La ruidosa particularidad del mundo de Philip K. Dick
Si alguna vez alguien se ha acercado a una Teoría del todo, ese alguien no ha sido un científico, sino un autor de novelas de ciencia ficción llamado Philip K. Dick
Bajo el título La exégesis se nos presenta el Philip K. Dick más personal, un tipo maniático y obsesivo que convirtió la paranoia en literatura de anticipación.
Dotado de una sensibilidad extrema, y con cierta tendencia hacia el lado invisible, Dick relacionó el mundo de las partículas subatómicas con diversas formas de experiencia mística. Por eso, su testimonio del día a día es un delirio donde se entrecruzan las religiones con la física cuántica, así como la filosofía oriental con la fuerza de gravedad y el I Ching curvando el espacio. Si alguna vez alguien se aproximó a una Teoría del todo, ese alguien no ha sido un científico, sino un autor de novelas de ciencia ficción llamado Philip K. Dick.
No es broma. Porque en todo este galimatías que son sus diarios, destaca la lucidez con la que Dick trata los temas relativos a la física cuántica y al ruido del mundo que da lugar a las leyes científicas. La exégesis de Philip K. Dick acaba de ser editada por Minotauro respetando la edición original a cargo de Pamela Jackson y Jonathan Lethem. La traducción al castellano es de Juan Pascual Martínez Fernández y sus páginas son un jugoso ejemplo de cómo se puede cuestionar la naturaleza de la realidad percibida desde un camino transversal iluminado por fosfenos.
En una de sus entradas aparece la carta que escribió al crítico literario Peter Fitting, donde Philip K. Dick declara que “el universo se está moviendo hacia atrás”. Para argumentar tal declaración, cita la pieza publicada por el científico húngaro Arthur Koestler en la revista Harper´s en julio de 1974 con el título “Orden en el desorden”, un estudio donde Koestler escribe acerca del proceso que atraviesa el Universo partiendo del caos primigenio. Basándose en esta premisa, Dick se sirve del concepto de taquiones, es decir, de las hipotéticas partículas subatómicas que se mueven a velocidad superlumínica, para teorizar acerca del movimiento de las mismas.
Según Dick, los taquiones se mueven en dirección opuesta y nos traen desde el futuro una serie de información que sólo las personas con un grado de sensibilidad extrema son capaces de captar. Según dejó escrito en sus diarios, Dick se encontraba entre esas personas y, al igual que su gato y los demás animales, era capaz de captar la información de los taquiones antes de que estos se desintegrasen. De hecho, se sirvió de dichas informaciones para argumentar sus fábulas.
Su desconexión con la realidad lo llevó a pensar que los taquiones existen y que estos interactúan con la materia ordinaria sin violar el principio de causalidad. Con todo, resulta curioso comprobar cómo Dick se nutrió de las teorías científicas, interpretándolas a su modo para acercarse a conectar las interacciones físicas fundamentales en una Teoría del todo; una combinación de especulaciones que le sirvió para escribir obras de ficción donde anticipó la deshumanización de nuestra especie por culpa de la tecnología.
Por decirlo de alguna manera, los diarios de Philip K. Dick son ejemplo de una mezcla impura de las tres formas puras de conocimiento: ciencia, arte y revelación.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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