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Reportaje:

Problemas reales en un mundo de apariencias

José Ovejero reflexiona en 'Nunca pasa nada' sobre el drama y la soledad de miles de inmigrantes al llegar al mundo desarrollado

Una casa cualquiera en un barrio de Madrid, un matrimonio joven con una hija de cinco años y una ecuatoriana de 19 años (Olivia) que trabaja de asistenta. Nada que no pueda encontrarse en miles de hogares. Nunca pasa nada (Alfaguara) narra los problemas de una joven inmigrante para pagar la deuda contraída con la mafia que le prestó el dinero para llegar a España. En esta novela de título irónico, José Ovejero (Madrid, 1958) muestra un increíble dominio de los diálogos y del castellano hablado en otros países, y descubre un sinfín de puertas abiertas en un mundo donde impera lo aparente.

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'Nunca pasa nada'

Ovejero contrasta los pequeños problemas de la vida cotidiana con las enormes dificultades que agobian a muchos inmigrantes. Se trata de una reflexión sobre el verdadero drama de quienes abandonan a sus familias, se dejan coaccionar por mafias y se adentran en la soledad para intentar mejorar sus vidas en el mundo desarrollado. Pero el autor sostiene que cuando empieza una novela no tiene un objetivo ético, político o social. "Lo único que pretendo es contar una historia, desarrollar unos personajes que se me han ocurrido, ponerlos a interactuar, pero a veces de esa interacción surgen temas de relevancia social o ética", afirma.

Desde que ganó el Premio Ciudad de Irún 1993 con su poemario Biografía del explorador, Ovejero ha cultivado prácticamente todos los géneros, como su libro de viajes China para hipocondríacos, merecedor del Premio Grandes Viajeros 1998, y su novela Las vidas ajenas, ganadora del Premio Primavera 2005. Pero Ovejero prefiere la novela. "Siempre me he sentido más cómodo, es decir, más seguro de lo que estoy haciendo, con la novela y los relatos que con los demás géneros. Lo que sucede es que cada género permite expresar cosas distintas, narrar de otra manera, y por eso nunca he querido limitarme a ninguno de ellos; todos me interesan. Lo habitual es que alterne novela con una obra de otro género", explica.

Olivia es un personaje a quien el autor trata con una delicadeza exquisita, como si él mismo se hubiera enamorado de las virtudes morales representadas por esta ecuatoriana todavía poco preparada para las miserias ocultas en la opulencia del primer mundo. "Todos tenemos cosas que no queremos que los demás sepan, señora Carmela. Cada familia guarda sus basuritas", dice en cierto momento Julián, jardinero de la pareja y matón encargado de cobrar la deuda de Olivia. Ovejero asegura que no crea personajes abrumados por la vida: "Es la gente la que está cargada de problemas, aunque tienda a ocultarlos. Y como el punto de partida de mi escritura es siempre una mirada a lo que me rodea, no me queda más remedio que trabajar con personajes problemáticos".

En Nunca pasa nada se reflexiona, tal vez como muy pocas veces, sobre la repercusión de la inmigración, que ya ha trascendido la esfera de lo político para instalarse en la de lo privado. Ovejero lanza preguntas a las que muchos ciudadanos aún no han dado respuesta: ¿Conocen realmente los españoles la cultura de los inmigrantes? ¿Y al contrario?

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