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Sudáfrica acelera el corte de cuernos de los rinocerontes para protegerlos de los furtivos

La medida, extrema, ayuda a la supervivencia de la especie, aunque no es inocua: los animales amputados reducen su territorio porque se sienten más vulnerables, según un estudio

Rhino horn cutting in South Africa
Descornado de un rinoceronte negro en una reserva privada de caza ubicada cerca del Parque Nacional Kruger en Phalabora (Sudáfrica) en 2020.Kim Ludbrook (efe)
José Naranjo

El incremento de la caza furtiva de rinocerontes en Sudáfrica, que pasó de 448 animales asesinados en 2022 a 499 el año pasado, y en particular en KwaZulu-Natal, ha llevado a las autoridades de esta región a adoptar una medida radical desde el pasado 8 de abril: cortar los cuernos de estos animales para salvarles la vida. Así lo anunció a los medios este martes Sihle Mkhize, responsable de la agencia Ezemvelo que trabaja por la conservación de la naturaleza en dicha provincia: “Con un enorme pesar, la organización ha decidido descornar, algo que va en contra de lo que defendemos, pero la persistente amenaza que representan los furtivos hace necesarias nuevas medidas drásticas para proteger a nuestros rinocerontes”, dijo.

En todo el mundo quedan unos 27.000 rinocerontes de cinco especies diferentes y Sudáfrica es uno de sus últimos santuarios: miles de turistas viajan cada año hasta sus reservas para ver a este imponente animal. Sin embargo, su supervivencia se encuentra gravemente amenazada por cazadores furtivos que los matan para arrancarles el cuerno, usado en la medicina tradicional asiática por sus supuestos efectos terapéuticos, que se han demostrado ser falsos, o como elemento decorativo, por lo que se paga un alto precio por ellos en el mercado negro. Solo en 2023 fueron abatidos 499 ejemplares en Sudáfrica, dos de cada tres (325) en la región de Kwazulu-Natal, según el Ministerio de Medio Ambiente de este país.

La medida no es nueva. Ya a finales de los años ochenta del siglo pasado comenzó a adoptarse en Zimbabue y Namibia y en 2014 se extendió a ciertas regiones de Sudáfrica con resultados positivos. Un ejemplo paradigmático es el parque nacional Kruger, donde se aplicó al 70% de la población de rinocerontes en el periodo 2022-2023. Sin embargo, ello ha provocado un desplazamiento de la caza furtiva hacia lugares donde los animales todavía conservan sus cuernos. Este es el caso de la reserva de Hluhluwe-iMfolozi, en Kwazulu-Natal, creada en 1895 precisamente para preservar a los rinocerontes, donde fue abatido el 95% de los animales cazados en 2023 en toda la región.

El procedimiento es complejo. Primero hay que sedar al animal (normalmente se le dispara un dardo desde un helicóptero) y luego vendarle los ojos y ponerle tapones en los oídos para que sienta lo menos posible. Posteriormente se corta el cuerno con una motosierra, dejando entre 10 y 15 centímetros de base. Como están hechos de una mezcla de calcio, melanina y queratina, con una estructura similar a las pezuñas de los caballos, el procedimiento es indoloro para el rinoceronte. Todo dura unos 15 minutos. El problema es que, dado que vuelve a crecer de manera natural hasta 12 centímetros al año, para que cumpla su función disuasoria frente a los furtivos hay que volver a cortar pasados entre 18 y 24 meses. Se estima que cada operación cuesta unos 400 euros, según el parque Kruger.

Aunque las autoridades de Zimbabue descartaron en el pasado que descornar a los rinocerontes tuviera ningún impacto negativo sobre los animales, investigaciones recientes indican lo contrario. Un estudio publicado en 2023 en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y coordinado por la profesora Vanessa Duthé, de la Universidad de Neuchatel, demuestra una alteración de su comportamiento: los ejemplares amputados deambulan mucho menos por su territorio e interactúan menos con sus congéneres.

Tras seguir de manera exhaustiva a 368 rinocerontes negros durante 15 años en 10 reservas sudafricanas, la doctora Duthé y sus colegas llegaron a la conclusión de que el descornado protege de manera efectiva de la caza furtiva y no incrementa la tasa de muertes naturales. Sin embargo, sí observaron que los animales sin cuernos reducían hasta en un 45% su territorio habitual de movimientos y que eran mucho menos propensos a encuentros con otros rinocerontes. “Son conscientes de que ya no tienen sus cuernos, deben serlo. Así que pensamos que es una cuestión de confianza (…) Probablemente se sienten mucho más vulnerables y reducen el comportamiento exploratorio que solían tener con sus cuernos (…) permaneciendo en las partes centrales de su territorio. Los grandes machos dominantes reducirán sus patrullas habituales”, aseguró Duthé en una entrevista para un podcast del PNAS.

A juicio de la experta, el descornado podría conducir a los rinocerontes amputados a lo que denomina “trampas ecológicas”, es decir, que pasan a controlar territorios más pequeños donde acceden a menos recursos que si mantuvieran sus cuernos. La doctora Duthé asegura, en todo caso, que no hay indicios de que el crecimiento de la población en su conjunto se pueda ver afectado y que los efectos a largo plazo están aún por determinar, ya que serían necesarios estudios genéticos.

Tanto el programa de Kruger como el que se ha comenzado a implementar en la reserva de Hluhluwe-iMfolozi cuentan con el apoyo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) y es respaldado por la mayoría de los conservacionistas, que la consideran una medida penosa, pero necesaria como último recurso ante el incremento del furtivismo. De hecho, para la agencia Ezemvelo forma parte de un paquete de decisiones que incluye la inversión de 2,5 millones de euros en un sofisticado sistema de vallado alrededor de la reserva, doblar el número de agentes de 45 a 88, velar por la integridad de los mismos, instalar rastreadores en todos los vehículos, mejorar las relaciones con las comunidades cercanas y aumentar la vigilancia aérea de los helicópteros y dotarlos de visión nocturna, entre otras.


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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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