Maldita buena suerte
La corrida se despeñaba en picado por el precipicio de la más miserable decadencia cuando, de pronto, salió el quinto y cambió el panorama. Y no es que fuera un toro de bandera, no, pero, en comparación con sus hermanos, fue una bocanada de aire fresco, pues acudió con alegría y fijeza a los capotes, empujó en el caballo, galopó con codicia en banderillas y embistió con casta a la muleta. ¡Qué más se puede pedir...! Dicho así, parece, todavía, mejor toro, pero enganchó al torero cuando lo citaba con la mano zurda y cambió su comportamiento, de modo que se empeñó en lanzar derrotes al aire, y el asunto ya no fue el mismo.
Pero fue un toro de triunfo. Sin duda. Y le tocó a un torero necesitado de oportunidades. Morenito de Aranda se llama el premiado. Y no aprovechó su suerte. Suele ocurrir: toda la vida buscando un toro que embista y, cuando te toca, y, además, en Madrid, el que huye es el torero. Es, lastimosamente, el sino de muchos aspirantes a la gloria que nunca llegan a alcanzarla.
Pereda/Leandro, Morenito, Fandiño
Cuatro toros de José Luis Pereda, y dos -segundo y tercero, de La Dehesilla-, bien presentados, inválidos, descastados y mansos. Destacó el quinto, encastado.
Leandro: pinchazo, casi entera ladeada y un descabello (silencio); pinchazo, media y dos descabellos (silencio).
Morenito de Jaén: estocada perdiendo la muleta (silencio); estocada (petición y vuelta).
Iván Fandiño: estocada tendida (ovación); media tendida, pinchazo y un descabello (silencio).
Plaza de las Ventas. 7 de mayo. Segunda corrida de la feria de San Isidro. Casi lleno.
Y no es que Morenito huyera, no. Es que su corazón no le permitió colocarse en el sitio que el toro requería. Lo recibió de salida con dos verónicas aceptables por el pitón izquierdo. Decidió, sorprendentemente, no aprovechar el turno de quites, e inició el tercio final por naturales. Pero muy despegado, precavido, con la muleta enganchada; dos naturales estimables y una bonita trincherilla dibujó en la siguiente tanda, y ahí se acabó la presente historia. En el nuevo cite llegó la voltereta, que le produjo una herida leve en la cabeza, un puntazo en el muslo izquierdo y distintas erosiones, y se apagó la llama de la ilusión. Se perfiló para matar y cobró una estocada de efectos fulminantes, que fue el preludio de una vuelta al ruedo. ¡Qué escaso bagaje para tan buena suerte...! Maldita mala suerte que te toque un toro de triunfo y se te vaya con las orejas al otro mundo. Durísima conclusión: cada uno está donde tiene que estar.
Y hubo otro toro que embistió, el sexto, con el que se lució Jarocho en banderillas, y que acudió a la muleta con fiereza y largura. Fandiño brindó al público y parecía dispuesto a comerse a su oponente. Pues no hubo festín. Aguantó dos tandas cortísimas -pésimo síntoma- de naturales mientras el toro embestía con codicia, pero permitió que se desvaneciera el encanto y se apagara el brío de su oponente. La conclusión es la misma que en el caso anterior.
Y que no salve de la quema, por Dios, el ganadero. Decir que sus toros tuvieron el comportamiento de los bueyes es hacerle un feo a los bueyes. Los cuatro primeros fueron engendros, monstruitos producidos por la dichosa manipulación genética. De guapa fachada, pero hundidos, paralizados, cobardes y de actitud desesperante. A Leandro, que abría plaza, le tocó un lote infame y nada pudo hacer. Ni un paso podía dar el primero, noqueado y moribundo, e ínválido y sin clase alguna el cuarto. No se sabe qué hubiera ocurrido si llega a tener suerte. La que tuvieron sus compañeros y la echaron por tierra. Maldita buena suerte...
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