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Entrevista:

"El adjetivo es el enemigo de nuestra sociedad"

El director Manuel Martín Cuenca estrena 'La mitad de Óscar', un drama de reencuentros y turbias relaciones con aroma a 'western'

Mientras a pocos metros se proyecta, en el preestreno, en dos salas de un cine madrileño su última película, La mitad de Óscar, Manuel Martín Cuenca (Almería, 1964) toma unos pinchos para calmar el hambre y los nervios. El filme ha participado en Toronto (donde encontró un agente de ventas internacionales radicado en California), Gijón y Miami, en pocos días irá al certamen de Hong Kong, hoy se estrena en 18 cines de España, ha sido alabada por la crítica... Pero en esas dos salas se han sentado un montón de amigos y Martín Cuenca espera su veredicto. La mitad de Óscar le ha costado muchos esfuerzos y un poco más de un millón de euros, porque él también ha sido el productor. A cambio, así controló todas las decisiones en un filme que habla de soledades y reencuentros, el de un vigilante jurado en Almería y su hermana, que vuelve de París ante el inminente fallecimiento de su abuelo: puso al protagonista que quiso (Rodrigo Sáenz de Heredia, con quien había trabajado previamente en verano), rodó en un desierto almeriense pocas veces visto en pantalla, con dunas verdes y nubes amenazadoras... "Pere Portabella me dijo que era fundamental producir tu propia película para comprender los riesgos y asumir el control de lo que estás haciendo, y no engañas a nadie. Te juegas tu dinero y eso implica una consecuencia ética. Como autor, al producir, te conviertes en artesano, te manchas las manos".

Pregunta. La mitad de Óscar habla sobre el reencuentro y en una curiosa contradicción en su secuencia corazón, el núcleo del filme, los protagonistas se pierden.

Respuesta. No lo había pensado, pero es cierto. La película rastrea las huellas de lo que ocurrió antes. Y es verdad esa pérdida, tal vez porque ellos dos buscan el reencuentro y no lo encuentran. Repetí en dos días la secuencia, porque era fundamental. Yo no sabía por qué, pero lo sentía.

P. Usted cuida mucho la imagen. En cada película hay un mayor tono pictórico, amor por lo visual: de La flaqueza del bolchevique y El juego de Cuba a Malas temporadas, y el último ejemplo es Últimos testigos: Carrillo, con las volutas ascendentes del humo del cigarrillo sobre un fondo negro del dirigente comunista. Aquí ya hay una apuesta clara.

R. Puede ser, porque en ese encuadre decides lo que ves o lo que no, das el tajo de la materia que será cine. La precisión en el encuadre y en la duración de un plano para mí es fundamental. En cuanto a lo pictórico, es que el filme es un poco western, y por ahí se acentuaba la similitud.

P. Ha rodado en scope, con celuloide...

R. Cada día bendecía el digital, porque al rodarse tanto así ahora ha bajado el precio de la película. Hicimos el proceso a la antigua: rodamos en 35 milímetros, montamos y etalonamos a ojo... Solo entró el digital al hacer la copia para televisión. Pusimos el dinero en lo necesario. A cambio, rodamos sin luz, sin grupo electrógeno, iluminamos los interiores con leds... el equipo asumió como yo muchos riesgos. Por ejemplo, rodamos sin script. ¿Por qué? Porque el dinero lo invertimos en lo fundamental, nos despojamos de los elementos inservibles. Fui feliz en el rodaje porque descubrí que mis intenciones en la dirección eran las mismas en la producción: la película era coherente. Yo quería hacer mi filme con lo que fuera, y quiero encontrar el público que esta película seguro tiene... y que hará que recupere mi dinero (sonríe). Sé que existe por el recibimiento en los festivales, por el premio en Miami...

P. En el filme pasan cosas muy duras, relaciones tormentosas, y no hay ni un apunte moral. ¿Por qué?

R. No se puede juzgar a los personajes, ni añadirles adjetivos. El adjetivo es el enemigo de nuestra sociedad. El adjetivo coloca y juzga las cosas, son ideas preconcebidas, es el cliché. A los actores les pido que huyan de calificaciones, solo quiero verbo, acción. La acción nos revela cada persona. Luego el espectador ya hará lo que quiera. Lo importante es contar historias. Intento tratar a los personajes y al público como me gustaría que me trataran a mí. Tal vez hago eso porque vengo del documental.

P. Ha rodado un western: el protagonista es vigilante jurado, un uniforme casi de cowboy, y va en bicicleta -trasunto del caballo-, hay alguien que vuelve de fuera, los paisajes no solo enmarcan la acción, sino que participan en ella, hay incluso violencia real y también soterrada.

R. Creo que es un western, incluso los tonos marrones de la tierra, del uniforme acentúan el género. Almería es una de las fronteras de Europa. El western nos enseña historias de una civilización a través de los personajes que viven en sus fronteras. Luchan contra la naturaleza en esos límites de la civilización.

P. La aparición del personaje de Antonio de la Torre iría por ahí: es el buhonero, el charlatán que se interpone en el camino del pistolero.

R. Quería romper el tono narrativo de la película. Porque hay un momento en toda película en que se pone en marcha, levantado su propia concepción de sí misma, y se lanza directa al tercer acto. Y sin embargo la vida no es así, no hay primer, segundo y tercer acto. Tú te planteas tu futuro y de repente te golpean cosas al azar que parecen no tener relación con lo que ocurre y te lo cambian todo. Esa secuencia con Antonio tiene esa función. El protagonista y la película van en una dirección, ensimismados en su objetivo, y se atraviesa ese tipo que le hace perder el control. Irrumpe la vida en forma de lo opuesto: no se parecen los dos papeles en nada a priori, pero comparten soledades, aunque uno es una visión ridícula y el otro, solemne. Espero que como los personajes, el público se descoloque y diga: 'Pero, ¿adónde vas?'.

Rodrigo Sáenz de Heredia, en un fotograma de 'La mitad de Óscar'.
Rodrigo Sáenz de Heredia, en un fotograma de 'La mitad de Óscar'.GOLEM
Vídeo: MANUEL MARTÍN CUENCA

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