Jean Pierre Léaud: "Encontrar a Truffaut fue el milagro de mi vida"
Campos Elíseos de París, 1959. Jean Pierre Léaud, un chaval de sólo 14 años y medio, camina junto a su madre cuando de repente se produce "el milagro" de su vida. François Truffaut, director de cine ya reconocido por entonces, se fija en la cara del pequeño Leaud e invita a su progenitora a que lo lleve a las pruebas de reparto que estaba haciendo para encontrar actor que encarnase el personaje principal de Los 400 golpes.
Debía enviar rápidamente una carta y una foto y así lo hizo. El día de las pruebas unos 40 niños lucharon con Léaud por conseguir el papel de Antoine Doinel. Al final de la jornada, solo quedaron dos. Jean Pierre Léaud confiesa: "con el tiempo entendí que yo representaba el lado extrovertido del personaje que Truffaut buscaba, de su álter ego, pero entre los dos lo completábamos; me escogió a mí y fue el milagro de mi vida".
Léaud está en Las Palmas de Gran Canaria sentado en la terraza de un hotel con solera. Un rayo de sol se posa en una de sus piernas y eso le reconforta. Parece que viniera del invierno centroeuropeo y llegase a una primavera. Reconoce que es reacio a mantener conversaciones para que sean publicadas en medios de comunicación. Pide agua mineral y antes de cada respuesta toma un sorbo. Cruza las piernas una sola vez, al inicio de la entrevista, y no cambia la posición de su tren inferior durante los 45 minutos que dura la conversación. Con las manos sí gesticula y enfatiza. Su mirada es más profunda de lo que se puede mirar. Silencios de minutos decoran cada espacio concedido después de una pregunta. No sabemos si piensa o si simplemente recuerda antes de contestar. En alguna ocasión, después de uno de esos silencios, sonrisas y movimientos faciales que invitan a pensar que está recordando, la respuesta es sencilla: "no".
Icono de la Nouvelle vague, de la mano de Truffaut y de Godard se convirtió en la imagen de un movimiento, de un cambio de estructura del cine francés. Vivió el alza del cine independiente y la muerte de "los dictadores del cine" de su país que se habían forjado en las décadas de los 30 a los 60.
¿Se convirtió la Nouvelle vague francesa en lo que siempre criticaron: en la industria?
No exactamente. Pero sí que ocupamos todos los espacios. Lo ocupábamos todo haciendo lo que queríamos. Sólo se hablaba de nosotros. Cambiamos las normas. Todo cambió.
Aquel movimiento artístico y mayo del 68 en París están históricamente unidos ¿Encuentra algún movimiento de estas características tras la primavera árabe y las revoluciones sociales en los países del Magreb?
El cine no hace política. O no hace política como Gadafi. Nosotros, con la Nouvelle vague logramos derribar a los dictadores del cine y quisimos contar las historias desde otra perspectiva. Hacíamos, si usted quiere, política de autor. Hace poco tiempo pasé unas semanas en Túnez, cerca de la frontera con Libia. Estaba tranquilo en un café con mi pareja, cuando un joven talento cinematográfico del país se me acercó y me dijo exactamente lo mismo. Que a ellos les había llegado su Nouvelle vague. El que debe estar equivocado y pensar que el cine no hace política soy yo. De cualquier forma, me alegro por Túnez y por Egipto.
¿Cree que los cineastas independientes jóvenes valoran el movimiento y lo que quiso transmitir la Nouvelle vague?
A mí me ha permitido vivir desde que tenía 14 años hasta hoy, que tengo 66. Y no hay semana que un joven me lo recuerde. Sí, sí que lo han sabido entender, pero ahora el cine es más personal, no ha sido capaz de generar una colectividad.
¿Más individualista, quizás?
No, le he dicho más personal. No más individualista.
¿En qué papel ha sentido mayor libertad a la hora de actuar?
En todos. La libertad es una premisa fundamental para mí. Me tenía que sentir libre para poder expresar lo que me pedían. Había -y hay- mucha improvisación, mucha actuación e interpretación espontánea en los papeles que hago. Recuerdo con sorpresa la valoración de Godard cuando terminamos de rodar La chinoise. Me dijo que me había comido el papel como un león, que había sido fiero y que Jean Pierre Léaud había rugido. Luego, siempre me han dicho que aquella fue mi película cumbre.
¿Y lo es para usted?
No.
¿Cuál es?
Los 400 golpes, aunque fue la primera. Cada vez que la veo me traslado a los momentos de rodaje, a las largas conversaciones con Truffaut. ¿Sabes que me convirtió en un cinéfilo antes de rodar una sola secuencia? Durante un mes y medio me enseñó películas y me llevó a otros rodajes, para que le conociera y entendiera lo que me estaba pidiendo. Al fin y al cabo, para él era muy importante, pues iba a interpretar a su alter ego.
¿Cómo ha sido su reencuentro con Ari Kaurismaki para rodar Le Havre?
Con Ari siento la misma confianza al rodar que sentía con Truffaut. Me recuerda a él. Con sólo una llamada telefónica me convenció para trabajar con él. No vi el guión. Le conozco muy bien y se como trabaja. Fue todo pura improvisación.
Jean Pierre Léaud vuelve a tomar agua. Agradece la brevedad. Se retira caminando cabizbajo, pensativo y se introduce en el hotel no sin antes mirar al sol y al inmenso jardín que tiene delante. El que fuera cara de la juventud, interpretando el papel de Antoine Doile, en unos pocos meses trabajará con un director español "de mucho talento", del que no quiere adelantar mucho más. Léaud desde este viernes tiene entre sus manos la Lady Harimaguada de Honor del Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.
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