¿Qué busca la ciencia?
Hablamos mucho de la ciencia y de lo que nos puede dar como sociedad. Pero, al final, la ciencia no se hace sola; la cultivan personas. ¿Qué nos motiva a científicas y científicos?
¿Cómo se formaron las ventanas? ¿Cómo se formaron los árboles? ¿Cómo se formaron las uñas? Dejando a un lado una perturbadora elección de verbo de la que quizás tengo yo la culpa por decir que estudio cómo se forman las galaxias, esas son tres de las preguntas que me ha hecho mi hija de cinco años antes de irse a dormir. Hay muchas más y no tengo respuestas para casi ninguna. Quiero pensar que así surgen las vocaciones científicas: preguntarse por todo, querer saber todo, maravillarse por todo lo que te rodea, grande o pequeño, útil o nimio, mirar con inocencia e ilusión el universo y dejar que te sorprenda. Pero, ¿es esto lo que realmente motiva a los científicos? En parte, sí, pero hay más motivos…
Cada uno tendrá sus referentes, los habrá que admiren a Albert Einstein, Marie Curie, Jane Goodall, Rosalind Franklin o Stephen Hawking. Aparte de ellas y ellos, yo tengo como referentes a John Hannibal Smith y Angus McGyver. No hay nada como que se te presente un problema (en realidad, más bien te lo buscas), idear una teoría y poner en marcha un experimento para comprobarla. Puede ser, por ejemplo, entender por qué las galaxias mueren. Si investigas en España, tendrás que hacerlo sin muchos recursos, como McGyver.
Al final, el experimento ayudará a comprobar, pulir o desechar esa explicación para acabar aprendiendo algo, normalmente limitado, y entonces podrás pensar “me encanta que los planes salgan bien”, como el coronel del Equipo A. Y si no salen o hay planes mejores que se te ocurren sobre la marcha, que es lo normal, pues más disfrute para el futuro. Ampliar tus conocimientos y poner en marcha cosas que acaban funcionando con el esfuerzo, imaginación e ingenio que cada uno le pueda echar, claramente hace que nos suban los niveles de adrenalina y endorfinas a muchos científicos.
Pero hay más motivaciones en el gremio, somos muchas y variadas. ¿Qué duda cabe de que hay gente en la comunidad científica que buscan un futuro más próspero, o incluso mejorar el presente de gente con problemas? Muchas científicas se ocupan de encontrar remedios para enfermedades extendidas que afectan a millones de personas, como el cáncer, o que sufren unos pocos que no debemos olvidar, como las enfermedades raras de origen hereditario. Sobre todo en estos tiempos creo que esa motivación claramente justifica las vocaciones científicas, y seguramente la pandemia a escala mundial que hemos sufrido habrá hecho valorar a muchos jóvenes el poder de la ciencia.
Aun así, también debemos pensar que la búsqueda de la prosperidad de la humanidad no solo se debe referir al futuro más inmediato, de nuestra generación o la de nuestros hijos, sino de todas las venideras. En este sentido, los científicos que se dedican a la ciencia básica, astrofísicas y astrofísicos entre ellos, no están lejos de esta motivación ligada al bien común. Si en algún momento necesitamos emigrar a otro planeta o parar un cometa que amenace la vida en la Tierra, debemos estar preparados; mentes visionarias ya se preguntaron sobre la existencia y detectabilidad de planetas hacer décadas o incluso siglos, como Giordano Bruno o Nancy Roman. Y no solo los astrofísicos; la curiosidad de los científicos hace más de 200 años por un elemento químico seguramente no llamó la atención de nadie, pero hoy podemos decir que vivimos en la Edad del Silicio, como antes vivimos una Edad de Piedra o del Bronce, con artilugios mucho más complicados y potentes con los que nos parecería mentira no convivir.
No todos son motivos loables los que nos llevan a dedicarnos a la investigación. Los científicos también buscamos, en menor o mayor medida, con cierto equilibrio, pero también de forma más obsesiva, el reconocimiento, el renombre o incluso la fama. Y, obviamente, esto acarrea sus problemas, desde actitudes despóticas y comportamientos nada saludables con respecto a otros investigadores, sobre todo jóvenes y de colectivos históricamente menospreciados, hasta una evolución de las actividades científicas hacia el sensacionalismo o la mercantilización de la ciencia.
Hay otros motivos más sociales o incluso antropológicos. A pesar de que muchos científicos no distamos mucho de Sheldon Cooper o Leonard Hofstadter en lo que respecta a las dificultades en las relaciones personales, el hecho es que, incluso los casos más extremos, se ve que disfrutan de conocer y comunicarse con otras personas de culturas y orígenes muy diferentes, con los que, sin embargo, compartes el lenguaje, la lógica y la forma de pensar de la ciencia. Disfrutamos de viajar, aunque muchas veces no vayas mucho más allá de un hotel y un centro de conferencias, pero la verdad es que la ciencia no conoce fronteras y necesita de la interacción cara a cara y personal, no todo puede ser conversaciones por teléfono o videollamada.
Volviendo a la faceta de ilusión infantil, los científicos también encuentran la motivación en lo que muy bien definió Erwin Schrödinger, premio Nobel en 1933 y padre de la teoría cuántica: “La ciencia es un juego, un juego con la realidad”. La finalidad del juego y las reglas (o leyes físicas, diríamos) no nos son del todo conocidas y el descubrirlas nos impulsa a crear instrumentos científicos, en cierta manera juguetes, cada vez más complicados y precisos y que nos encanta usar, no solo por aprender cosas nuevas, sino por el viaje realizado en descubrirlas. A través de esos juguetes, la actividad de científicas y científicos bien podría resumirse en dos canciones de U2: I still haven’t found what I am looking for y One step closer (to knowing), en castellano, todavía no he encontrado lo que busco y un paso más cerca (de saber).
Acabamos ya. Unas científicas pueden sentir la adrenalina corriendo por sus venas ante el reto de intentar y quizás lograr resolver problemas para los que nadie había encontrado solución o incluso nunca se habían planteado. Otros investigadores buscan cosas más terrenales: fama, viajes o una forma de ganarse la vida. Y otros puede que busquen algo de trascendencia, un significado y un sentido al universo a través de la física o a nuestras vidas, ayudando a la gente a que viva mejor, hoy, mañana o dentro de 500 años, y ampliando nuestros horizontes. Como astrofísico, una vez le dije a un poeta que lo que hago no está tan lejos de lo suyo: aprendemos de todo lo que nos ha pasado, no solo como humanos, sino como planeta o galaxia, como parte de algo más grande, algo que nos une a otras personas, a la naturaleza; algo, en definitiva, que nos recuerda de dónde venimos, en dónde podríamos o querríamos acabar y que nos acerque a la felicidad y a la esperanza a todos a través ya no del conocimiento en sí, sino de la sed por el saber, que es la base, muy lejos de la mercantilización o el utilitarismo de la actividad científica.
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