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China teje la red más ambiciosa del mundo para transportar su energía limpia

Pekín apuesta por un sistema de transmisión de ultra alta tensión para integrar su enorme producción de energías renovables en una red nacional interconectada

Inma Bonet

En el borde del desierto de Tengger, en el norte de China, el silbido del viento se cuela entre las aspas de un ejército de turbinas eólicas, mientras el sol cae a plomo sobre un mar de paneles solares. Desde ese remoto paisaje de luz y arena, en la región autónoma de Ningxia, arranca una vía eléctrica que atraviesa montañas, mesetas y valles hasta llegar a Hengyang, en el corazón industrial de la provincia de Hunan, en el sur. A lo largo de 1.616 kilómetros de cables y atalayas de acero viaja parte del flujo eléctrico que mantiene encendido el país: la infraestructura de ultra alta tensión (ultra high voltage en inglés, UHV) con la que China busca blindar su red frente a apagones y redibujar su mapa energético en plena carrera hacia la transición ecológica.

“Esas torres están ahí desde el año pasado”, señala desde la entrada de su casa una aldeana de Quanhu, a 36 kilómetros de Hengyang. Su marido trabaja la tierra y observa extrañado. Viven al lado de una gasolinera entre pequeñas colinas. Muy cerca se erige una torre de transmisión, una de las tantas que dibujaban el horizonte en el camino hasta ese lugar. Sabe que hay un receptor cerca que genera electricidad, pero no entiende a qué se refiere la reportera cuando pregunta por “energía renovable”.

La línea UHV Ningxia-Hunan es una de las redes eléctricas más ambiciosas del gigante asiático. Diseñada para transmitir corriente continua a ±800 kilovoltios, tiene capacidad de 8.000 megavatios y puede enviar más de 36.000 gigavatios hora (GWh) de electricidad al año, suficiente para abastecer a unos 10 millones de hogares, según datos de State Grid (el operador estatal responsable de la red eléctrica nacional) citados por la agencia Xinhua.

La electricidad recorre cinco regiones (Ningxia, Gansu, Shaanxi, Chongqing y Hubei) antes de llegar a su destino con una pérdida inferior al 3% por cada 1.000 kilómetros, frente al 6% o 7% que se esfumaría en una red convencional. Inaugurada este año y a pleno rendimiento desde agosto, es, además, la primera línea de este tipo concebida para transportar mayoritariamente energía verde. Está alimentada por centrales con una potencia total de 17,6 GW, de los cuales 9 GW provienen de fotovoltaica y 4 GW de eólica.

“La tecnología verde lidera la conversión energética y la conciencia ambiental construye el futuro”, reza un cartel afuera de uno de los edificios de la estación receptora de Hengyang, a donde se desplazó EL PAÍS recientemente.

China avanza en su transición energética a una velocidad que supera sus propias previsiones: en 2024 ya había alcanzado la capacidad eólica y solar prevista para 2030, con más de 1.630 GW instalados, y en abril las energías limpias superaron por primera vez el 25% de la cuota de generación nacional. El presidente Xi Jinping anunció en septiembre durante la Cumbre Climática de la ONU nuevas metas para 2035: 3.600 GW de capacidad instalada y una cuota de electricidad generada por renovables superior al 30%.

Pero el reto es que buena parte de esa energía limpia se produce en regiones que generan mucho más de lo que pueden consumir, en los vastos desiertos y mesetas del norte y oeste del país, escasamente poblados, y lejos de los grandes centros urbanos e industriales, concentrados a lo largo de la costa este.

Para conectarlos, China ha apostado por construir un sistema de transmisión basado en redes UHV que permite reorganizar el flujo eléctrico en función de la demanda. Esta capacidad de despacho interregional, afirman los investigadores Yubao Wang, Junjie Zhen y Huiyuan Pan en un artículo publicado en la revista Sustainability, optimiza el aprovechamiento de las renovables y eleva la eficiencia energética de las empresas, al reducir la dependencia de fuentes locales más contaminantes y mejorar la coordinación entre distintas redes.

La señora Hu, de 55 años, regentaba un restaurante en Hengyang. Recuerda que alrededor de 2005 había, de media, tres apagones a la semana. “Casi siempre era porque se superaba el límite energético”, explica. Insiste en que poco a poco “la cosa ha cambiado” y asegura que en los últimos 10 años “no ha habido problemas de corriente”. Aunque está a favor de los avances ecológicos de China, cree que “hay falta de conocimiento” sobre los efectos para la salud de vivir cerca de las torres de transmisión y de la exposición a campos electromagnéticos.

El impulso a las líneas UHV comenzó en 2009, cuando China se convirtió en motor de inversión y empleo tras la crisis financiera global. Después del accidente nuclear de Fukushima en 2011, el Gobierno reforzó aún más la apuesta; frenó la construcción de reactores cerca de ciudades y priorizó la transmisión eléctrica desde zonas remotas.

En los últimos cinco años, la longitud total de sus líneas UHV ha pasado de 28.000 kilómetros a más de 40.000, según las cifras más recientes de la Administración Nacional de Energía. El país cuenta actualmente con 45 líneas UHV (una de corriente alterna de ±1.100 kilovoltios, 21 de 1.000 kilovoltios y 23 de corriente continua de ±800 kilovoltios). Pekín prevé que, al cierre de 2025, la capacidad de transmisión oeste-este supere los 340 GW, un aumento del 25% respecto a 2020, y suficiente para abastecer alrededor de 230 millones de hogares chinos.

En comparación, en Europa, los enlaces eléctricos más potentes (como el Viking Link entre Reino Unido y Dinamarca o el Nord Link entre Alemania y Noruega) operan a ±500-525 kilovoltios y pueden transportar alrededor de 1.400 megavatios.

Aunque la Administración Nacional de Energía ha hecho de su expansión una prioridad, la realidad avanza a otro ritmo. Planificar y construir estas líneas requiere tiempo, y “ni China puede desarrollarse tan rápido”, señala David Fishman, analista energético afincado en Shanghái, en un intercambio de mensajes.

Energía no aprovechada

En el primer semestre de 2025, la proporción de energía solar que no llegó a aprovecharse aumentó del 3,9% al 6,6% en términos interanuales, y en el caso de la eólica pasó del 3% al 5,9%, en parte porque la red no era capaz de transportar toda la producción.

China tiene un apetito voraz de electricidad, con una tasa de crecimiento del 7% anual. La Organización Internacional de la Energía (OIE) estima que uno de cada diez coches que circula en sus carreteras es eléctrico; en 2024, de los 17 millones de vehículos eléctricos que se compraron en todo el mundo, 11 millones se adquirieron en China, según la OIE. Además, el funcionamiento íntegramente eléctrico de los más de 48.000 kilómetros de vías de alta velocidad y la sustitución progresiva de combustibles fósiles en diferentes industrias, como la siderúrgica, han elevado el consumo a niveles inéditos.

Esa gigantesca demanda provoca que siga siendo muy dependiente del carbón. Es la otra cara de la moneda: aunque China planea alcanzar su pico de emisiones de dióxido de carbono (CO₂) al cierre de esta década, es el mayor emisor del planeta en términos absolutos ―no per cápita―, y responsable del 30% de gases de efecto invernadero y del 90% del crecimiento de las emisiones de CO₂ desde 2015, según Carbon Brief, un medio especializado del sector.

Fishman apunta que China “necesita” que toda la energía renovable que genera “entre en operación” para limitar el crecimiento de las emisiones. “Por eso las líneas UHV son ahora más importantes que nunca”, enfatiza. Las emisiones de CO₂ de China descendieron un 1,6% interanual en el primer trimestre de 2025 y un 1% en los últimos 12 meses. Es la primera vez que una reducción está directamente ligada al aumento de la capacidad de las energías renovables y sin que haya una desaceleración de la demanda de energía, según un estudio publicado en mayo por Carbon Brief.

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Sobre la firma

Inma Bonet
Es la colaboradora de EL PAÍS en Asia desde 2021. Reside en China desde 2015, primero como estudiante de chino y de un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín (BFSU), y luego como periodista. Antes de unirse a este diario trabajó en televisión y radio.
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