Una muestra descubre al Miró comprometido
La Fundación Miró de Barcelona abre una muestra que analiza las dos últimas décadas de vida del pintor, su periodo menos estudiado
Cuarenta obras de Joan Miró realizadas entre 1956 y 1983 se exhiben desde hoy en la Fundación Miró de Barcelona en una exposición que analiza los últimos dos decenios de su vida, un período poco estudiado en el que el artista se muestra sensible a los hecho sociales y políticos del momento.
En el recorrido se puede contemplar unas pinturas que, según la directora de la Fundación y comisaria, Rosa María Malet, demuestran que Miró, a pesar de haber llegado a la madurez y haber obtenido el reconocimiento internacional, sigue teniendo cosas que decir y nuevas vías para explorar".
La creación de estos últimos años muestra una predilección por los grandes formatos, una opción que tiene mucho que ver con su instalación en el espacioso taller de Palma, el contacto con el expresionismo abstracto norteamericano y la realización de algunos encargos murales que ofrecen a Miró distanciarse de la pintura de caballete y de acercar su arte a la gente.
Una pintura más humana y social
"El vuelo de la libélula frente al sol" (1968), quizá evolución de la letra 'o' acentuada de Miró, y, sobre todo, el tríptico "Azul" (1961), prestada de manera excepcional por el Centro Pompidou de París, son dos ejemplos claros de ese nuevo proceder del artista.
En este período, concreta Malet, se produce "un desplazamiento de los intereses de Miró", que da prioridad a los temas más vinculados al entorno y a los valores de orden moral, social o de actitud humana, en detrimento de otros procedentes de fuentes literarias, de la expresión de sentimientos amorosos y de connotaciones eróticas.
En estas décadas, Miró "es sensible a la situación política del momento, se sitúa a favor de su país y de la libertad, explora nuevos caminos y expresa nuevos conceptos". En sintonía con las reivindicaciones de los estudiantes franceses pinta una tela titulada "Mayo 1968" y hace, en testimonio de su repulsa por la sentencia de muerte del joven anarquista Salvador Puig Antich, el "Tríptico de la esperanza del condenado a muerte" (1974).
En opinión de la comisaria, esta última etapa de su obra se caracteriza por la coexistencia de dos vías. "Por un lado, una atmósfera tranquila, en la que el espacio, el vacío, transmiten su vibración, su ritmo, su emoción; obras de clara influencia japonesa, desde los títulos, breves poemas que recuerdan a los haikus, hasta la pincelada, que evoca la caligrafía japonesa". El segundo estilo se caracteriza por "la violencia, la agresividad, que provienen del dramatismo y la tensión que la presencia del negro y la densificación de las superficies generan".
En estas obras se aprecia, comenta Malet, "un interés por las aportaciones de los artistas más jóvenes, como el uso del propio cuerpo para pintar o el rechazo del mercantilismo". El color negro se convierte en indispensable y constituye el nexo de unión entre las dos vías de creación mironianas.
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