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China despega hacia la Tierra tras recoger muestras de la cara oculta de la Luna

La sonda ‘Chang’e 6’ consigue, por primera vez en la historia, tomar tierras de esa región, que ya vuelan camino de la Tierra

La sonda china 'Chang'e 6', fotografiada el 3 de junio por el rover que transportaba a bordo.Foto: CNSA | Vídeo: EPV
Rafael Clemente

En una nueva demostración de su indiscutible estado de forma espacial, China ha conseguido despegar una sonda desde la cara oculta de la Luna, llevando consigo muestras de esa zona por primera vez en la historia. La sonda Chang’e 6 aterrizó el domingo en esa región menos estudiada del satélite, en una misión calculada al milímetro para conseguir estar de vuelta en la Tierra en tan solo 53 días desde su lanzamiento. La Administración Nacional del Espacio de China, que no había ofrecido imágenes de la sonda, mostró en las primeras horas del martes fotos y vídeos tomados tras posarse, durante la recogida de materiales e incluso del momento del despegue lunar. China informó de que el módulo ascendente de la sonda ya alcanzó la órbita predeterminada alrededor de la Luna.

China aseguró que la sonda ha superado “el desafío de las altas temperaturas en la cara oculta de la Luna”, más concretamente las de la Cuenca Aitken-Polo Sur, donde se posó sin problema el día 2 de junio, tras despegar de la Tierra el 3 de mayo. Según la agencia espacial china, todos los sistemas “funcionaron correctamente y llevaron a cabo exploraciones científicas según lo previsto”. En la última década, Pekín ha encadenado éxitos en su programa espacial, con la consolidación de una estación espacial propia, y el aterrizaje de cuatro sondas en la Luna. Dos de ellas, la Chang’e 5 y ahora la Chang’e 6, además, han logrado recuperar muestras de la superficie lunar para su investigación, algo que ningún otro país ha logrado en la nueva carrera espacial.

¿Qué importancia tienen las muestras?

Aparte de ser las primeras que se obtienen de la cara oculta, el hecho de obtenerse a gran profundidad y en las regiones polares aumenta la posibilidad de que contengan agua. No mucha. Quizás no llegue al 0′1% en peso, o sea, que la muestra completa apenas proporcionaría unos pocos gramos.

Pero, de ser así, representaría una confirmación directa de la presencia de esa sustancia en el subsuelo de nuestro satélite. Hasta ahora, todos los indicios se basan en detecciones remotas de la presencia de iones de hidrógeno e hidroxilo. Tocar realmente el agua selenita sería un acontecimiento de primera magnitud.

¿Cómo obtuvo las muestras?

La Chang’e 6 lleva un taladro que permite perforar el terreno y recoger muestras hasta 2 metros de profundidad. No es el primero en llegar tan a fondo: la URSS ya consiguió algo semejante con su Luna 24 en 1976.

Al no existir aire en la Luna es imposible aspirar la muestra a medida que se va perforando. La herramienta perforadora va envuelta en un tubo flexible (los soviéticos utilizaban plástico, los chinos tela, quizás de seda) de forma que la roca pulverizada va llenándolo, arrastrada por la espiral de la propia broca.

Una vez lleno, el tubo se enrolla en el interior de un cilindro metálico hermético. Ese cilindro, capaz para un par de kilos de muestra, será el que regrese a la Tierra.

¿Ha despegado directamente desde la Luna?

Eso es lo que hacían los rusos muchos años atrás: despegar en vertical y dirigirse directamente hacia la Tierra, como un cañonazo sin sistema de guía. Aunque sencillo, este método adolecía de muchos inconvenientes, en especial que limitaba el área de alunizaje a unos pocos lugares próximos al borde del hemisferio visible.

Los chinos utilizan un sistema muchísimo más elaborado, que recuerda al de las naves tripuladas Apolo. La Chang’e consta de un módulo de descenso, con el motor de frenado y el tren de aterrizaje y una cápsula de ascenso. El mismo esquema que el módulo lunar estadounidense.

La cápsula de ascenso despega impulsada por su propio motor y va a reunirse con la sección orbital de la nave. En su interior lleva el cilindro con las muestras.

Las dos naves se reúnen y atracan automáticamente. Esta es quizás la fase más espectacular de la misión y la que presenta mayores dificultades técnicas. En el momento de hacer contacto, unas uñas metálicas aseguran la unión y unos impulsores mecánicos transfieren el contenedor de muestras hasta el interior de la cápsula de retorno, situada dentro del módulo orbital.

Completada esa operación, ambas naves se separan y el módulo orbital continúa girando en torno a la Luna hasta alcanzar un punto de su órbita adecuado para emprender el viaje de retorno.

¿Dónde aterrizó el Chang’e 6?

En la depresión Aitken, una enorme circular próxima al polo sur, que se extiende también por la cara oculta. Con una profundidad entre 5.000 y 8.000 metros con respecto al nivel medio de la superficie, no solo es la mayor cicatriz de impacto en la Luna, sino que figura entre las mayores del sistema solar. En la Tierra, las coordenadas del lugar de descenso corresponden a un punto del Pacífico Sur, casi 3.000 kilómetros al este de Nueva Zelanda.

¿Cómo se comunicó con la Tierra?

Gracias a un satélite de comunicaciones (Quequiao 2) que China había lanzado el mes de marzo pasado. Gira en torno a la Luna en una órbita de 24 horas, de forma que cubre parte de la cara oculta y la región polar austral. No es el único; su equivalente Quequiao 1 está anclado en al punto de Langrage L2 del sistema Tierra-Luna, dando cobertura a otra sonda lunar, la Chang’e 4 y su pequeño rover, que fue el primero en aterrizar en el hemisferio invisible y que todavía funciona.

¿Cómo fue el proceso de aterrizaje?

China ha desarrollado un sistema de aterrizaje automático verdaderamente espectacular. No ha tenido ningún fracaso en los cuatro intentos realizados. El sistema combina radar para medir la distancia al suelo al comienzo de la maniobra y Lidar (un sistema similar al radar, pero que envía pulsos de luz láser en lugar de ondas electromagnéticas) para la fase terminal. Un sistema de cámaras de televisión fotografían el terreno durante el descenso para identificar rocas o fisuras peligrosas y un sistema de evitación de obstáculos desplaza la nave a uno u otro lado hasta situarla sobre un punto seguro.

El motor de frenado se apaga a unos metros sobre el suelo, de forma que el viaje termina en caída libre. La baja gravedad lunar y el tren de aterrizaje con amortiguadores hacen que el impacto no tenga consecuencias.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.
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