¡Pesadísimos!
Toros mansos en mayor o menor grado, sosos y nobles en general en la primera corrida de la Feria de San Isidro
Matías Tejela tomó la muleta y se marchó a los medios; citó a su primero, y este, con una cara tristísima, lo miró con desprecio y desconfianza, y salió corriendo en dirección contraria. Y toda la faena fue una persecución por distintas zonas del ruedo. A continuación, fue Daniel Luque el que brindó el suyo a la concurrencia, dejó la montera boca abajo con mucho mimo y dijo aquello de ¡eh, toro!, y el animal, que estaba pegado a tablas, acudió a la llamada con alegría, pero, para sorpresa del torero y de todos los que asistían al evento, el toro buscó la muleta y siguió corriendo hasta la otra punta de la plaza. Y allá que se fue Luque detrás de él, y así se pasó todo el rato.
VALDEFRESNO / BAUTISTA, TEJELA, LUQUE
Toros de Valdefresno, muy bien presentados, muy blandos, mansos y sosos; noble el quinto.
Juan Bautista: pinchazo y casi entera _aviso_ (silencio); pinchazo hondo y ocho descabellos (silencio).
Matías Tejela: estocada tendida (silencio); estocada baja _aviso_ (ovación).
Daniel Luque: estocada desprendida (ovación); media y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. 10 de mayo. Primera corrida de feria. Casi lleno.
Hubo, sin embargo, una diferencia entre los corredores humanos. El primero, Tejela, consiguió que su oponente metiera la cabeza en algunos compases, e, incluso, el toro llegó a humillar y repetir en algunas tandas; pero hete aquí que el matador se colocaba siempre despegado, muy al hilo del pitón, sin orden ni concierto, y toda su labor transcurrió entre la desidia general. Y cuando más huía el toro, más se empeñaba el torero en darle pases. Y así se llevó no se sabe el tiempo. Cuando iniciaba la séptima tanda y no había ocurrido nada reseñable, se escucharon palmas de tango en los tendidos en una clara reprobación a su pesadez, pero Tejela, como las pilas del anuncio, seguía y seguía entre el aburrimiento general. El problema es que este torero sigue siendo un hombre joven, pero transmite la sensación de que está un poco de vuelta de todo en su profesión. Es la sensación que transmite, que ojalá no responda a la realidad, pero en Madrid, en plena feria de San Isidro se espera un compromiso mayor. Con pases insulsos y desangelados no se alcanza ningún triunfo. Y siendo un pesado, ni lo sueñes.
Luque, en cambio, se puso en el sitio, y consiguió embarcar a su toro en la muleta y ligarle algunos derechazos en un palmo de terreno; y la gente se lo agradeció, como no podía ser menos. Es éste un torero con otro aire y mejor disposición. No parece un obrero cansado del andamio, sino un chaval con ambición de triunfo. Y esa actitud hace mucho. Y eso que su toro era más cobarde que el anterior, pero Luque, muy decidido, se metió entre los pitones y llegó a dibujar unos naturales aceptables. Pero también es un pesado de tomo y lomo el señor Luque, no crean. Y lo demostró en el sexto, un toro muy soso y con andares de vaca de leche. Y una vez, y otra, y otra tanda insulsa; y que se hacía de noche y allí seguía el hombre tratando se sacar de donde no había. Queden en su haber, no obstante, unas buenas verónicas de recibo y un garboso galleo por chicuelinas a ese toro.
Y también se lució, aunque menos, Tejela en el quinto, el más noble del encierro, al que no dominó ni mandó, en un toreo con escaso fundamento y pocas ideas. Al final, unos naturales a pies juntos con cierta gracia y unas pedresinas ceñidas que jalearon el ambiente. Y algunos llegaron a pedir la oreja en una actitud claramente exagerada. En todo caso, el que la mereció fue el blandito toro. Porque quedó la sensación de que ganó el animal, de que aquello tuvo poco peso y nula profundidad. Un pase cambiado por la espalda a mitad de faena marcó un antes y un después que no llegó a cuajar.
Y hablando de pesados, que no se escape Juan Bautista, repetitivo, monótono y anodino como pocos. Tullido y aborregado dijo ser el que abrió plaza, y aún así llegó a dar unos mil quinientos pases, más o menos. Y todos ellos, claro está, sin alma. Pero lo peor es que cuando creías que iba a coger el estoque de verdad, volvía a colocarse para otra tanda. Un horror... Y con la misma disposición pareció enfrentarse al cuarto, que iba y venía con escasa calidad. El torero lo trasteó de manera inconexa e incompetente. E incompresible, también. En plaza de tanta responsabilidad se espera algo más, mucho más, de quien lo tiene casi todo por hacer. Lo otro es justificar la posición que ocupa. En el tercero hizo un quite de dos chicuelinas y una media que dejaron un buen sabor. Pero no dio tiempo a paladear su toreo.
Y los toros no tuvieron tanta culpa. No fueron buenos, es verdad. Hay que reconocer, sin embargo, que el ganadero se esmeró en su presentación: bien armados y astifinos, con seriedad y cuajo, -el tercero, de impresionante estampa-, pero ayunos de fuerza -los dos primeros, inválidos, y para ellos se pió la devolución a los corrales-, mansos en mayor o menor grado, sosos y nobles en general. No para tirar cohetes, dicho queda, pero tampoco se opusieron a un resultado mucho mejor del que consiguieron de los toreros.
Babelia
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