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Reportaje:

Entre joya y florero

El Museo Marès exhibe una insólita colección privada de 'porte-bouquets'

Hay objetos que evolucionan con el tiempo y otros, fruto de determinadas circunstancias, que tienen vida breve y desaparecen sin casi dejar rastro. Es el caso de los porte-bouquets o porta-ramilletes, diminutos floreros, a medio camino entre la joya y el útil, surgidos de aquella fábrica de lujo y sofisticación que fue la corte de Versalles.

El uso del pequeño artilugio concebido para sujetar las flores, complemento indispensable de las damas elegantes, se extendió a las cortes europeas y paulatinamente a las damas de la alta burguesía, convirtiéndose en un objeto relativamente común durante el siglo XIX. Sin embargo, resultó poco acorde con la sensibilidad del nuevo siglo y ya en la década de 1920 había desaparecido de los catálogos de las joyerías.

Ahora el Museo Marès relata su historia en la exposición Porte-bouquets. Joyas insólitas de la colección Kenber, que presenta 130 piezas, reunidas a lo largo de 15 años por Bilgi Kenber, un ingeniero químico, nacido en Estambul y afincado en París, que posee la mayor colección del mundo de estos objetos.

Un ejemplar catalán

Se trata de la quinta vez que Kenber expone su colección y siempre ha sido en museos fundados por coleccionistas, como el de Mario Praz en Roma o el de Ernest Cognacq en París. Fue gracias a un porte-bouquet catalán que Kenber se puso en contacto con el Museo Marès, propietario de una minicolección de 12 obras, expuestas en la Sala Femenina.

La preciosa pieza, adquirida en un anticuario londinense, resultó no sólo ser una obra de Bagués-Masriera, los principales representantes del modernismo en orfebrería, sino precisamente la que los monárquicos barceloneses regalaron a la princesa Victoria Eugenia de Battenberg en 1906, con motivo de su boda con el rey Alfonso XIII. Fabricada en oro y decorada con diamantes, rubíes, esmeraldas, perlas y esmalte, es la obra más tardía de la colección.

A diferencia de otros objetos ornamentales que a menudo rayan lo kitsch, los porte-bouquets suelen ser delicados y refinados. La gran mayoría está dotada de un sistema de sujeción, alfiler, botón, corchete o cadenita, aunque por la diversidad de sus materiales, formas y decoraciones es difícil catalogarlos. Los hay de metal, filigrana de oro, plata, cristal, porcelana y tejido, con mangos de marfil, nácar, opal y cuerno; esmaltados y cincelados, con pinturas, relieves, coral y piedras preciosas.

Minúsculos elementos añadidos

Algunos incluyen minúsculos elementos añadidos: un abanico, un espejo, un cajita para rapé, un portarretratos, o un lápiz y un minicarnet para apuntar los pretendientes al baile, como el que llevaba Isabelle Huppert, caracterizada de Madame Bovary en la película de Claude Chabrol, que se proyecta en la exposición.

Como todos los coleccionistas, también Kenber tiene sus preferidos, los que utilizaron sus hijas en sus respectivas bodas: uno en forma de pequeña cornucopia con berilos y amatistas, de Gran Bretaña y otro fabricado con las características perlas de vidrio de Bohemia, de procedencia austrohúngara.

Kenber, que se define como monomaniático, llegó a los porta-ramilletes a través de las cucharas para tamizar azúcar, otra de sus pasiones, junto con los binóculos de opera. Ya ha llegado a reunir 120 de estas curiosas cucharas agujereadas, todas de plata y todas del siglo XVIII, a las que ha dedicado un libro, Les cuillères à sucre dans l'orfèvrerie française du XVIII siècle, y cuatro exposiciones.

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