Cuando los planes contra la extinción funcionan: el ejemplo del lince, el búfalo, el kakapo y la ballena jorobada
Un estudio de 67.217 especies en peligro muestra el éxito de los programas de conservación en todo el mundo, en medio de una crisis global en la que el número de especies que disminuyen es seis veces mayor que las que mejoran


Pasar de 94 individuos a más de 2.000, como ha ocurrido con el lince ibérico, no es cuestión de suerte; tampoco que el bisonte europeo, cazado hasta su extinción a principios del siglo XX, vague ahora por zonas de Europa del Este o que las ballenas jorobadas y azules, que casi desaparecen por la caza, y el kakapo, un loro no volador de Nueva Zelanda, estén resurgiendo. Detrás de estas historias de éxito aparecen programas de recuperación específicos que han logrado sacar a los animales del pozo en el que se extinguían.
“Es una señal contundente de que la conservación funciona”, señala Ashley Simkins, del Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge y autora principal de la investigación, publicada en la revista científica Plos Biology. Para llegar a esta conclusión, han examinado el estado de 67.217 especies incluidas en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ―la base de datos de este tipo más completa del mundo―. De todas las que se encuentran en este listado, más de la mitad (el 51,8%) han sido objeto de programas de recuperación, la mayoría en áreas protegidas.
Pero no es sencillo dar con la tecla adecuada, lo más habitual es que se apliquen varios procedimientos y no se acierta siempre. Aunque se consiga reducir el riesgo de extinción de algunas especies amenazadas, “en muy pocos casos se ha logrado una recuperación total”, advierten los científicos. Es necesario “aumentar el alcance y la intensidad” de estas acciones. Además, no se debe olvidar que el mundo se halla inmerso en una crisis global de pérdida de biodiversidad, porque, como también constata el estudio, el número de especies que disminuyen es seis veces mayor que el de las que mejoran.
“Esta investigación arroja luz sobre qué acciones han sido eficaces y que intervenciones son necesarias”, comenta Stuart Butchart, científico de la organización SEO/BirdLife Internacional. Uno de los métodos más efectivos son las reintroducciones, que si tienen éxito pueden aumentar “de forma significativa” la población silvestre y su distribución y reducir el riesgo de extinción.
El caso del lince ibérico, considerado un hito de la conservación, refleja perfectamente la validez de este método. El felino se encontraba hace 23 años en estado terminal, con solo 94 ejemplares en dos poblaciones separadas: 54 en Andújar (Jaén) y 40 en Doñana (Huelva). Su cría en cautividad permitió comenzar la repoblación de ejemplares en hábitats con conejo ―su principal alimento― y alcanzar los 2.000 ejemplares, según el último censo.
La recuperación ha sido tal que la UICN decidió el año pasado rebajar su grado de amenaza: pasó de en peligro de extinción a la categoría de vulnerable (todavía amenazado), aunque en España se sigue manteniendo la categoría anterior. Hay otros ejemplos, como los programas de cría que han conducido a la recuperación del cernícalo de Mauricio, que aumentó de cuatro individuos a 250.
Creación de áreas protegidas
La erradicación de especies invasoras constituye otra de las herramientas fundamentales en la conservación. El éxito de esta medida se aprecia sobre todo en las islas, como ocurrió con la cerceta de Campbell, después de que se eliminaran las ratas invasoras. Otra de las acciones fundamentales, sobre todo en el caso de los anfibios y las aves, es la gestión de las zonas en las que viven, bien con la elaboración de planes específicos o la creación de áreas protegidas. Con los anfibios es más sencillo focalizar las intervenciones porque sus áreas de distribución son más reducidas. En general, muchas de las especies a las que se ha conseguido ayudar viven en zonas aisladas, como islas, donde se pueden implementar esfuerzos de conservación intensivos como la protección del hábitat, la cría en cautiverio y las reintroducciones.
La ayuda de las comunidades locales es uno de los aspectos que aparecen como imprescindibles a la hora de parar la extinción de una especie. Los científicos ponen el ejemplo de Papúa Nueva Guinea, donde los conservacionistas trabajaron con las personas de allí para sustituir la caza del canguro arborícola por formas sostenibles de proteína animal, como la cría de pollos y la pesca. “Este planteamiento benefició tanto a la población como a la fauna salvaje”, concreta el estudio.
Los científicos han detectado que, en algunos casos, las acciones de conservación pueden no tener el impacto positivo que se busca, como por ejemplo los intentos fallidos de erradicar ratones exóticos invasores en la isla Gough, en el océano Atlántico, que alberga a millones de aves. O de ratas en la isla Henderson, un atolón situado en el océano Pacífico. Pero en el contexto en el que se encuentra la biodiversidad en el mundo “es vital que celebremos las historias de éxito donde y cuando podamos, porque es muy difícil que una especie mejore su estado de conservación, pero con el esfuerzo adecuado podemos darle la vuelta a la situación”, afirma Simkins.
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