Los terremotos de Turquía de 2023 activaron decenas de volcanes de lodo a mil kilómetros
Las ondas superficiales de los seísmos desplazaron también varias fallas en distancias nunca registradas


Los terremotos que sacudieron el sureste de Turquía en febrero de 2023, además de los miles de muertos que provocaron, activaron decenas de volcanes a más de 1.000 kilómetros de distancia. No se trató de erupciones clásicas, las de lava, sino de barro. El fenómeno, aunque raro, suele suceder en áreas con fluidos bajo la superficie terrestre. En paralelo y relacionado, un grupo de sismólogos muestra en la revista científica Science, cómo varias fallas cercanas al mar Caspio se desplazaron de forma silenciosa. Nunca hasta ahora se había registrado que un seísmo pudiera tener esos impactos a tanta distancia.
Seis minutos después de que la tierra se abriera en la frontera entre Turquía y Siria, en la madrugada del seis de febrero, las ondas superficiales del seísmo llegaron a las costas del mar Caspio, a más de mil kilómetros del epicentro. El estudio de los cambios en el terreno detectados por radares de la constelación de satélites Sentinel-1, sismógrafos y otros sensores geodésicos comprobó cómo buena parte de la cuenca terminal del río Kura, el octavo mayor de Europa y que desemboca en el Caspio, registró el impacto de los terremotos.
Los autores de este trabajo han confirmado dos fenómenos que fueron paralelos y que estarían conectados. Identificaron hasta siete fallas en el terreno anteriores a los seísmos que se desplazaron “de forma silenciosa”. Por silenciosa, la investigadora de la Universidad de Estrasburgo (Francia) y coautora de la investigación, Cécile Doubre, se refiere a que “la falla se desliza sin emisión de ondas sísmicas”. Fueron apenas unos milímetros, pero la zona afectada es enorme. En estos movimientos asísmicos, el terreno se desplaza muy poco, lentamente y sin ruptura, por lo que no libera energía de forma súbita que suele provocar el desastre.
“Si su deslizamiento hubiera sido sísmico, se habría correspondido a una magnitud 6 [el primero de los seísmos en Turquía, el de Pazarcik, tuvo una magnitud de 7,8]; se trata del mayor deslizamiento de falla conocido [a distancia] hasta la fecha”, sostiene Doubre. La cuenca del río Kura y toda la región que rodea el Caspio está muy lejos de la endiablada zona donde sucedieron los terremotos: área en la que se encuentran la placa tectónica de Anatolia con la Euroasiática, la Arábiga y la Africana. Y, sin embargo, fue allí donde se produjeron las mayores manifestaciones exteriores de los seísmos (más allá del epicentro mismo) en forma de nuevos volcanes de barro.
La región donde las fallas se movieron de forma silenciosa pertenece administrativamente a Azerbaiyán. Allí hay al menos 400 volcanes de lodo extintos o durmientes, tanto en tierra como bajo el agua. Aquel día, 56 de ellos despertaron, y se formaron otros nuevos. Aunque no son iguales que los de lava, tienen muchas similitudes. Como un Etna o un Cumbre Vieja, sus erupciones pueden ser del tipo efusivo o explosivas. Los materiales que eyectan son variados, generalmente en estado gaseoso y fluido, en forma de fluidos de sedimentos poco viscosos (ver fotografía arriba). El ingrediente principal de esos lodos son arcillas y otros fragmentos de rocas profundas pero también hay hidrocarburos (petróleo) y gases como el metano. Entre los que se activaron tras los terremotos los hay pequeños, con un área de unos 500 m², pero otros son formaciones observables desde el espacio, con una base de hasta 500 km². Según los autores, es una de las respuestas a un terremoto más distantes documentadas.
“Creemos que la expedición de Alejandro Magno también se encontró con algunos de estos volcanes de lodo”, comenta el catedrático de Geodinámica Interna en la Universidad de Granada, Juan Ignacio Soto. “A Azerbaiyán la conocían como la tierra de fuego, por los gases que emitían y ardían. También Marco Polo y otros viajeros de los siglos XVI y XVII los recogieron en sus escritos, pero no fue hasta el siglo XIX cuando científicos rusos enviados por los zares empezaron a estudiarlos”, De hecho, “fueron científicos soviéticos los primeros en dar una explicación científica de la conexión entre volcanes y diapiros de lodo”, completa.
Soto está terminando un libro sobre los volcanes de barro y”sobre los diapiros asociados“, apostilla. Estos últimos son los causantes más inmediatos de la efusión al exterior y que se podrían comparar con el magma que alimenta los volcanes de lava. “Un diapiro es una estructura dentro de la corteza terrestre, bajo la superficie, en la que rocas fluidas pueden ir ascendiendo, rompiendo y perforando las que están por encima. Y el volcán sería la emisión en superficie”, detalla el catedrático, investigador asociado también al Bureau of Economic Geology de la Universidad de Texas en Austin (Estados Unidos), donde ha pasado los últimos años estudiando estos fenómenos.
El catedrático admite comparar los diapiros con una esponja. “Creemos que hay dos procesos que permiten que se generen diapiros de barro y luego, los volcanes de lodo”. En uno, la zona estaría sometida a compresión y, “bajo ese esfuerzo compresivo, los fluidos dentro de los sedimentos aumentan de presión, lo que permite que las rocas se rompan, comportándose como un fluido y dando lugar a un volcán en su superficie”. Es como si al presionar la esponja, los fluidos que hay dentro de los poros aumentaran la presión hasta superar un punto crítico en el que la esponja (la roca, en este caso), pasa a ser un fluido.
Pero se sabe tan poco de ellos, que Soto también apuesta por otro mecanismo: “La existencia de hidrocarburos y sus transformaciones también favorecen estos procesos porque los hidrocarburos pueden [pasar] a fase gaseosa, sobre todo metano, que al ascender aumenta de volumen, rompiendo las rocas, lo que permite que los fluidos escapen de forma violenta hasta emerger en los volcanes de lodo”, explica. El subsuelo de Azerbaiyán alberga uno de los mayores depósitos de hidrocarburos del planeta. En particular, la cuenca del Kura y del Mar Caspio Sur descansa sobre sedimentos blandos de gran espesor, que pueden comportarse como fluidos. Habrían bastado las ondas sísmicas procedentes de Turquía para desencadenar una especie de reacción en cadena, aunque se iniciara a más de mil kilómetros.
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