Un festival en el límite de la mente
Imaginación, virtuosismo y poesía marcan la 23 edición de Titirimundi
Está considerado el mejor festival de títeres y marionetas del mundo. Al menos así lo atestiguan no solo especialistas y expertos, sino los propios creadores de este género del espectáculo que sitúan a Titirimundi en el santa santorum de su oficio. Han convertido en ritual el peregrinaje primaveral a la ciudad castellana de Segovia que se convierte, este año del 8 al 13 de mayo, en una muestra internacional de lo mejor y más innovador que existe en torno a un género que por desconocido, sobre todo en nuestro país, provoca que los consumidores de exquisiteces culturales se estén perdiendo.
Lo que sí está claro para los conocedores de eventos en torno a las artes escénicas es que Titirimundi es el mejor festival que hay en España en lo que se refiere a relación calidad - precio. Cierto es que hay algún otro de mayores alharacas y relumbrones, pero a los programadores de esas muestras les querríamos ver con 431.000 euros, presupuesto de Titirimundi, con el que ofrece 407 actuaciones repartidas por varias ciudades de las que 217 se celebran en patios, calles, plazas, claustros, iglesias y los más variados rincones de Segovia capital. Y muchas de ellas gratuitas. Pero lo apabullante no viene por vía de lo cuantitativo. Lo realmente impresionante es la calidad artística de los espectáculos. Una calidad que traen tanto los que ondean la bandera de la tradición y lo clásico como el italiano Salvatore Gatto con su Pulcinella; el británico Rod Burnett con Punch & Judy; el pasacalles medieval de los españoles Titiriteros de Binéfar, el delicioso Circo de las Pulgas o el portugués Teatro de papel, fiel a la entrañable tradición de los salones del siglo XIX y con su réplica a escala del Teatro Nacional Sao Joao de Oporto, como los que acuden con las últimas innovaciones técnicas aplicadas al teatro de objetos, ya que se hace difícil aplicarles la nomenclatura clásica de marionetas o títeres.
Lo más impactante es la presencia de grupos portadores de nuevas tendencias y corrientes, la mayoría de ellas marcadas por lenguajes poéticos, por un derroche de imaginación inusitado y, mayoritariamente por el humor, incluido ese inteligente Don Juan de Pelmanec Teatre, que viajará la semana que viene al Teatro de la Abadía de Madrid de cuyo creador, Miquel Gallardo, ya hemos disfrutamos en la compañía de Jordi Bertran, que acude esta edición a Titirimundi. También en esos territorios está el esloveno Papelito, cuyo único manipulador, Brano Solce, logra fascinar basando todo su arte en unas cartulinas, unas buenas tijeras y unas manos excepcionales que se ha perdido la microcirugía mundial a favor del teatro de títeres. Y el argentino Titiritero de Banfield, los italianos Girovago & Rondella Theatre; los germanos rusos The Fifth Wheel; los finlandeses Nakupelle; los belgas Chemins de Terre; el impactante Théâtre de Romette venido de Francia o el búlgaro Atelier 313 que recoge lo mejor de la tradición del teatro de marionetas del este reinventándolo para el público del siglo XXI.
Y otros teatros que emanan directamente de la tradición a la que aplican, a falta de grandes recursos, grandes trabajos de investigación, como el búlgaro Teatro Estatal de Marionetas de Varna. Y españoles que vuelan a la altura de los mejores como Teatre L'Home Dibuixat, La Chana y Teatro Dos Mundos, entre otros.
Es imposible mencionarles a todos, son casi 50 compañías y lo único que se puede decir es que muchas rayan la excelencia, gracias al olfato del director Julio Michel, quien obra el milagro de esta muestra no solo porque viaje permanentemente en busca de tesoros que mostrar, o porque tiene una red de espías en los cinco continentes que le avisan de cuando hay algo excepcional y se va a verlo, sino sobre todo porque él es titiritero y entiende este universo desde las entrañas. Fundó Libélula junto a Lola Atance en los años setenta y con ello abrió nuevos caminos al mundo del títere.
Y junto a todos ellos Le cirque invisible de Jean Baptiste Thierrée y Victoria Chaplin, que inauguró ayer esta muestra y puso al público en pie ovacionando, después de emborracharle hasta el corvejón con los cócteles más poéticos, imaginativos, divertidos, sensuales, ingenuos y bellos que uno podría esperar de un circo que gasta bromas continuas a los espectadores a los que transporta a un paraíso mágico (también con números de magia). El surrealismo y la reinvención puestos al servicio de un tipo de espectáculo, que ha dado nombre al Circo Nuevo, con el que llevan fascinando más de treinta años y, lo que es mejor, con el que han conseguido una suerte de seguidores que están dando al secular género circense y de teatro de objetos savia nueva con la que salir de un cierto anquilosamiento y de ese perjudicial ¡más difícil todavía!.
Pero Michel no solo ha conseguido un festival que hoy ya es mítico y emblemático. También hay que atribuirle el mérito de que una ciudad entera se vuelque con la muestra y cualquier rincón, cualquier calle o placita sirve para mostrar un mundo que en muchas ocasiones pueden compartir muy diferentes generaciones, aunque como no podía ser de otra manera hay espectáculos para ver ya talluditos y aún así puede que tengamos pesadillas por la noche. Lo dicho, un extraordinario festival al que sólo hay que afearle el nombre, ya que el término infantiloide y obvio de Titirimundi no le hace justicia.
Muchos espectáculos del festival Titirimundi viajarán a muchas ciudades de Castilla y León y de la Comunidad de Madrid, así como a prestigiosos teatros de la capital madrileña como el Teatro de la Abadía y La Casa Encendida.
Babelia
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