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Sylvia Plath y la luz de la poesía

Un fenómeno que se debe a la relación entre el Sol y la Tierra a partir de la posición del centro del Sol por debajo del horizonte

Montero Glez
El volcán activo Nyiragongo (izquierda) y los inactivos Mikeno y Karisimbi en los montes Virunga, vistos al amanecer desde el pueblo pescador de Kasunyu, en la provincia de Kivu del Sur (República Democrática del Congo).
El volcán activo Nyiragongo (izquierda) y los inactivos Mikeno y Karisimbi en los montes Virunga, vistos al amanecer desde el pueblo pescador de Kasunyu, en la provincia de Kivu del Sur (República Democrática del Congo).Hugh Kinsella Cunningham

En una nota que Sylvia Plath escribió para promocionar sus poemas dijo que estos fueron escritos “alrededor de las cuatro de la mañana, a esa hora azul todavía, casi eterna, anterior al llanto del bebé, anterior a la vidriosa música del lechero que deja las botellas”.

Con todo, más que la hora azul del despertar del día, en los poemas de Sylvia Plath se desprende la hora crepuscular que precede a la noche, cuando las emociones se convierten en un vago recuerdo y las estrellas están a punto de brillar. Hace poco, la editorial Navona publicó su poesía completa con el título Dime mi nombre; un volumen de más de 700 páginas traducido por Xoán Abeleira.

Cualquiera que se acerque a este libro podrá encontrar la tristeza de una mujer que arrastraba su pasado a través de las heridas que iba dejando su caligrafía. De una belleza dolorosa, los poemas de Sylvia Plath son el resultado de un profundo y remoto malestar ante el mundo; un lugar poco hospitalario que, según sus propias palabras, nunca es de color rosa. Tal vez por eso Sylvia Plath encontraba inspiración en la hora azul de la mañana, ese tiempo mágico en el que la luz se difumina en la atmósfera y hace que el azul se vuelva tan intenso.

Si atendemos a los colores del cielo, la hora azul de la mañana es un momento en el que se observa el rito de paso entre la noche y el día. Se trata del mismo ritual que encontramos en el crepúsculo, la hora dorada en la que los albinos pueden disfrutar del espectáculo que nos presenta la dimensión temporal de la bóveda celeste. El divulgador científico Martínez Ron nos cuenta en su libro Algo nuevo en los cielos (Crítica) que el biólogo Lluis Montoliu acompaña a personas albinas a las azoteas para que descubran lo que él llama “la hora violeta”, el momento en el que los albinos pueden mirar al cielo sin quemarse los ojos.

Antes de seguir hay que aclarar que los albinos son personas incapaces de producir pigmento en la retina. La piel blanca y los ojos rosados son los atributos externos de una mutación cromosómica de origen hereditario. Por esto último, el propio Lluis Montoliou afirma que el albinismo no es una enfermedad, sino una condición genética. “Una persona no sufre o padece albinismo, sino que es una persona con albinismo”, señala, dejando claro que una persona albina no ha de ser tratada como una persona enferma.

Resulta curioso comprobar que en la hora azul del amanecer, así como en la hora rojiza del crepúsculo, nuestros sentidos se estimulan más que en ningún otro momento. Este fenómeno se debe a la relación entre el Sol y la Tierra a partir de la posición del centro del Sol por debajo del horizonte. Por ello, la duración y la hora del prodigio dependen del lugar donde nos encontremos. Si aún no han prestado atención a este acontecimiento natural, no tarden en hacerlo, pues celebrarán la vida sin pagar dinero por ello cuando la atmósfera difumine la frontera entre luz y sombra, llevándonos hasta ese espacio donde late la poesía en su estado larvario, ahí donde el recuerdo y el presente conviven en un solo tiempo que se funde con el futuro más próximo.

Un juego de luces y sombras al que jugaba Sylvia Plath antes de que la imaginación se le hiciese insoportable y decidiese acabar con su vida para siempre metiendo la cabeza en el horno de la cocina y abriendo la llave del gas. Fue a principios de febrero de 1963, cuando la escritora norteamericana contaba con poco más de 30 años. Desde aquel momento, a la hora azul de la mañana se la conoce como la hora de la poesía.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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