La batalla ganada de una cineasta
Amancay Tapia consigue estrenar su película a los tres años del rodaje en Bolivia
La crisis económica junta a compañeros de viaje impredecibles. Amancay Tapia es una cineasta mitad gallega, mitad boliviana que nació en Pontevedra hace 32 años y hace tres se descubrió recorriendo el mismo camino que Robert Rodríguez en El Mariachi : escribir, dirigir, fotografiar, montar y producir una película con 7.000 euros. Campo de Batalla, su primer filme largo, reúne en un salón de belleza de La Paz a cinco mujeres que tratan de matar el tiempo mientras que en las calles de la ciudad boliviana estalla la enésima revuelta cocalera.
Tapia llegó a La Paz a finales de 2008 en busca de actores, equipo técnico y localizaciones, aunque con un guión escrito un año antes. Tenía tres meses para rodar una película y poco tiempo que perder. Lo que no imaginaba es que tendría que esperar tres años para que sus paisanos andinos pudieran ver el resultado de este experimento tipo Gran Hermano en tono femenino.
Su primera pista en el camino fue la actriz boliviana Erika Andia, "conocida en América Latina porque participó en una película con mucha taquilla, Quién mato a la llamita blanca ". Tiró del hilo y aparecieron el resto de sus mujeres. Una madre y una hija, María Lope y Fany Soledad: "Necesitaba una cholita auténtica, aymara, cocalera, y ella lo es. El papel lo borda y a través de Campo de batalla consiguió una película con Eduardo Noriega que también rodaba en Bolivia", cuenta Tapia en conversación telefónica desde Londres, donde reside. Claudia Coronel, "el personaje que cree que Miami es lo máximo y reniega un poco de quién es", y ella misma. La directora se transmutó también en actriz -en Londres actúa con un grupo de teatro latinoamericano- e interpretó el papel de la española con complejo colonial.
"A las actrices les interesaba bastante el guión por eso la conversación sobre el presupuesto y las condiciones económicas llegó una vez aceptaron el proyecto". Su predisposición y el voluntarismo de un equipo mínimo -director, Guillermo Medrado, un director de fotografía Boris Alarcón, un técnico de sonido, un asistente de iluminación, dos asistentes de producción que hacían las veces de cocineros y un cámara- no evitaron algunos conflictos durante el rodaje de 21 días, entre ocho y 10 horas por jornada.
"Soy una directora joven, poco conocida, que además actuaba, por eso me costó imponer un poco de autoridad al principio. Soy muy poco mandona", recuerda. "Después de la primera semana me di cuenta de que si dejaba que todo el mundo me impusiera sus ideas, la película iba a tener una visión múltiple y no la mía". Además, Tapia se encontró con otras dificultades que por anecdóticas al recordarlas tres años después, no dejaron de ser estresantes en su momento. "No tenía gente para que me hiciera el catering, así que había días que lo único que podía ofrecer era un bocadillo".
De vuelta a Londres, en enero de 2009, Amancay Tapia deshizo su maleta de horas de cinta, pero sin dinero para montarla. "En Bolivia llegué a pagar determinados gastos con mi tarjeta de crédito". El resto lo puso la fundación Paidea en A Coruña hasta completar los 7.000 euros que desaparecieron en territorios andinos. La batalla comenzó de casa en casa de postproducción en la capital inglesa. Después de superar muchas barricadas consiguió un sponsor para digitalizar Campo de Batalla. Y, entonces, llegaron los favores. "Una chica checa animadora me hizo los créditos animados de la película gratis. La edición fue un desastre: la parte de sonido la hizo una muchacha taiwanesa que no hablaba español y yo no podía pagar unos subtítulos". Por este tipo de vicisitudes el proceso de postproducción se retrasó un año y medio.
De festival en festival
"Llegó un momento en el que me di por vencida, habían pasado ya dos años desde que grabé la película", dice Tapia. Convencida de que no se iba a ver nunca, empezó a hacer otras cosas. "Rodé un corto sobre la inmigración ilegal en Londres -El hombre invisible- y me seleccionaron para ir a La Bahamas a rodar allí una película para el ministerio de Turismo". La experiencia caribeña le devolvió la confianza y sacó Campo de Batalla del cajón para comenzar su periplo por festivales de cine.
Con 100 copias en DVD de la película -no podía permitirse el betacam- se zambulló en el circuito y aprendió rápido, como buena novata que recibe señales de alerta de su cartera vacía, que "los grandes te piden una tasa por presentar película". Arruinada, una vez más, viró hacia los certámenes más pequeños. "Presentamos la película en Londres, en el Portobello Festival, nos dieron el premio a la mejor cinta extranjera. Luego fuimos al festival de cine de Orense, donde repetirá en marzo en un ciclo de mujeres y cine". Y de Galicia a Trieste (Italia), uno de los festivales latinoamericanos más antiguos de Europa. Hasta que, por fin, cruzó el Atlántico, y Campo de Batalla aterrizó en Bolivia el pasado 27 de enero en la cinemateca de La Paz, donde se proyectó durante tres semanas. "No pude ir, no tenía dinero para el billete. He recuperado 0 euros, pero no me importa. No hice esta película para hacer dinero, sino para demostrarme que podía hacer un largo con poco presupuesto, con energía y con ganas de contar una historia. El millón de euros nunca llega por mucho que lo esperes".
Babelia
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