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La NASA se postula como cliente de futuras estaciones espaciales

Con casi un cuarto de siglo a sus espaldas, la estación espacial internacional tiene fecha de caducidad aproximada: probablemente, no llegará al próximo decenio

Artist’s rendering of what a private space station might look like.
Artist’s rendering of what a private space station might look like.Bigelow
Rafael Clemente

Cuando llegue el momento de acabar con la estación espacial internacional, la NASA no tiene planes para sustituirla. La agencia acaba de hacer pública su intención de ceder futuros desarrollos a compañías privadas y reservarse el papel de mero usuario de lo que en su jerga denomina CLD: “Destinos Comerciales en Órbita Baja”.

Con el tiempo se quiere que sea la iniciativa privada la que vaya estableciendo pequeños (o no tan pequeños) laboratorios orbitales, desde instalaciones industriales para fabricación y procesamiento de materiales hasta los tantas veces soñados “hoteles espaciales”.

Ya hay precedentes. Space X lleva años ofreciendo sus servicios de lanzamiento, tanto a la NASA como a empresas particulares, y ha llegado a poner en órbita cargas militares sujetas a serias restricciones de confidencialidad. Blue Origin acaba de firmar un acuerdo con la NASA para lanzar una sonda hacia Marte el año próximo, utilizando su nuevo supercohete New Glenn, que aún no ha volado.

La NASA pretende que sea la iniciativa privada la que establezca pequeños laboratorios orbitales. Pueden ser instalaciones industriales o hasta los soñados ‘hoteles espaciales’

En 2016, otra compañía —Bigelow Aerospace— envió a la estación espacial un módulo inflable, una especie de esfera de tres metros de diámetro acoplable a la sección “Harmony” de la ISS, la que siempre mira hacia la Tierra. Allí sigue. Bigelow dejó de operar en marzo de 2020, víctima de las restricciones por la pandemia, y la propiedad del módulo pasó a la NASA, que continúa financiando las tareas de mantenimiento.

La administradora adjunta de la NASA, Lori Garver, visita las instalaciones de hábitat inflable en Bigelow Aerospace, el viernes 4 de febrero de 2011 en Las Vegas.
La administradora adjunta de la NASA, Lori Garver, visita las instalaciones de hábitat inflable en Bigelow Aerospace, el viernes 4 de febrero de 2011 en Las Vegas.NASA/Bill Ingalls ((NASA/Bill Ingalls))

Las estructuras inflables no son tan frágiles como pudiera parecer. Están construidas con un tejido similar al Kevlar de los chalecos antibalas y sus múltiples capas ofrecen buena protección contra radiaciones. Existen proyectos para emplearlas en la construcción de pequeños hoteles para turistas espaciales. Por el momento, acoplados a la ISS, pero en el futuro, una vez dotados de sistemas de generación de energía, podrían separarse y volar de forma independiente.

La actual propuesta de la NASA se centra en que los propietarios de las futuras estaciones espaciales ofrezcan servicios completos, desde el entrenamiento de astronautas hasta su transporte a órbita, estancia y retorno a tierra. Y también, gestión de los que eufemísticamente denomina “percances”: como responder a fallos imprevistos durante el lanzamiento u operaciones en el espacio, incluida la participación de personal de la NASA en las tareas de rescate.

En su papel de cliente, la NASA estima que podría necesitar entre 3.000 y 4.000 horas-hombre anuales, para realizar, como máximo, unos 230 experimentos. Eso implicaría llevar a órbita unas 5 toneladas de equipo con un volumen equivalente a una furgoneta pequeña y retornar al suelo los materiales procesados. Como cualquier cliente, la agencia cubriría los costes, pero la responsabilidad de las operaciones sería del propietario de la estación con supervisión de técnicos de la NASA.

La NASA estima entre 3.000-4.000 horas-hombre anuales, para realizar máximo 230 experimentos. Eso implicaría llevar a órbita 5 toneladas de equipo con un volumen equivalente a una furgoneta

El pliego de requerimientos especifica que el hábitat deberá permitir la estancia en mangas de camisa, un ambiente tranquilo para facilitar el sueño y la relajación, eliminación de olores, una cocina adecuada para preparar comidas calientes y aparatos para practicar ejercicio (fundamental en situaciones de microgravedad). Y también otros detalles como que los astronautas deberán disponer de cepillo y pasta de dientes, sistemas de recogida de restos fisiológicos, como recortes de uñas o cabellos; tener acceso a internet, correo electrónico, películas, juegos y libros digitales. Además, deberán contar con un compartimento privado donde almacenar artículos personales: fotografías, joyas (que luego serán más apreciadas, al haber “estado en el espacio”) y, si se tercia, una guitarra o un saxo.

Es curioso que las peticiones de la NASA no incluyen una exclusa de aire para salir al exterior, aunque reconocen que sería útil si hay que realizar reparaciones fuera de la nave y sí que se requiere algún sistema para exponer experimentos al vacío y recuperarlos después.

Lo que subyace tras este detallado pliego de condiciones es que la NASA es muy consciente de los retos que depara el futuro a no muy largo plazo. La ISS no es la única estación espacial; China tiene su Tiangong, ya terminada y operativa. Es de tamaño muy inferior, más parecida a las antiguas Salyut y Mir rusas, pero más moderna y aún susceptible de futuras ampliaciones.

China aún no ha llevado a su estación astronautas de otros países, aunque a través de la agencia de la ONU para asuntos espaciales sí que la ha ofrecido para acoger experimentos científicos a cualquiera interesado. Algunas compañías occidentales ya has aceptado la oferta, en detrimento de las capacidades que ofrece la ISS.

En el futuro, el uso del espacio exterior puede ser el nuevo escenario en el que se generen proyectos multimillonarios.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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