino. La ventaja de Barcelona es que aquí hay músicos de todos los estilos y muchos menos complejos y condicionantes. También hay escuelas mixtas en las que el flamenco se codea con el jazz o el rock y los estudiantes lo ven todo con la misma naturalidad. Cada día salen de las escuelas cantidad de gente joven todavía no visible pero preparadísimos y con la ventaja de haber coincidido con naturalidad en su aprendizaje con otros géneros musicales. Dentro de poco, cuando se lancen, será una explosión".
En resumen: en cosas de flamenco en Madrid de hacen las cosas más comerciales, en Sevilla las más cercanas a la pureza tradicional y en Barcelona las más aventureras y desinhibidas. "No quería decirlo así tan tajante pero esa es la verdad", concluye LLuís Cabrera. Todos de acuerdo.
La rumba como precedente sin complejos
Desinhibición, flamenco contaminándose con otras músicas foráneas con total naturalidad, evolución hasta crear algo nuevo... Palabras que no son ajenas ni nuevas en el ambiente musical catalán.
Hacia la mitad del siglo XIX el flamenco toma carta de naturalidad en la ciudad de Barcelona que se convierte, a imagen de la difundida afirmación tanguera, en la tercera patria del flamenco. Los más reputados nombres de la especialidad pasan por sus cafés cantantes creando una escuela que, simplificando mucho, pronto tuvo un nombre propio: Miguel Borrull, guitarrista y patriarca de una dinastía de artistas catalanes reconocidos en toda la Península. No es casualidad que el gran Julio Romero de Torres plasmara ya en 1917 y en una de sus obras más representativas (Alegrías) a la bailaora Julia Borrull directora de la sala barcelonesa Villa Rosa. Tampoco es casualidad que poco después naciera en el Somorostro Carmen Amaya que, gracias a su desinhibición escénica, rompería todos los moldes del baile.
A partir del punto de inflexión que marcó el taconeo de Carmen Amaya los horizontes se ensanchan cada vez más y, en tierras catalanas, el flamenco convive y se relaciona de igual a igual con todo tipo de estilos musicales. La batidora estaba en marcha y, a mediados del pasado siglo, surgieron los primeros resultados verdaderamente nuevos, mestizos y desacomplejados: la rumba catalana o rumba de Barcelona, según se prefiera.
Músicos barceloneses que amaban el flamenco o habían crecido con él pero que también estaban interesados en la música latina al estilo de Pérez Prado o en el rock and roll primigenio de Elvis Presley. El resultado tan natural como no planificado puso a bailar a medio mundo y, en pleno siglo XXI, aún sorprende a propios y extraños. Rompiendo todos los tópicos ¿quien hubiera imaginado que una de las películas norteamericanas de la década, Toy Story 3, concluiría a ritmo de rumba catalana? ¿Quien no sale del cine tarareando ese Hay un amigo en mí con palmas y ventilador? El poder de la rumba es inmenso.
"Se puede extrapolar lo que sucede actualmente con el flamenco en Barcelona con lo que sucedió con la rumba", afirma Txarli Brown, nombre de guerra del barcelonés Carles Closa, incansable productor, dj, músico y promotor de la rumba barcelonesa. "Cataluña fue la única que arrancó una rama del flamenco y la convirtió en un estilo propio, dándole una personalidad muy determinada, con características propias más cercanas al pop y creando un repertorio totalmente nuevo".
La rumba nació mestiza pero no puede estancarse en ese mestizaje inicial, ya lo hizo y estuvo a punto de desaparecer. "Los que se anclan en la ortodoxia están perdidos, el presente está en partir de esa ortodoxia hacia otros campos", prosigue Txarli Brown con palabras que tanto sirven para la rumba como para el flamenco. "Hay que mamarse todos los clásicos y decir: esto ya me lo sé, ahora ya puedo hacer lo que me dé la gana. Yo se lo repito a los músicos que trabajan conmigo: ya sabéis tocar rumba, ahora olvidaros y empezar a hacer otras cosas. No podemos estar tocando La Noche del Hawaiano toda la vida". Txarli Brown ha demostrado que esa evolución es posible con su proyecto Achilifunk junto a la Original Jazz Orquestra del Taller de Músics. Mañana, ya de madrugada, dejará clara su ideología musical pinchando en hall del CCCB dentro del Festival de Ciutat Vella.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.