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La Scala mira al futuro con el 'Programa Forsythe'

Roberto Bolle se reafirma como la gran estrella del ballet italiano

Puede asegurarse que este ha sido el "año italiano" de William Forsythe (Nueva York, 1949). En junio recibió el León de Oro de la Bienal de Venecia y ahora el Teatro alla Scala de Milán estrena un programa monográfico con tres de sus grandes obras, dos de ellas, pensadas para grandes conjuntos y una tercera que en su formato modular ha permitido ver el desarrollo textual a lo largo de 25 años. Dos de nueva producción: Artifact Suite y Herman Schmerman y una ya en repertorio: In the middle, somewhat elevated hacen una noche de inmersión en los meandros de su estilo, el quebradizo bosque de sus maneras angulosas, el desasosiega lírico que provocan, una intensidad con su poesía particular y un fondo de filosofía fría que revela que por detrás del coreógrafos se mueve un sólido aparato intelectual y reflexivo.

La iniciativa ha sido de Majar Vaziev (Osetia, 1961), actual director del Ballet del Teatro alla Scala y que dirigiera el Kirov-Mariinski de 1995 a 2008. En gran parte fue responsabilidad suya junto a Guergiev el resurgimiento de la casa de San Petersburgo, y con La Scala ha hecho lo que ha podido; ahora la prensa rusa le sitúa ya en breve al frente del Bolshoi. Vaziev es consiente no sólo de que el olmo nunca dará peras, sino que el empeño de sacar petróleo de las piedras puede quemar al excavador. Aún con sus deficiencias, el cuerpo de baile milanés ha mejorado lo suyo en este tiempo. Es su arduo trabajo personal y persuasivo, duro a la vez que elegante, pero aún así, el Forsythe que son capaces de hacer los milaneses dista mucho del ideal. Se deja ver, pero fallan en los recursos del "ensemble". Quizás es una cuestión de tiempo.

Roberto Bolle (Casale Monferrato, 1975) es el mejor bailarín italiano en generaciones y su estrella global más reconocida bailó Herman Schmerman. Vaziev optó por tenerlo de cabeza de cartel en todas las funciones. A Bolle la madurez le asienta tanto el físico como la expresión. Su baile sigue siendo virtuoso, pero el discreto arrojo precedente ha sido sustituido por la inteligencia escénica, la distribución de la energía a través del estilo de lo que baile. Es así que a priori, Bolle no sería un "bailarín Forsythe" ideal, a pesar de sus proporciones estatuarias y su porte de Adonis clásico. El caso es que cuando baila, convence, transmite y a la postre es el que más brilla. Podría decirse que hasta se recrea en los vaivenes de una lectura coréutica llena de aparentes interrupciones rítmicas y donde el artista debe exprimirse para consolidar las figuras. En esas figuras plásticas está el enemigo y el reto (parafraseando el título de otra obra del coreógrafo americano). Aparecer en escena con una faldita a tablas de raso amarillo huevo, aunque se le ocurriera a Gianni Versace, ya tiene lo suyo. La estética chocante y agresiva se redondea con la música de Tom Willems, compositor de cabecera y gran amigo de Forsythe, que vapulea el armónico con lacerante autoridad siempre que puede. También hay algo hipnótico en las secuencias pianísticas de Eva Crossman-Hecht que usa en Artifact Suite.

Es evidente en William Forsythe, al ver un programa completo de sus obras, donde el espectador recibe una carga progresiva, continua, descarada y potente de sus reiteraciones y ambiciosas construcciones, el por qué "Billy" se muestra ambicioso al asumir también casi en su totalidad el diseño de luces, trajes y decorados: no quiere intromisiones entre la plástica coreográfica como todo artístico y el creador. Considera que los accesorios a veces se convierten en obstáculos, y en esto recuerda al George Balanchine de sus tiempos de síntesis reductiva, en gran parte el georgiano influido por la cercanía de un Igor Stravinski cada vez más desnudo y serial. A Forsythe le espanta personalmente la comparación con Balanchine, que le endilguen el collar de continuador o algo así. Al final se ha resignado a la lisonja que una cierta teoría insistente (pero que él estima caduca en sus términos y presupuestos) le asocien al creador del estilo norteamericano de ballet moderno. La noche del Teatro alla Scala de Milán es un magnífico ejemplo de las distancias más que de las cercanías y de la vigencia de este corógrafo, el más grande el último tercio del siglo XX y cuya esfera de influencias aún se despliega con fuerzas sobre dos generaciones, pero que sigue estando presente.

ULY MARTÍN

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