Extinction Rebellion exhibe en Londres su lado amable para recuperar el apoyo ciudadano
Más de 200 asociaciones se unen a The Big One, la protesta convocada frente al Parlamento de Westminster para este fin de semana
Los alrededores de las Casas del Parlamento y de la Abadía de Westminster, la imagen más universal del Londres a orillas del Támesis, son capaces de absorber todo tipo de inquietudes, como un gran mercado persa. Y juntar, sin ningún tipo de roce, a los centenares de turistas que aspiran a ver los escenarios de la inminente Coronación de Carlos III de Inglaterra; a los operarios que rematan el vallado y señalización del maratón de la metrópoli británica, previsto para este domingo; y a los miles de activistas que han acudido a la llamada del movimiento Extinction Rebellion (XR), bautizada como The Big One (La más grande, pero también un modo de decir: esta vez es la buena), para exigir respuestas urgentes ante el calentamiento global. XR provocó el apoyo, y más tarde el hartazgo, de los ciudadanos londinenses, con sus espectaculares sabotajes disruptivos, que paraban el tráfico o alteraban el paisaje de la ciudad.
Desde principios de este año, el movimiento ha decidido abrir una fase más pacífica y pedagógica, para recuperar el prestigio que fue capaz de lograr en un principio. Unidos para sobrevivir ha sido el eslogan escogido para convertir las calles y jardines que rodean al Parlamento británico en un espacio de diálogo e información. Más de 200 organizaciones medioambientales se han sumado al evento, para dar colorido y ambiente de fiesta a una causa que necesita lo mismo suscitar sensación de urgencia que respaldo ciudadano. Greenpeace, Friends of The Earth, Global Justice Now, Mothers Rise Up... decenas de casetas a lo largo de Westminster ofrecen comidas, charlas, música, discursos, libros, folletos o revistas.
“Siempre ha sido muy difícil alcanzar el equilibrio necesario entre ser lo suficiente disruptivo como para llamar la atención y lograr cambiar las cosas y acabar enajenado o alejando a todos aquellos que, simplemente, no entienden lo que ocurre y se sienten personalmente afectados por nuestros sabotajes”, explica Cordelia Prescott, una profesora de música clásica de 55 años que se ha desplazado desde West Yorkshire (en el norte de Inglaterra) hasta Londres, para participar en las manifestaciones. “Creo que lo de ahora es un intento real de extender la mano a otras organizaciones que, como nosotros, se preocupan de un modo apasionado por el cambio climático, por el planeta, para poder crear un movimiento unificado que haga sentir a muchas más personas que forman parte de algo muy grande e importante”, confía Prescott.
En los últimos meses, de un modo casi subterráneo pero persistente, ha surgido en los medios de comunicación y en el discurso público la sensación de que la lucha contra el calentamiento global, si quiere seguir captando ininterrumpidamente la atención de la opinión pública, deben abandonar un catastrofismo que, o espanta, o lleva a la resignación ante lo inevitable.
“Las tácticas, definitivamente, están cambiando. Han surgido nuevos grupos que experimentan con nuevos mensajes”, explica Issy, una estudiante de Física de Birmingham de 24 años que atiende al público, junto a otros compañeros, en la caseta de Científicos contra el cambio climático, llena de fotografías y gráficos explicativos. “Son ya muchos los activistas que defienden que el miedo no puede ser un buen motivador de la gente. Y que resulta mucho más eficaz la esperanza. Lo que nos toca a los científicos es hablar sobre todo del cambio positivo, de las oportunidades y revoluciones que pueden alcanzarse a través, por ejemplo, de las energías renovables. Debemos exponer una visión para crear un mundo nuevo en la que la gente crea, antes que dedicarnos a meter miedo a todo el mundo (...) Pero el hecho de que XR haya sido capaz de congregar a toda esta gente demuestra que pocas organizaciones han resultado más eficaces en el combate contra el cambio climático”, señala la activista.
XR se ha comprometido con la ciudad de Londres a colaborar en la organización del maratón, y a evitar en la medida de sus posibilidades que se produzca cualquier tipo de sabotaje que altere la marcha de la carrera, en la que van a participar más de 17.000 corredores. Otras organizaciones, sin embargo, como Just Stop Oil, que en los últimos meses ha acaparado el protagonismo con lanzamiento de pintura a cuadros famosos en algunos museos, o con sabotajes a eventos deportivos como el campeonato mundial de billar, se han negado a expresar compromiso alguno de respeto al maratón.
“Seguimos siendo un grupo de acción directa no violenta, y esa herramienta siempre estará en el centro de nuestras actividades, porque es una herramienta que ha tenido éxito en todo el mundo, tanto cuando la usó Ghandi, como cuando la utilizaron Martin Luther King o las sufragistas del Reino Unido”, defiende la activista hindú Vini Patel, que promueve por todo Londres actividades de educación medioambiental. Frente a la entrada principal del Parlamento británico, Patel organiza las entradas e intervenciones en una pequeña tarima de todos los miembros de XR que quieren dirigirse al público. “En este periodo particular, que hemos bautizado como The Big One, queremos dejar a un lado la acción directa e invitar a todo el mundo a la calle, para hablar entre nosotros, construir redes y comunicarnos con la ciudadanía a través de un acuerdo de unidad”, explica.
Hay puestos callejeros con comida gratuita, espontáneos que se lanzan a soltar discursos a los presentes, pero también escenarios muy bien montados donde expertos o activistas famosos logran extraer aplausos y gritos de ánimo de los miles de ciudadanos que han acudido al evento. Los disfraces más llamativos o las pancartas más ocurrentes reclaman la atención de todos los medios que han acudido a dar cobertura a las protestas. Miles de colores, y sonrisas que se prodigan, para retener en la medida de lo posible el principal capital que mantiene vivo a un movimiento como el que representa XR: el apoyo y la simpatía de la opinión pública y de los votantes, los que realmente pueden forzar a los Gobiernos a tomarse en serio la urgencia de un cambio.
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