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Los dientes de personas enterradas hace 700 años señalan el origen de la peste negra, la mayor pandemia de la historia

El análisis de ADN antiguo muestra que la peste negra empezó en un valle de Asia central y se expandió por la Ruta de la seda

Peste negra
La imagen muestra las excavaciones llevadas a cabo por arqueólogos rusos en uno de los cementerios medievales entre 1885 y 1892 en la actual Kirguistán.A.S. Leybin, agosto de 1886
Miguel Ángel Criado

A finales del siglo XIX, en plena fiebre por la arqueología, aventureros rusos excavaron dos cementerios medievales cercanos al lago Issyk-Kul (Kirguistán, Asia central). La Ruta de la Seda atravesaba la región y eso se notó en lo que había en las tumbas: pequeños tesoros de monedas y adornos de los más alejados rincones de Eurasia. Los excavadores observaron que había demasiadas lápidas para los años 1338 y 1339. El misterio se ha mantenido hasta hoy. Un trabajo colectivo entre historiadores, arqueólogos y genetistas publicado en Nature ha analizado los dientes de varios de los enterrados y han encontrado ADN de Yersinia pestis, la bacteria que provocó la mayor pandemia de la historia, la peste negra que asoló Europa y Asia una década después.

En una de las lápidas se puede leer, traducido: “En el año de 1649 [que corresponde a 1338 en el calendario occidental], y siendo el Año del Tigre. Bars, en turco. Esta es la tumba del creyente Sanmaq. [Él] murió de pestilencia”. Esa última palabra ha llevado de cabeza a los historiadores de aquel tiempo. Pestilencia podría hacer referencia a la peste, pero la pandemia que acabó con la vida de entre 50 y 200 millones de personas no estalló hasta 1347, con los primeros casos de apestados en los puertos del Mar Negro, Constantinopla, Marsella o Barcelona. De la peste negra se sabe casi todo: qué bacteria la provocó, cómo las pulgas de las ratas infectadas la pasaron a los humanos, que la genética dice que aquella cepa es la responsable de los rebrotes que ha habido en los últimos 500 años y que vino de algún lugar de Asia central. Pero la localización exacta era un tema de intenso debate entre los historiadores, hasta ahora.

Científicos alemanes, británicos y rusos lograron el permiso de las autoridades para quitarle 50 miligramos de esmalte y dentina a la dentadura de una treintena de los enterrados que se conservan en el Museo Pedro el Grande de Antropología y Etnografía de la Academia de Ciencias Rusa (Kuntskámera, San Petersburgo). Lograron extraer ADN de siete de ellos. Su análisis indica que eran lugareños. Pero lo más importante vino después. En tres de los fallecidos había material genético extraño. Su análisis no dejaba dudas: era ADN de una cepa de la bacteria Y. pestis y no una cualquiera.

“[Esta cepa] es la predecesora del 80% de todas las cepas actualmente en circulación, incluyendo la de la peste negra y todas las cepas posteriores a ella”
Johannes Krause, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva

Johannes Krause, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y autor senior de la investigación publicada en Nature, lo tiene claro: “Es la predecesora del 80% de todas las cepas actualmente en circulación, incluyendo la de la peste negra y todas las cepas posteriores a ella”. Para sostener su afirmación, Krause y sus colegas construyeron el árbol filogenético de la Y. pestis con el genoma de 250 especímenes, 47 de ellos del pasado. Observaron que, en torno a mediados del siglo XIV, se produjo una explosión y diversificación en forma de estrella de las cepas de la bacteria y encontraron que la detectada en los muertos del valle de Chu, donde se encuentra el lago Issyk-Kul, estaba en el principio de todo.

Lo explica la investigadora de la Universidad de Tubinga y principal autora del estudio, María Spirou, en una nota: “Descubrimos que las cepas antiguas de Kirguistán están ubicadas exactamente en el nodo de este evento de diversificación masiva. En otras palabras, encontramos la cepa fuente de la peste negra e incluso sabemos su fecha exacta [es decir, el año 1338]”. Ya los arqueólogos rusos destacaron que algo pasó aquel año. Mientras en la década precedente, el número de enterrados en los dos cementerios, el de Kara-Djigach y el de Burana, no superaba la veintena en los peores años, la cifra se dobló en 1338 y llegó al centenar al año siguiente. El círculo se va cerrando.

Todas las pruebas indican que los primeros casos documentados de peste negra se produjeron durante 1347 en las ciudades portuarias de lo que hoy es Turquía. En los siguientes meses hubo brotes en otros puertos cada vez más hacia el oeste: Atenas, Nápoles, Marsella o Barcelona, ya en la primavera de 1348. Le bastaron dos años para llegar hasta los países nórdicos. También castigó el norte de África, los países árabes, India y China. Pero todo debió empezar en el valle del Chu o en sus cercanías, a los pies de las montañas celestiales (Tian Shan, la región fronteriza entre las actuales Kazajistán, Kirguistán y la República Popular China).

“Ambos cementerios estaban situados en el corazón de la red comercial de la Ruta de la Seda, justo al lado de la calzada”
Philip Slavin, historiador de la Universidad de Stirling (Reino Unido)

El historiador de la Universidad de Stirling (Reino Unido) y coautor del estudio, Philip Slavin, destaca cómo las rutas comerciales fueron un elemento clave en la propagación de la peste y el papel de esta zona del mundo en su inicio. “Ambos cementerios estaban situados en el corazón de la red comercial de la Ruta de la Seda, justo al lado de la calzada”, dice en un correo.

Sin embargo, otros historiadores no comparten las conclusiones de esta investigación. Uno de los escépticos no es un cualquiera. Ole J. Benedictow es profesor ya emérito del Instituto de Arqueología, Conservación e Historia de la Universidad de Oslo (Noruega). En 2004 escribió su libro más conocido, La Peste Negra 1346-1353: La historia completa (actualizado el año pasado en una segunda edición). La tesis central de la obra la recuerda en un correo: “Existe evidencia histórica sustancial de que la peste negra estalló originalmente en la zona del bajo Volga, muy probablemente en el delta, donde hay un reservorio de peste activo con una gran acumulación de datos históricos y que todavía provoca casos de peste”. Es decir, para este historiador todo empezó en esta zona de Rusia, bañada por el mar Caspio, muy lejos del valle de Chu.

En el momento del brote de la peste negra, el patógeno de la peste estaba ampliamente distribuido entre los roedores en el área ocupada por el khanato de la Horda Dorada (uno de los estados sucesores del imperio mongol). Este, como recuerda Benedictow, “se extendía desde la frontera occidental de China hasta la frontera oriental de la actual Rumanía. Para el historiador noruego, que acepta que la estructura genética de la peste en la parte local del reservorio podría ser parecida a la de reservorio del bajo delta del Volga, los dos cementerios que centran esta nueva investigación no pudieron estar en el inicio de la pandemia: “Issyk-Kul está situado en un asentamiento bastante remoto dentro de una vasta área que contiene un reservorio de plagas de roedores salvajes. Dentro de tal área habrá continuamente episodios de casos de peste cuando las personas entrasen en contacto con roedores enfermos contrayendo la enfermedad. Este también debe haber sido el caso de la población en Issyk-Kul. Se desconoce si hubo algún contacto entre Issyk-Kul y el área del bajo Volga, pero lo dudo”.

Benedictow reconoce que la investigación con ADN antiguo puede ofrecer importantes contribuciones a la historia de las plagas. “Es valioso tener algunos conocimientos básicos sobre el origen y desarrollo del patógeno”. Pero también advierte contra los excesos con mucha elegancia. “Espero que las personas que lean este excelente artículo [por la investigación de Nature] también se den cuenta de que la historia genética de la peste en sí misma tiene un interés e importancia limitados”. Para él, “lo que hace que las epidemias de peste y peste negra sean importantes es su impacto en la sociedad histórica”. Y concluye: “Para volverse cruciales, la peste negra y las epidemias históricas de peste dependían de las acciones humanas y del nivel de eficiencia de propagación en la sociedad humana que engendrarían la cultura humana y la tecnología”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Criado
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.

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