El melómano retrógrado
Eviten confundirse: Woody Allen no toca dixieland. Sus gustos musicales van más allá del jazz arcaico. Y tiene una película cuya protagonista prueba más drogas que un grupo de rock en gira.
El chiste asegura que, por lo que respecta a la música, Woody Allen nunca ha dejado de llevar pantalones cortos. Cierto, se podría afirmar que en el universo sonoro de Woody no existe Elvis Presley y los Beatles nunca salieron de Liverpool. Nacido en 1935, parece que su etapa musical favorita llega hasta un punto indeterminado de la Segunda Guerra Mundial; no hay hueco para los instrumentos electrificados. Iba a decir que seguramente no sabe que existen los sintetizadores pero estaría exagerando: su mano derecha en lo musical es el pianista Dick Hyman, que grabó elepés con el Moog a finales de los sesenta.
Nada que ocultar: "todos amamos la música de nuestra niñez. Cuando yo iba a la escuela, por la mañana encendía la radio y allí sonaba Glenn Miller o Billie Holiday. Eso se te queda grabado." En su caso, le ha marcado de por vida.
¿Un retrógrado? Sí, y orgulloso de ello: incluso para sus películas, prefiere el sonido monoaural a la estereofonía. Woody debe ser el único neoyorquino treintañero, perteneciente al mundo del espectáculo, que se mostró indiferente ante el vendaval (contra)cultural de mediados de los sesenta. Y eso que estaba allí: como humorista, ejerció de stand-up comedian por locales del Greenwich Village, donde compartió camerinos y escenarios con futuras luminarias del folk y el rock.
Intuición + conocimientos
Esencialmente, Woody adorna sus películas con (1) piezas de jazz añejo, (2) standards olvidados del pop y (3) grandes éxitos de la música clásica. Tiene un conocimiento enciclopédico de esas canteras sonoras y, a la hora del montaje, no duda: sabe encajar esas grabaciones polvorientas en la historia que ha rodado. Es particularmente perspicaz con la música de apertura: asume que dan el tono para lo que viene a continuación. Así, un disparate como El vuelo del moscardón, versión Harry James, nos avisa para que nos rindamos a la fantasía de Días de radio.
Como se siente libre de la obligación de ser cool, puede recurrir a obviedades que -oh maravilla- funcionan. Ahí está la Rhapsody in blue, de Gershwin, suntuoso fondo de la fotografía en blanco y negro de Manhattan. O las congeladas gotas de piano (Erik Satie) que caen en Hannah y sus hermanas.
Debe agradecérsele ese trabajo de arqueólogo en la mina del olvido. Suena inconcebible en estos tiempos de música a la carta pero -un ejemplo- no era fácil localizar en 1972, cuando se estrenó Sueños de seductor, la grabación de As time goes by, canción central de Casablanca.
Sex and drugs and modern jazz
Woody es consciente de su reputación de reaccionario musical. Y sabe bromear con el asunto. En Alice, Mia Farrow es la púdica mujer casada que queda fascinada por un músico, encarnado por Joe Mantegna. Conviene recordar que se trata de una historia impulsada por las drogas, aunque se disimule muy bien. Allen elimina los aspectos sórdidos: el camello es un sabio doctor chino. Alice prueba una variedad de hierbas maravillosas y hasta fuma de una pipa que proporciona sueños reveladores.
Gracias a esas substancias, hay una divertida secuencia en la que se encuentra alardeando de "la primera vez que escuché a John Coltrane tocando el saxo soprano". Pasado el efecto, se pregunta quién demonios es ese tal Coltrane, cuya música aparentemente cae muy lejos del canon woodyallenesco. Igual que Thelonius Monk, que suena en la película.
Puede que Woody sea, musicalmente hablando, menos conservador de lo que presume. Tengo la sospecha de que su verdadera dieta musical resulta mucho más variada de lo que pensamos. Por ejemplo, fue un visitante asiduo a las primeras ediciones del New Orleáns Jazz and Heritage Festival. Y su presencia legitimó el propósito del evento, que quería cambiar el paradigma musical de la ciudad: que no fuera solo la capital del jazz tradicional -precisamente, el que Allen toca- y que propiciara la variedad de ofertas estilísticas de Nueva Orleáns. Lo lograron, con la ayuda de Woody, efectivamente apoyando aquí al "enemigo".
Aprovechando los privilegios
La pasión de Woody por el clarinete llega hasta el Registro Civil: hasta su nombre profesional está tomado de un maestro del instrumento, Woody Herman; repetiría la jugada con una de sus hijas adoptivas, bautizada Bechet, por el gran Sidney Bechet. En cuanto despegó como cineasta, aprovechó para tocar con la muy legendaria Preservation Hall Jazz Band, veteranos de Nueva Orleáns que grabaron la B.S.O. de El dormilón (1973).
No se hace ilusiones respecto al carácter y la vida profesional de los jazzmen. Emmet Ray, el guitarrista que interpretaba Sean Penn en Sweet and lowdown, es un completo hijoputa, aunque musicalmente se nos asegure que está a un nivel justo por debajo del gitano Django Reinhardt.
Jazzman de fin de semana
Las actuaciones de Allen y su New Orleáns Jazz Band merecen atención especial. Posiblemente, aunque asegura ensayar diariamente, Woody es el menos profesional de los integrantes pero su fama extramusical permite que esa agrupación gire, grabe discos y celebrada en un documental (Wild man blues). Desde el escenario, el proyecto se pretende didáctico. Sin embargo, domina el voyeurismo entre el público, a pesar de que Woody evite hacer gracietas o eclipsar a sus compañeros.
Para Woody, el compromiso también tiene funciones terapéuticas: sus conciertos regulares, que últimamente se celebran los lunes en el elegante Carlyle Hotel neoyorquino, proporcionan estabilidad a la vida del artista. Son más baratos (demonios, incluso ¡le pagan!) que las sesiones de psicoanálisis. Y proporcionan a una persona cerebral el placer de lo mágico, lo intuitivo.
Sin olvidar la excusa para no acudir a las convocatorias de los Oscar: el engañoso mensaje es "tengo cosas más importantes que hacer". Perfecto para su perfil de creador extravagante en el contexto de Hollywood. Además, subyace una lección moral: el famoso que se somete a la disciplina de un conjunto. Buen argumento para usar con los actores estelares, si hay que explicarles que deben minimizar sus pretensiones económicas cuando les llama para aparecer en una de sus películas. Ya sabemos que el secreto de la constante actividad cinematográfica de Woody reside en lo ajustado de sus presupuestos.
Babelia
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