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Manzanares supo cumplir

La tarde resultó espléndida para un domingo de toros, pues el clima ayudó como si se tratara de un día de otoño temprano. Era un cartel de toreros que merecía una mejor entrada, pero la crisis demostró que sigue cimbrando a los aficionados de la plaza. Aún así, fue una tarde que valió la pena no perderse.

Manzanares triunfó facturando faenas de incuestionable calidad a sus dos astifinos y salió por la puerta grande. Desde el inicio de la corrida se le veía concentrado, estudiando las habilidades de los toros de La Concepción, como quien no quiere perder detalle alguno de sus enemigos. Al tercero, lo atendió con verónicas suaves y pegadas para instruirlo en el capote, enseñanza que aprovechó para después llevarlo con finos delantales a la puya. A ésta no le reculó, aunque apenas se le tocó para no minarlo. En banderillas se vio que había toro para faena, y lo hubo. Con la muleta plantó naturales por la derecha con gran reposo y verticalidad. Éstos los hizo largos, bajándole la mano hasta hechizarlo con la pañosa. Por la izquierda el toro se resistía respondiendo con virajes rápidos que no amedrentaron al diestro español, lo que aprovechó para plantarse firme y animar al toro a acariciar la muleta. El público gritaba olés a la mejor faena de la tarde. A pesar de un fallido intento de espada debido a un extraño derrote del toro, la estocada final fue honda hasta la empuñadura y fulminante. Y la petición de oreja no se hizo esperar, misma que se concedió merecidamente.

Al quinto, le acomodó bien su nombre de Pajarraco. Era un toro suelto, manso y débil que no se prestaba para nada o para muy poco. Los tercios iniciales los pasó de noche. No fue al capote, rehuyó a la vara y de milagro aceptó las banderillas. A un toro así de aletargado, el torero alicantino tuvo que armarle una faena de naturales por la derecha con cambio de mano, que remataba con pases de pecho. Al entender el escaso recorrido del astado, tuvo que mostrar su maestría y valor acortándole la distancia para meterlo a la muleta. La estocada fue perfecta; honda, vertical y al centro. Hubo petición general de oreja y el juez de plaza acertadamente la otorgó.

Para Ernesto Javier, a pesar de su descalabro con el primero, resultó ser una buena tarde. No sólo porque tomó la alternativa como matador, sino porque también tuvo un buen resultado con el sexto del encierro. Desafortunadamente para El Calita el primer toro no fue otra cosa que un carivacado inválido indigno de ser toreado. Su debilidad era tal que cayó repetidas veces a la arena. No había toro. Y aún así, el joven matador puso todo su empeño y emoción para arrancarle faena a ese toro renegado. Por eso, lo toreó con naturales suaves, lentos y cortos, adelantándole la muleta para jalarlo a embestir, y rematando con pases en contrario. Sin embargo, lo poco que logró lo arruinó al momento de matar. Nunca le cogió el punto a la espada. Y así no se llega a ningún lado.

Con el sexto, El Calita regresó más relajado, intentando superar el trago amargo del primero. En éste corrió con mejor suerte. Aunque con el capote no tuvo méritos con la muleta demostró sus dotes de torero. Plantó naturales por la derecha largos y en redondo, obligando al toro a pegarse a la muleta. Logró conectarse con el burel y lo fijó y no lo soltó hasta escuchar las palmas de los aficionados. Hizo que rindiera la faena conjugando sentimiento, juventud y valor. Al matar, pinchó y después empujó una estocada honda tendida que provocó que el toro cayera. El público reconoció sus meritos y con palmas pidió salida al tercio.

Mejía es un matador curtido que sabe torear cuando se lo propone. Conoce todos los recursos para agradar a los aficionados, pero aún así, a veces no se aplica al descubrir el mejor lado del toro. En el segundo de la tarde nos agradó poniendo banderillas con gran estilo y precisión. Sin embargo, con la muleta sólo mostró detalles en sus naturales y los pases de pecho contrarios que aplicó al toro. Nunca acortó la distancia, ni logró el acuerdo entre toro y torero. Con el estoque, consiguió una media delantera con la que lo dobló. En el cuarto, se enfrentó a un enemigo noble aunque soso. Lo enfrentó con naturales a media altura, con algún remate de molinete. El toro no se desprendía de la muleta, pero al faltar variedad en los pases acabó por deshacerse la hipnosis que ataba al animal. Su estocada fue honda y tendida.

Al final, Manolo Mejía regaló un toro a la afición. Parecía que quería enmendar su deficiente entrega con sus astados de rigor. Pero le resultó algo peor que su lote inicial. Se topó con un burel de pobre estampa. El público, sin dar oportunidad al torero, injustamente protestó. Fue un regalo que nadie agradeció. Pero aún así, Mejía no se amilanó y lo toreó. Se esforzó por meterlo a la lidia, pero el toro era un manso que no entendía nada, que se la pasaba trotando y seguía de largo. Nunca pudo fijarlo y acabó por desentenderse de él. Con el acero primero lo pinchó, logrando después una estocada caída y tendida.

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