Lección periodística de Bonifacio de la Cuadra
El autor evoca la gran exclusiva de la imputación de Jordi Pujol, que el histórico corresponsal político de EL PAÍS publicó en los años ochenta
Una de las escenas más magnéticas de Los archivos del Pentágono es la de la conversación entre Ben Bagdikian y la fuente que había filtrado al The New York Times los papeles sobre la guerra del Vietnam. Era 1971 y Bagdikian era editor adjunto de la sección de noticias nacionales del Washington Post. Intuye quién puede ser. Consigue una pista para localizar al analista de defensa Daniel Ellesberg. Contactan. Para protegerse, su fuente le pide que salga de la redacción y retomen la conversación desde una cabina. En el primer diálogo le dicta un número que no tiene tiempo de apuntar. Lo memoriza. Llama. Se citan en Boston.
A Bonifacio de la Cuadra, fallecido este miércoles a los 83 años, le ocurrió algo similar cuando consiguió una de sus grandes exclusivas. El 19 de mayo de 1984 EL PAÍS informó en primera página de la presentación de la querella criminal por parte del Fiscal General del Estado contra los directivos de Banca Catalana por presuntos delitos de apropiación indebida y falsedad en documento mercantil. Uno de los querellados era el president de la Generalitat, Jordi Pujol.
Bonifacio de la Cuadra consiguió su exclusiva, primero, porque el viernes día 18 estaba donde debía estar. Ante la Fiscalía General del Estado. Pero podría no haber sido él. El caso lo seguía un periodista de Barcelona que no pudo desplazarse a Madrid, pero sí advirtió a la redacción de Madrid que podría celebrarse una reunión entre los dos fiscales que investigaban a Banca Catalana y el Fiscal General Luis Antonio Burón Barba. Y como De la Cuadra se plantó en la puerta de la Fiscalía, vio a Mena y a Villarejo y mantuvo con ellos una primera conversación en la cafetería Riofrío. “De entrada no me dijeron nada importante”. El periodista se pasó tres horas esperando en Fiscalía.
Cuando vio salir a los dos fiscales, los abordó de nuevo. Retomaron la conversación en la cervecería Santa Bárbara. Le dijeron que la reunión había ido bien: el Fiscal General asumió su responsabilidad y, ante los titubeos que existían en la fiscalía de Barcelona, decidió que se interpusiese la querella. Le dieron más detalles, pero siempre con una condición: el periodista no podía tomar notas. Al salir salió disparado hasta su coche y empezó a anotar todo lo que recordaba, sobre todo los tipos penales, en un panfleto de Comisiones Obreras que tenía la parte de detrás en blanco.
Se fue a la redacción. Informó primero a un subdirector cuya primera redacción fue preguntarle si la información podía aguantarse hasta el domingo. Como De la Cuadra sabía que tenía una bomba entre manos, llamó directamente a Juan Luis Cebrián. Al cabo de pocos minutos, el subdirector le confirmó que la noticia se publicaría el sábado. Pocos minutos después, Cebrián llamó a De la Cuadra para que asistiese a la reunión donde se decidía la portada del día después. Un redactor jefe advirtió de lo que estaba en juego. “¡Coño, se trata del presidente de la Generalitat!”. Cebrián le calmó diciendo que la querella no la presentaba el periódico, sino el Fiscal General y le preguntó a Bonifacio de la Cuadra si tenía la confirmación de Burón Barba. “Sí, sí, lo cuento en la información”.
El director de la edición catalana de EL PAÍS ―Antonio Franco, otro gran nombre del periodismo de la democracia― intuía que si Pujol sabía que iba a publicarse la información haría gestiones para impedirlo. No lo llamó. Pero esa noche o la madrugada del sábado, Pujol lo supo. Alguien lo chivó al director de TV3 y Alfons Quintà llamó a Lluís Prenafeta, secretario general de presidencia de la Generalitat. Al cabo de pocos instantes hubo una reunión de urgencia en el piso de Pujol, donde se empezó a perfilar la estrategia de defensa. Legal y política. Este fue el titular: Inminente querella del fiscal Estado contra Jordi Pujol y otros responsables de Banca Catalana. La mañana del sábado Pujol abroncó por teléfono a Franco. Pocas semanas después se solapó la investidura de Pujol, que había ganado las elecciones de abril de 1984 por mayoría absoluta, con una manifestación de desagravio por la interposición de la querella. En la Plaça Sant Jaume se quemaron ejemplares de EL PAÍS y el periodista Andreu Missé, que estaba allí, escuchó a un grupo de manifestantes que discutían la posibilidad de asaltar la redacción del periódico.
Fue Bonifacio de la Cuadra quien desveló los entresijos de su exclusiva porque los reveló a su colega Pere Ríos, otro periodista de tribunales que lamentablemente también murió este año. Todo está contado en la gran investigación Banca Catalana: caso abierto, de Ríos. En la entrevista que se reproduce el libro, y que se celebró en el Riofrío, De la Cuadra quiso hacer constar algo que define su profesionalidad. No rompía su secreto profesional. Antes sus fuentes ―los fiscales Mena y Villarejo― ya habían dado su versión de la filtración a Ríos. Deontología hasta las últimas consecuencias. Y algo que nunca olvidó: los fiscales no le dejaron tomar notas. Como el protagonista de una película sobre los años dorados del periodismo.
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