Discurso de Ann M. Veneman
Directora ejecutiva de Unicef
Majestad,
Altezas Reales,
Galardonados,
Señoras y señores:
Es, desde luego, un gran honor recoger en nombre de UNICEF el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, uno de los galardones más prestigiosos de España.
Con profundo respeto, nos unimos a los demás premiados de esta edición y a los de los veinticinco años transcurridos desde que se crearon los Premios.
Los Premios Príncipe de Asturias celebraron su XXV aniversario el año pasado. Y para UNICEF es un honor especial recibir este galardón en este, nuestro 60 aniversario.
Cuando se fundó UNICEF en 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, intervenía principalmente en Europa y Japón, proporcionando ayuda de emergencia a niños necesitados.
Con el paso de los años, el ámbito de trabajo de UNICEF se ha extendido y abarca hoy a los millones de niños de todo el mundo - desde África hasta América Latina - cuyas vidas son marcadas por la pobreza, el conflicto y las emergencias.
UNICEF se ha transformado durante los últimos sesenta años desde sus comienzos precarios, hasta convertirse en una organización dedicada a mejorar el bienestar de los niños, sea o no en situaciones de emergencia.
La organización sigue trabajando incansablemente para proteger a los niños de los males y de las enfermedades, para darles alimento y la oportunidad de aprender y llevar vidas fructíferas.
Gran parte de los hambrientos, desnutridos, desharrapados, los sin techo, analfabetos, explotados y desplazados del mundo son niños.
De hecho, los niños están en el centro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que van desde la erradicación de la pobreza extrema y del hambre hasta el logro de la enseñanza primaria universal y la igualdad de género, desde la reducción de la mortalidad infantil y materna, y la lucha contra el sida y otras enfermedades, hasta conseguir la sostenibilidad del medio ambiente y el desarrollo de una asociación global para el desarrollo.
Cuando hacemos inventario de los últimos 60 años, constatamos que se han dado grandes pasos hacia delante, no sólo para los niños de Europa y parte de Asia sino también para millones de niños en el mundo en desarrollo.
El mundo ha sido testigo en los últimos sesenta años de más avances contra la pobreza y más progreso en beneficio de los niños que en los quinientos anteriores.
Entre 1960 y 2004, la media de la tasa de mortalidad de los menores de cinco años en los países en desarrollo pasó de 222 a 87 muertes por cada 1000 nacimientos.
En los años 80, la tasa media de inmunización en la mayoría de los países en vías de desarrollo rondaba el 10 al 20 por ciento.
Hoy, la inmunización con vacunas habituales ha llegado a más del 70 por ciento de los niños de todo el mundo.
Ahora el mundo está libre de la viruela, la primera de las principales enfermedades en ser erradicada.
Ahí donde la poliomielitis era una epidemia, se han hecho extraordinarios progresos y hoy unos 175 países están libres de ella.
Aproximadamente mil millones de personas más que en 1990 tienen acceso hoy a agua segura.
Y hay más niños escolarizados hoy que nunca.
Pero queda mucho por hacer.
Todavía vivimos en un mundo donde más de dos mil millones de personas viven con dos dólares al día o menos.
Vivimos en un mundo donde más de 10 millones de niños al año se mueren por causas que en gran medida se pueden evitar, como la enfermedad y la malnutrición.
Vivimos en un mundo donde los desastres naturales, la explotación, la hambruna y el hambre todavía ponen en peligro la paz y la estabilidad.
Cada minuto, otras nueve personas se contagian de sida y uno de ellos, como mínimo, es menor de quince años.
Durante todos mis viajes para UNICEF, he visto muchas de las caras que esconden estas cifras.
He conocido a supervivientes del genocidio de Ruanda. Me han hablado de mujeres escogidas para ser violadas por soldados portadores del virus del sida.
He visitado a las víctimas del terremoto de Pakistán apenas unos días después, en el que miles de niños perdieron la vida cuando el seísmo derrumbó sus escuelas.
He visto a mujeres y bebés en países como Malawi que se están muriendo de sida.
He hablado con niños que el tsunami en India y Sri Lanka convirtió en huérfanos.
He conocido a jóvenes rumanas obligadas a prostituirse en Irlanda por traficantes de sexo.
Y he hablado con una huérfana de 12 años en la República Democrática del Congo que fue brutalmente violada por cuatro hombres, en una zona donde la violación sirve como arma de guerra.
Estos niños, y millones como ellos, son los que apelan a nuestra conciencia colectiva y dependen de nuestra acción colectiva.
En nombre de estos niños, y de todos los niños del mundo, UNICEF recoge este galardón con profunda gratitud. Gracias.
Babelia
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