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Javier Tomeo: "Escribir es como trabajar de albañil"

El autor se reencuentra en su nuevo libro, 'Pecados griegos', con Bruguera, donde publicó bajo seudónimo novelas del oeste en los cincuenta

La editorial Bruguera conserva en su archivo unas cuantas obras fáciles firmadas por un tipo llamado Keller. Las novelitas del oeste, las piezas de terror e incluso una historia de la esclavitud firmadas por Keller y otros seudónimos anglosajonizados que tenían más fuste en el mercado de los años cincuenta eran en realidad obra de un tal Tomeo. En 2009, el tal Tomeo y la editorial han vuelto a reencontrarse con la publicación de la última obra del escritor, Pecados griegos, tejida alrededor de una conversación a la luz de la luna entre Fedra y un enano adivino llamado Godofredo. Fedra quiere saber el significado de un gemido nocturno. Godofredo, precavido, quiere ahorrárselo. Por ese tira y afloja desfilan el panteón mitológico griego, anacronismos de un futuro por llegar, un mochuelo en ansioso celo y un mundo que nada tiene que ver con las obritas fáciles con las que Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) se buscaba un sobresueldo recién licenciado en Derecho y Criminología en la Barcelona de los cincuenta. "Iba por ahí repartiendo originales como quien reparte limosnas, aunque en este caso era al revés".

Pecados griegos se agazapaba desde hace años en las catacumbas del disco duro. "Hace unos meses me sumergí en los bajos de mi ordenador y descubrí cosas que había escrito y olvidado". La conversación entre Fedra y Godofredo nació a instancias de una actriz, que le pidió a Tomeo, autor adaptadísimo en la escena, que escribiera un texto para ella. "Pensé que podría convertirlo en una original novela. Fedra tiene muchos aspectos que se pueden extrapolar a nuestra época: el amor visceral, el ataque de cuernos, la fuerza del destino, los acontecimientos inevitables...".

Un escenario nuevo con las raíces de siempre. "Sigo escribiendo a base de automatismos psíquicos, soy casi testigo de lo que pasa, mis novelas llegan a veces a puntos que se me escapan, los personajes dicen cosas que se me acaban de ocurrir o que no se me habían ocurrido". Y de nuevo: final abierto, interactivo, que cada lector dé su puntilla. ¿Otra croqueta, de nuevo?

Aclaremos el absurdo interrogante. Juan Benet conoció a Tomeo durante un viaje por Alemania al que también acudieron Montserrat Roig, Álvaro Pombo y José María Guelbenzu. El consagrado Benet asistió a la expectación que generaba el principiante Tomeo entre la prensa germana. "Me acogió con mucha benevolencia, los cinco nos hicimos buenos amigos. A la vuelta, Benet dijo, con cierta displicencia: "Tomeo no está mal, pero sus novelas son como croquetas". "Tenía más razón que un santo, creo que el escritor escribe siempre la misma novela", añade.

-¿Y no corre el riesgo de agotamiento?

-Los críticos son los que se cansan. Yo nunca me canso de ver la puesta de sol. Lo que me cansa es leer una novela pretendidamente realista que no pasa de ser un reportaje literario.

En las espaldas de Tomeo se apilan más de una veintena de títulos (Amado monstruo, El canto de las tortugas o Los amantes de silicona, entre otros). Cada uno gestado con contribuciones cotidianas, ladrillo a ladrillo. "El escritor palentino Tomás Salvador decía que escribir era una cuestión de transpiración, no de inspiración. Yo pienso un poco así. A los escritores se les mitifica mucho, como si tuvieran que estar en éxtasis. Yo lo veo como el trabajo de un albañil que va haciendo el edificio cada día".

Alrededor de sus edificios literarios ha cuajado una red de incondicionales. Tomeo no es un autor de masas, sino de fieles, "marginal", dice él. Le han traducido al hebreo, al ruso, al polaco y otra quincena de idiomas. Entusiasma en Alemania. Hasta el extremo de protagonizar historietas que parecen salidas de su imaginación. Un lector alemán le pidió permiso para incluirlo en su testamento. La falta de respuesta -imputable al traductor de Tomeo- no le disuadió y, al año siguiente, volvió a la carga. "Entonces ya sí le contestó mi traductora, le di las gracias, no le decía que no, no vaya a ser que me perdiese un castillo en el Rhin". Y hasta hoy. Tomeo sigue sin saber si algún día tendrá una propiedad junto al Rhin o no, pero la oferta le ayudó a mitigar la sensación de soledad del escritor. "No estás tan solo como crees".

-Una última curiosidad. ¿Por qué se tapa en la foto del libro?

-No me gusta que me vean, busco excusas. Yo parezco un conductor de la Vasco Riojana, llevo la boina por dentro. No compraría nunca un libro mío si me viera la cara.

El escritor Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932).
El escritor Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932).FERNANDO GARCÍA

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