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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esa cosa llamada error

Tras asistir a una representación teatral de El sueño de una noche de verano en la que participaba su hijo como actor, el novelista Charles Baxter llegó a la conclusión de que, si alguna vez tenía que escribir sobre el amor, sólo podría hacerlo desde el interior de los personajes que lo experimentasen. Para él, la forma literaria del amor sólo podía ser la polifonía de voces, un texto híbrido entre la novela y el teatro.

El resultado fue, años más tarde, El festín del amor -editada en nuestro país por RBA en el año 2001-, una obra narrada en primera persona por un alter ego del autor que, a lo largo de un paseo insomne bajo la noche estrellada, se iba encontrando con diversos personajes que incorporaban su personal historia al conjunto. En las páginas de Babelia, Rodrigo Fresán escribió que las entradas y salidas de escena de los diversos personajes se sucedían "con la shakespeareana elegancia de quien sueña despierto durante una larga noche de verano luego del más platónico de los simposios mientras al fondo suena una pequeña música nocturna".

EL JUEGO DEL AMOR. Dirección: Robert Benton. Intérpretes: Morgan Freeman, Greg Kinnear, Selma Blair, Radha Mitchell, Fred Ward. Género: Drama. Estados Unidos, 2007. Duración: 102 minutos.

En El juego del amor, la adaptación cinematográfica que, con la ayuda del guionista Allison Burnett, ha hecho Robert Benton del texto de Baxter, todo es más banal, menos poético y peligrosamente limítrofe con una sentimentalismo casi de telefilm. Para empezar, cineasta y guionista han tomado una decisión funcional que extirpa de la pantalla toda sombra de juego metaliterario: el Charlie Baxter que articula las tramas de la novela ha sido suplantado por uno de los personajes con los que se cruzaba, el profesor Harry, encarnado en la pantalla por un Morgan Freeman en clave de demiurgo sabio y bueno que abre la puerta a cierta comicidad involuntaria. Freeman parece estar retomando su papel de Dios de las comedias de Tom Shadyac -Como Dios (2003) y Sigo como Dios (2007)-, como si volviera a ponerse un traje que le resulta demasiado cómodo: su personaje lo sabe todo sobre las debilidades humanas, reparte consejos y sabiduría con la facilidad con que se toma un café, pero eso (y ahí Benton aporta su toque melodramático) no impide que cargue con una vieja culpa. La interpretación de Freeman aporta una de las claves de la película: todos los actores dan vida a su propio cliché, desde ese Greg Kinnear con el estigma del perdedor grabado en la frente hasta esa Selma Blair de mirada turbia y secreto lésbico en el fondo de armario, pasando por un embrutecido Fred Ward y una Radha Mitchell que puntúa su carnal sofisticación fumando cigarrillos orgánicos.

"El juego del amor" trivializa sus fuentes y compone un mosaico sacarinado de amores y desamores. Su mensaje, no obstante, no deja de estar cargado de verdad: en las cuestiones del sentimiento, lo mejor es intentarlo, exponerse al error... vivir, en suma. Es lo que tendría que aplicarse Benton, director de escueta trayectoria: si se pusiera más veces tras la cámara, quizás no dolería tanto este puntual error.

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