Chillida, una vida dedicada a experimentar con lo desconocido
Como alguien que intenta cada día experimentar con lo desconocido, así quería ser recordado este vasco universal
Eduardo Chillida Juantegui nació en San Sebastián el 10 de enero de 1924, en un ambiente de amor por las artes inspirado por su padre, Pedro Chillida, y su madre, la soprano Carmen Juantegui.
Como alguien que intentaba cada día experimentar con lo desconocido. Así quería ser recordado Eduardo Chillida, un artista marcado por los verbos buscar, dudar y preguntar, cuyo anhelo final puede desde hoy hacerse realidad.
A los 19 años se trasladó a Madrid para estudiar arquitectura, estudios que abandonaría cuatro años más tarde. Por esta época ayudó como portero titular de la Real Sociedad a que el equipo consiguiera el ascenso a Primera división en 1943. Sin embargo, una lesión le obligó a dejar el fútbol.
Sus primeras piezas escultóricas datan del año 1947, justo un año antes de trasladarse a París, lo que marcaría definitivamente su trayectoria. De esta época destacan sus obras en yeso.
En 1950 vuelve a España y comienza a trabajar en la fragua en Hernani, donde logra desarrollar plenamente su pericia con la forja y el soplete, que le ha hecho mundialmente conocido. Ese mismo año realiza su primera exposición en París. Hasta 1954, su actividad se centra en las esculturas metálicas, para dar el salto a las de granito a partir de entonces. Al tiempo, comienza a desarrollar su habilidad con el dibujo y el grabado, en especial en el marco de la literatura, con ilustraciones de libros, como ocurre, por ejemplo, con la publicación de Más Allá de Jorge Guillén.
En los cincuenta su nombre se hace conocido internacionalmente y empieza a exponer en París, Nueva York, Chicago, Venecia, donde recibirá en 1958 el Gran Premio lnternacional de Escultura. Las décadas de los 60 y 70 serán años de premios y exposiciones en todo el mundo.
Creador emblemático
En 1977 instalará el Peine del Viento, tres aceros de diez toneladas cada uno colocados sobre las rocas de San Sebastián, al final del paseo Ondarreta, en pleno acantilado, que interrogan al mar por el significado de su fuerza, y convertidos ya en símbolo de la capital donostiarra.
Los últimos años del artista han estado jalonados por premios y seminarios sobre su obra, celebrados en todas las partes del mundo. Una grave enfermedad le ha mantenido retirado desde hace un par de años.
Creyente, amante de su tierra y de su familia, tenía ocho hijos y más de 20 nietos, Eduardo Chillida dedicó más de cincuenta años a resaltar en el espacio la naturaleza del arte. Merecedor de los premios internacionales más prestigiosos y miembro de varias academias de las artes, sus obras forman parte de las mejores colecciones artísticas de todo el mundo y se reparten por los más importantes enclaves urbanos del planeta.
Entre sus innumerables reconocimientos, cabe destacar la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en Madrid (1981); el Premio Europäischer der Künste en Estrasburgo; Miembro Honorario de la Royal Academy of Arts de Londres (1983); el Grand Prix des Arts et Letres de París (1984) y el Premio príncipe de Asturias de las Artes (1987).
"Sin el vacío no hay nada"
Su muerte hoy, a los 78 años, deja un gran vacío, ese concepto que para él era tan fundamental. "Sin el vacío no hay nada. Es el gran pozo del cual se pueden sacar ayudas para todo", decía días antes de que el Museo Reina Sofía le dedicase, en 1998, una gran exposición antológica, y tiempos en los que el artista luchaba contra una fuerza pesada y oscura llamada depresión.
Una enfermedad que intentó mitigar escuchando a Bach, su gran maestro, aunque siempre le gustase recalcar que no hay maestros -"Nadie puede enseñarte nada, porque cada uno tiene su vida-", y dando largos paseos por la montaña y el mar. Un mar Cantábrico de luz oscura que le vio nacer, que le inspiró en muchas ocasiones sus obras y del que nunca pudo desprenderse hasta ahora.
Vasco universal
Chillida se definía como "un vasco universal". "Soy vasco y quiero mucho a mi país. Los vascos debemos defender lo nuestro, pero sin olvidar nunca que somos hermanos de los demás hombres. ¿Por qué no intentar que este planeta Tierra, tan pequeño, sea un gran país"?, se preguntaba, una vez más.
Un loco por las montañas vacías que se ha ido sin ver otro de sus sueños hecho realidad, la aventura de horadar la montaña del Tindaya, en la isla canaria de Fuerteventura, una idea que no ha cumplido y que le tuvo desvelado desde que hiciera suyo el verso de Jorge Guillén: "Lo profundo es el aire".
Pero, a pesar de sus dudas, Eduardo Chillida dejó escrito algo que para él era incuestionable. "De la muerte, la razón me dice: definitiva. De la razón, la razón me dice: limitada". Y en esta ocasión tampoco le ha fallado.
Babelia
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