El festival con más clase
El South Pop, el lugar donde público y músicos se confunden
En la piscina del hotel Barceló de Isla Cristina, Huelva, un grupo de mujeres que ronda los sesenta practica gimnasia en una enorme piscina con la forma de la cabeza de Mickey Mouse, mientras un Dj pincha pop electrónico. A pocos metros matrimonios con niños de pocos meses toman el sol junto a melenudos tatuados inequívocamente anglosajones que beben gintonics con sus blancas pieles tornándose de un rosa intenso por momentos.
Ese era el paisaje el viernes pasado en las horas anteriores a que comenzara el South Pop, el último festival del verano. Una excentricidad promovida por el sello sevillano Green Ufos y el Ayuntamiento de esta villa marinera a once kilómetros de la frontera con Portugal que los organizadores denominan "festival low cost luxe". "Lo hemos montado desde la perspectiva más hedonista posible. Confiamos en que el año que viene el boca a boca haga que la gente traiga a otra gente", contaba Santiago Cotes, uno de los organizadores.
La idea es sencilla. Por unos 120 euros, lo que suele costar el abono de un festival de dos días, aquí se tiene dos noches de conciertos y habitación en un hotel de cuatro estrellas en primera línea de playa. Un alojamiento de lo más exquisito si se compara con las zonas de acampada de otros festivales y que además se comparte con los artistas. El auditorio es pequeño, pero cómodo, con un escenario (sólo uno) amplio y un sonido espléndido. No más de siete bandas por noche. Propuestas todas de ese indie de raíz folk-rock españolas y anglosajonas. Una zona de conciertos situada a menos de cinco minutos andando desde la habitación del hotel. Eso siempre que el asistente no se tope con algún grupo tocando en hall del hotel o se pare a tomar un cóctel en la piscina mientras pinchan los Loop Djs, un colectivo de Granada. El sueño de todo fan sibarita.
A pesar de todas estas exquisiteces, el público no acudió en masa. Tan sólo había 300 personas, muchas de ellas invitadas, en la primera actuación, la del estadounidense Castanets, otro de esos barbudos que están convirtiendo la escena del folk yanqui en algo tan apasionante como bizarro. Y eso que en esta ocasión limó las aristas que han hecho de su último disco una experiencia aterradora.
En una noche básicamente acústica después vino Guy Chadwick, el líder de House Of Love interpretó temas de su banda de origen hizo un show que era más de su banda origen que suyo propio; la neoyorquina My Brightest Diamond, un derroche de actitud y feminismo a lo PJ Harvey, y los alemanes The Robocop Kraus que derrocharon fiesta para cerrar una noche donde lo más destacado fueron los londinenses Tunng.
El quinteto inglés ya ha demostrado en sus tres álbumes ser la propuesta menos británica de su generación (está más cerca en espíritu y sonido a formaciones del otro lado del charco como Devendra Banhart o Vetiver). Y sobre el escenario ofrece un directo inquietante con ese sabor a algo sórdido escondido bajo la rutinaria superficie. Muy David Lynch . Tres voces, dos guitarras acústicas, un percusionista y un tipo lanzando loops. La Wikipedia llama a lo que hacen folktronica, y más allá de lo ingenioso de la etiqueta, lo interesante es lo ajustado que es a su sonido.
Claro que horas después cuando los asistentes más noctámbulos se concentraban en el único bar del pueblo que seguía abierto, el líder de Tunng contaba al cantante de Robocop Kraus que había llegado al final de una étapa. Su promesa: más electricidad y potencia en sus siguientes discos.
Esa es una de las cosas que han hecho a este festival algo especial: Tómate una copa con los artistas, comparte mesa o una charla. Apenas había diferencias entre músicos y público. En ocasiones eran incluso la misma cosa. El sábado unos tostados Art Brut y Mark Eitzel el líder American Music Club, asistían interesados al concierto de Jeremy Jay, un imberbe californiano con canciones más que potentes que parece un cruce entre Morrisey y Joy Division en versión maqueta. Es de suponer que esa crudeza pop fue lo que fascinó a Calvin Jonson, del sello K records, para ficharle. Jay fue el gran tapado del festival, un prometedor veinteañero que, fascinado con el concepto del certamen ha aceptado la oferta de la organización para volver el año que viene, aunque sea sin cobrar. También Art Brut se ha puesto a disposición de la organización para lo que quiera "La verdad es que tengo la bandeja de entrada llena de grupos queriendo repetir", comenta Santiago Cotes, desde la organización, "no son tontos, no".
Ahora sólo hay que confiar en que haya año que viene.
Babelia
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