Doñana y todo lo que creíamos ganado
Pensábamos que ya nadie discutía la conveniencia de procurarnos ciudades más verdes y saludables, que era preferible moverse a pie o en bicicleta que en coche, la necesidad de preservar espacios naturales
Como otras personas de nuestra generación que dedicaron su vida a conocer y defender la naturaleza, mi amigo Melo y yo dábamos muchas cosas por conquistadas, al menos en el plano de las ideas. Sabíamos que había que seguir luchando por un ambiente mejor, pues alcanzar las metas que anhelábamos era un asunto difícil. Casi todo parecía en contra. Se le oponían fuertes intereses económicos, en ocasiones el egoísmo de unos pocos, casi siempre la rutina en nuestro modo de vivir (de la que participábamos), y por supuesto la propia dinámica del sistema en el que nos movemos, que exige fabricar, consumir y desechar tantos y tantos productos innecesarios. Pero creíamos ganada la batalla del relato, como se dice ahora. Aunque no supiéramos, o no pudiéramos, conseguirlo a corto plazo, ya nadie discutía la conveniencia de procurarnos ciudades más verdes y saludables, que era preferible moverse a pie o en bicicleta que en coche, la necesidad de preservar espacios naturales, que había que salvar Doñana…
Hace pocos meses recibí un emotivo mensaje de Melo donde me agradecía que defendiera el Parque Nacional de Doñana. Juzgaba insólito que hubiéramos llegado a la situación en la que estamos, con la Junta de Andalucía apoyando, en apariencia sin fisuras, propuestas abiertamente contrarias al espacio protegido. A mi vez, le pedí que continuara la lucha por recuperar su salud, asunto que nos inquietaba a familiares y amigos, porque lo necesitábamos cerca. Tristemente, Melo nos dejó hace un par de semanas, y le debo estas líneas.
A Hermelindo Castro Nogueira le debemos mucho en materia de conservación de la naturaleza
Melo era Hermelindo Castro Nogueira, un gallego enraizado en Andalucía que disfrutaba tanto de las queimadas y de Luar na Lubre como de censar pájaros en las salinas y bucear en Cala Rajá. También era un gran amigo de sus amigos y una buenísima persona. Le debemos mucho en materia de conservación de la naturaleza. Durante casi 10 años fue director provincial de la Agencia de Medio Ambiente en Almería, contribuyendo decisivamente a la creación de los parques naturales de Cabo de Gata-Níjar y de Sierra María-Los Vélez. Entre 2000 y 2004 fue Director General de la Red de Espacios Protegidos de Andalucía, tarea que lo involucró directamente con Doñana (recuerdo su sobresalto cuando tuvo que salir escoltado por la Guardia Civil de un ayuntamiento, pues una pequeña turba le amenazaba en la puerta por rechazar el asfaltado de un camino rural). Después fue director del Instituto del Agua de Andalucía, presidente de Europarc-España, director del Centro Andaluz de Evaluación y Seguimiento del Cambio Global, etcétera. Compartíamos la idea de que entre todos, a trancas y barrancas, estábamos contribuyendo a crear una sociedad y un mundo más saludables, un poquito mejores.
Varios alcaldes surgidos de las últimas elecciones municipales han identificado los carriles bici y los espacios sin humo como algunos de los principales problemas de sus urbes
En los últimos tiempos, sin embargo, la realidad se está encargando de demostrarnos que muchos de los logros que dábamos por conseguidos se desmoronan. No hablaré ya de Doñana, triste asunto sobradamente conocido. Hay otros ejemplos igualmente dolorosos. Pongamos el caso de la bicicleta. Aunque pudiera parecernos una utopía inalcanzable, creíamos que los ciudadanos, mayoritariamente, envidiaban Copenhague, donde las bicis tienen preferencia sobre los coches, o admiraban que en Holanda hubiera más bicis que holandeses. De manera desigual, los carriles bici iban imponiéndose en España, y ciudades como Sevilla o Barcelona aparecían en los rankings europeos de ciudades amigables para los ciclistas. Florecían tiendas y talleres de venta, alquiler y reparación de bicicletas. Sin embargo, varios alcaldes surgidos de las últimas elecciones municipales han identificado los carriles bici y los espacios sin humo como algunos de los principales problemas de sus urbes. Pensé que algo así, tan antiguo, tan dañino, no volvería a oírlo nunca. Ha tenido que venir un vicepresidente de la Comisión Europea, nada menos, para recordarnos que la bicicleta y el transporte público ayudan a mejorar la calidad del aire, y que en Europa mueren prematuramente 300.000 personas al año por la contaminación.
En el mismo sentido, dábamos por supuesto que la protección de la naturaleza era un elemento esencial que ningún gobernante olvidaría en sus proyectos de futuro. Todos los programas internacionales para promover el desarrollo recalcan que este solo será verdadero si es sostenible, si respeta el medio ambiente. La Agenda 2030, sin ir más lejos, iniciativa aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas para “poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo”, incluye 17 objetivos, entre los que se cuentan la lucha contra el cambio climático y la conservación de los océanos, los bosques, los suelos, el agua dulce y la diversidad biológica. En este contexto, resulta absolutamente sorprendente que la nueva presidenta de Extremadura pueda decir sin rubor en su discurso de investidura que “la protección medioambiental de la mayor parte de nuestro territorio dejará de ser un lastre a nuestro crecimiento”. ¡Un lastre! Es una afirmación de hace medio siglo que asusta, porque la realidad es justo la contraria.
Para terminar, las instituciones europeas, con más perspectiva, nos parecían sólidos baluartes desde donde defender lo ya conquistado en materia ambiental. Sin embargo, los durísimos debates en el Parlamento Europeo sobre la Ley de Restauración de la Naturaleza, aprobada con grandes apuros, han evidenciado que la marea revisionista de la protección del entorno no es solo española. Fuimos ingenuos, nos confiamos en exceso. Con Melo, a quien añoro, hablaríamos hoy de la necesidad de recuperar el espíritu de lucha de nuestra juventud, de que hay que movilizar a la gente, salir a la calle, organizarnos, votar, porque nada, nunca, está conquistado del todo.
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