_
_
_
_
SEXO, MENTIRAS Y YOUTUBE

Los sueños húmedos son mojados

Las mujeres tienen menos de la mitad que los hombres.- Además, en el caso femenino rara vez producen lubricaciones u orgasmos en la vigilia

MANUEL CUÉLLAR

Casillas no me está follando, me está haciendo el amor. Tiene puesta su camiseta azul, la que llevaba cuando lo entrevistó Sara después de ganar la final. Me besa con fuerza y en el último minuto vence mi resistencia; nos revolcamos sobre una cama que es tan grande como un campo de fútbol. Nos miramos durante mucho rato, como dos simples enamorados en el banco de un parque. Iker intenta tapar mis pechos con cada una de sus manos. No lo logra porque son muy grandes. El guardameta me acaricia tiernamente hasta llegar al pubis. Siento caer sus lágrimas, se ha emocionado, a mí también me pasa eso de llorar de placer. Aprieto su cabeza contra mi cuerpo y me pongo, como en el poema que le dedicó la poeta cordobesa Elena Medel, Ikeriónida, esto es, como bendecida por un semi dios.

Más información
En Chatroulette se hacen buenos amigos

Siento un espasmo caliente y una nítida, violenta lubricación, que ahora envuelve mis zonas más íntimas y humedece por completo mi entrepierna. Abro los ojos. Pero qué pasa, ¡si éste es el techo de mi habitación! Maldita sea, ha sido sólo un sueño -debí suponerlo por la utilización de la palabra pubis y el tufillo general a literatura erótica (aclaración: en la pornografía un coño es un coño y en la sonrisa vertical, un jugoso melocotón en almíbar)-.

Admito que no he tenido demasiados sueños húmedos en mi vida. Según las estadísticas, las mujeres tenemos menos de la mitad de sueños de este tipo que los hombres. Esto no sé si habla bien o mal de nosotras, en cualquier caso, siendo absolutamente sincera, durante la mayor parte de mi vida he soñado despierta, he sido una sonámbula sexualmente activa, he dormido en una cama de agua o me han despertado para follar, pero pocas veces he copulado en la fase REM.

Según los especialistas, en un sueño erótico, hasta un sombrero de ala ancha que se inclina hacia un lado puede representar un pene para el subconsciente. De los sueños ya lo dijo todo Calderón -incluso algo sabemos de las pesadillas húmedas y de soñar con muertos, como dice esta señora en el minuto 3.10-, pero de los sueños eróticos, y sobre todo de los que tiene una mujer, hay todavía algunas zonas oscuras por descubrir. Y empiezo desde ya.

De vuelta a mi lecho, donde no está Casillas, me siento aún excitada, tanto que es un poco doloroso, doy vueltas sobre las sábanas, las imágenes de mi escarceo madridista -los sueños sexis, como se sabe, suelen tener el elemento de la trasgresión, lo digo porque yo soy del Barça-, todavía siguen fijas en mi imaginación y siento que estoy muy cerca del éxtasis, por eso me toco.

Me siento obligada a hacerlo porque mi mamá me enseñó desde muy pequeña que debía terminar las cosas que comienzo. Me dispongo a tocarme, no como una conejita de Playboy, sino de verdad. De pronto ocurre algo patéticamente freak: no estoy mojada.

Al principio, temo ser presa de un cuadro de menopausia precoz entre gallos y medianoche, pero pronto me doy cuenta de que ni siquiera estoy excitada, o sea, sí que tengo ganas, pero mi cuerpo no se ha enterado de nada.

Lo supe sólo después y gracias a Internet, que tampoco es del todo de fiar: mientras que los sueños eróticos de los tíos acaban con hermosas erecciones nocturnas y otras tantas poluciones, resulta que los sueños eróticos femeninos rara vez producen lubricaciones u orgasmos en la vigilia.

Rabiosa con mi biología, intento despertar a mi consorte, pero tengo un arrebato de compasión (los que dormimos juntos aprendemos a valorar un sueño profundo tanto como un polvo largo) y lo dejo en paz. Me aplico entonces en hacerlo con el hombre invisible o, lo que es lo mismo, pongo a trabajar a mi dedo corazón, que tiene que empezar de cero y con vehemencia. Entonces, cuando la cosa ya marcha, cuando parece que el sueño húmedo por fin va a hacerse realidad, justo ahí, como en una escena de Aquí no hay quién viva o algo por el estilo, escucho la voz de mi vecino con problemas respiratorios: "¡Pero qué pasa, joder, todo tiembla! ¿Seísmo?" No, sueño seco.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_