Dos visiones del paraíso
La francesa 'Mammuth' y la mexicana 'Alamar' fantasean sobre la felicidad en el festival de Gijón
Gérard Depardieu va en moto, en una Münch Mammuth alemana de los setenta. Toda su carne -que es mucha- envuelve al vehículo, como si el individuo triunfara sobre la maquinaria y la gravedad. Los franceses Gustave de Kervern y Benoît Delépine, directores de Mammuth, tienen el humorímetro pasado de revoluciones en algunas ocasiones, pero en otras aciertan con su estilo acerado. En su cuarto largometraje -con el tercero, Louise-Michel, se llevaron el premio al mejor guión en San Sebastián- la pareja insiste en gritar a favor de la clase obrera, en primar lo feo antes que lo cool, y en desparramar a la mínima.
Con sus habituales colaboradores (el equipo técnico lo integran los mismos que trabajan a sus órdenes en el programa televisivo de Canal + Francia Groland, y los actores Yolande Moreau, Benoît Poelvoorde y Bouli Lanners siempre están disponibles para ellos), en Mammuth suman a un Depardieu en plenitud de su carne. "Es curioso", apuntan los directores. "Pensamos que nos diría que no, porque habló con Poelvoorde, y él les contó todas las barbaridades que hacemos, nuestras locuras, como que rodamos a la carrera, sin mucho análisis y desde luego sin ningún story board previo. Nada de caravanas ni comodidades para las estrellas. Y mira, aceptó el reto".
Depardieu encarna a un matarife sin muchas luces que se jubila de su empleo y debe buscar los papeles de sus primeros trabajos para cobrar su pensión. Así que con su moto vuelve al paisaje de su juventud, a reencontrarse con amigos y familiares. Delirio, fealdad, carne... "No creo que nos extasíe la gordura, no hay una apuesta por ella", apunta Délepine, mientras su compañero se retira derrotado por el whisky. "Sencillamente son actores así con un físico así". Pero sí es cierto que Depardieu en moto (y con un detector de metales sobresaliendo de su mochila) fusiona a Sancho Panza y Don Quijote. "Exacto, no sabes cuánto nos ha obsesionado en nuestra carrera Don Quijote, tanto que nuestro primer trabajo recreaba al personaje de Cervantes. Nos interesaba esta mezcla porque así juntas la imaginación con el apego a la realidad, la ensoñación y la búsqueda de la felicidad, con el hambre más mundano".
Como en sus filmes previos, los franceses han metido crítica social como carga de profundidad en la comedia. ¿Es mejor dar mensajes en envoltorios hilarantes, como Jacques Tati y su apuesta por el individuo, en vez de ser directos como Ken Loach? "Bueno, es cierto que odiamos las grandes corporaciones, que insistimos en que la gente sea consciente de lo que las empresas les esconden. Pero, siendo respetuoso con Loach y Tati... Mira, a Tati se le veía demasiado la excesiva preparación de su puesta en escena, lo milimetrado de su propuesta. Nosotros somos más alocados, nuestro humor es más bestial, creemos en la improvisación". Un ejemplo de esa apuesta: si en 'Torrente', el protagonista propone hacerse unas pajillas por pasar el rato, "sin mariconadas", aquí no se andan con chiquitas y Mammuth y un viejo amigo directamente se dan a ello sin mucho éxito.
En cambio, el paraíso que se muestra en Alamar, del mexicano Pedro González-Rubio tiene más relación con la belleza de la naturaleza. En este documental, la cámara va tras las vivencias de Natan y su padre, Jorge. Natan tiene cinco años y es fruto del amor entre un mexicano de raíces mayas que vive en Banco Chamorro, el atolón de coral del Caribe mexicano, y Roberta, una italiana que cuando acabó el amor volvió a Roma con su hijo. Natan pasa cada año un tiempo con su progenitor, sin pisar tierra porque la casa está levantada en el agua, y su abuelo, que se dedican a la pesca. "Hice este filme porque yo viví en esa zona, en Playa Carmen, durante siete años", comenta su director. "Allí vi muchos matrimonios mixtos como este. Tengo nostalgia por un tiempo en que observaba aquellas texturas y colores que ahora he rodado en Alamar".
Sin embargo, esa vida en comunión con la naturaleza tampoco es el paraíso. "Son pescadores, trabajan duramente todos los días. El paraíso no existe... tal vez sí, cuando están durmiendo por la noche en la hamaca. Y esa naturaleza bellísima está desapareciendo, dejará de existir en unos años, porque nadie la cuida". El padre y el abuelo reflexionan sobre su libertad, un sentimiento que impregnó el rodaje. "Obviamente el guión casi no existía, íbamos tras los acontecimientos y los sentimientos. Natan es un niño y está abierto, curioso, a todo lo que le rodea, incluidos los cocodrilos: de pequeños no vemos los miedos, de adultos sí". Lo que sí logró González-Rubio fue no interferir en las relaciones humanas ni en la naturaleza. "Usé un equipo mínimo. Y su hubiera tenido más presupuesto no lo hubiera aumentado. Trabajé en el rodaje de 'Babel', y aún recuerdo que éramos más de 200 metidos en un pequeño pueblo marroquí al que alteramos para siempre". Visto lo visto en Gijón, el paraíso es una cuestión de tiempo, no de lugar.
Babelia
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