No más podas sistemáticas en otoño e invierno
El autor defiende que la mayoría de los cortes de ramas en el arbolado urbano no son necesarios y causan daño a los ejemplares
“Socorro, llega el otoño”, gritan nuestros árboles de las calles, con sus ramas y frutos cargados de terror. No hay manera de explicar esa relación amor/odio que se mantiene con el arbolado de nuestras calles; nadie duda de los beneficios, sobre todo en un país como España, caluroso y seco en los cada vez más amplios meses de verano y de veroño. Proporcionan sombra y frescor, bajando la temperatura unos grados al evaporar una buena cantidad de agua a través de sus hojas.
La lista de virtudes no para de crecer, los ciudadanos en verano buscan su sombra, gusta pasear por esos árboles de nuestros parques y jardines (no se suelen podar), algunos plantan árboles, hay que imaginar que no para podarlos años después. Hay proyectos de bosques urbanos en casi todas las ciudades, deben ser muy meditados porque esas plantas nuevas no pueden ser invasoras, ni hibridarse con las autóctonas y hay que pensar que se deben producir en las regiones de procedencia de esas especies, no traerlas de otras regiones o países.
Algunas autoridades locales y no pocos ciudadanos, como en Alicia a través del espejo, pasan al otro lado de la realidad y, en otoño/invierno, ven solo el reverso, el de los inconvenientes: las hojas que ensucian, las plagas que, en pocos casos, se meten en casa, la rama partida que provoca daños. Si incluimos en esto los daños por ramas, la probabilidad de riesgo es inferior a que ocurra algo en un vuelo, te caiga un rayo encima, te toque la lotería o te cornee una vaquilla, como ha ocurrido muchas veces este verano.
El resultado de pasar a través del espejo es que se olvidan esos beneficios, y en dos días de poda se ha roto ese equilibrio para siempre. Los árboles terciados o desmochados no nos brindarán ese apoyo en primavera y verano; la contaminación subirá, los problemas de asma, bronquios y derivados de la contaminación se incrementarán con varias decenas de personas que sufren y mueren. Por no decir que las heridas abiertas en el árbol se transforman en cavidades por la actuación de los hongos de la madera y uno de los peores resultados es que la poda llama a siguientes podas, ya que de esas heridas de poda de antaño viene buena parte de la rotura de ramas de hogaño.
El árbol carece de defensa ante estas podas, solo les queda la concienciación de los ciudadanos y de las autoridades locales; deben darse cuenta que si eliminan las ramas y las hojas están tirando piedras contra su tejado, porque son las hojas las que aportan beneficios; retienen en sus hojas los contaminantes de los coches en la ciudad, las que aportan oxígeno, secuestran el CO2, bajan la temperatura, nos ofrecen sombra en verano, etc., pero se insiste año tras año en sacar las motosierras y eliminar todo aquello que beneficia al ciudadano. La situación es, cuanto menos, paradójica.
Esa creencia de que el árbol necesita poda es ancestral pero basada en una tergiversación actual. En la Edad Media, el árbol era fundamentalmente utilitario y en pocas ocasiones se usaba como ornamental, salvo en palacios, monasterios o jardines de la nobleza.
Los árboles que había en las ciudades medievales eran muy pocos y siempre útiles (los frutales que proporcionaban sustento). La necesidad de sombra y menor temperatura en la ciudades era solucionada con calles más estrechas. Los árboles se encontraban en los bosques o en las afueras de las villas, para verlos no había más que salir en romería o recoger leña.
Un sistema diseñado para los frutales
La sabiduría del cultivo funcional de los árboles que conservaban e investigaban los monjes en los monasterios, como la poda de floración y de rejuvenecimiento, estaban diseñadas para los árboles frutales. Siglos después se está empleando una poda específica de frutales al arbolado urbano, obviando los conocimientos de la arboricultura moderna iniciados en la década de los 80 y, desde luego, los beneficios que aportan. Si hablamos de tradición, el canibalismo lo fue y desapareció; hagamos lo mismo con las podas sistemáticas de otoño/invierno, y que desaparezcan de los pliegos y concursos públicos.
Cada pocos años, se podan fuertemente las ramas con hojas que nos protegen... increíble pero cierto. Su equivalente podría ser el de romper las vacunas contra la gripe en otoño.
Hay que analizar los supuestos motivos trascendentales que, parece, obligan a la poda, e irlos suprimiendo poco a poco con una adecuada gestión. Se identifica el problema concreto y se resuelve. ¿Determinados escarabajos de Ulmus pumila entran por la ventana? Vayamos retirando esa especie de las calles. ¿Caen ramas que producen daños? Realicemos una evaluación visual y se podan o retiran esos árboles con daños graves seguramente debido a podas antiguas (mayoritariamente los mismos Ulmus pumila de la plaga de galeruca). ¿Las ramas se meten en las ventanas o los árboles se rozan unos a otros provocándose heridas? Plantemos correctamente, respetando los volúmenes genéticos de copa de cada especie. Estamos ya en el siglo XXI, un plátano de paseo ocupa 30 metros, ¿a quién se le ocurrió plantarlo cada cuatro metros? Pues esa tradición de alcorque cada cuatro metros persiste en muchas ciudades, como si los conocimientos de biología y arboricultura no existiesen.
No hay ser vivo en el planeta Tierra que para sobrevivir necesite la mano del hombre, y menos aún que necesiten de herramientas creadas por el hombre; como el hacha o la motosierra. Los árboles no necesitan de la poda para sobrevivir, llevan millones de años creciendo estupendamente sin nosotros. Si podamos sus ramas es, sobre todo, porque los hemos seleccionado y plantado mal. Cuando en una fiesta con vaquillas, una mata a una persona, ¿alguien decide eliminar los cuernos de todas las vaquillas? Eso hacemos con las podas sistemáticas.
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