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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Limpieza y precisión

Para su tercera actuación en Valencia, la agrupación británica escogió la obra más emblemática de Haendel: El Mesías. Antes (2001) hicieron el Orlando, del mismo autor, en versión de concierto. Y en 2004 abordaron La Pasión según San Mateo, de Bach.

Al igual que entonces, corresponde alabar de nuevo la finura, transparencia y ajuste del coro. La aparentemente sencilla -por su conmovedora inmediatez- música de Haendel está llena de un contrapunto muy elaborado, y solo una precisión cronométrica en las voces permite llevarla a buen puerto sin cataclismos evidentes. Por otra parte, el tejido orquestal, con muchos números de textura polifónica, exige de todos los intérpretes una sonoridad transparente que no emborrone las diversas líneas melódicas que hay en juego. El reducido número de ejecutantes (22 en el coro y otros tantos en la orquesta), impone, además, la calidad individual de cada uno de ellos: no hay una gran masa sonora tras la que escudarse. Todo se escucha. Y todo se escuchó bien, muy bien: limpio, claro y preciso. Es necesario destacar la labor de los dos trompetas (James Ghigi y Robert Vanryne) quienes, armados con instrumentos naturales, fueron capaces de cumplir su cometido sin fallar ni una sola nota.

El Mesías

De G. Friedrich Haendel. Gabrieli Consort and Players. Paul McCreesh, director. Solistas vocales: Rebecca Bottone, Barbara Kozeli, Jeremy Ovenden, Matthew Rose. Palau de la Música. Valencia, 12 de diciembre de 2010.

El tema de los solistas es otro. Cada vez son los que son, y el domingo anduvieron muy lejos, por ejemplo, de aquel Mark Padmore que hizo con este conjunto el Evangelista de La Pasión según San Mateo. Rebecca Bottone, que sustituyó a la programada Susan Gritton, lució un instrumento que parecía prestarse bien a las agilidades. Tanto es así que se dejó llevar por la velocidad y, en más de una ocasión, la orquesta tuvo que acelerar el pulso para reencontrarse con la soprano. Barbara Kozelj mostró una voz bastante mate, al igual que el tenor. A Matthew Rose le sobraba potencia, pero no consiguió transmitir la hondura de los textos que le correspondieron.

Paul McCreesh dirigió con conocimiento y rigor todo el oratorio. Sin embargo, y como en las otras ocasiones, le faltó a menudo un punto de emoción. Sólo al principio del segundo acto pareció encontrar esa vía directa que va desde la batuta al corazón del público.

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