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“Me he infravalorado demasiado tiempo”

Elena García Armada, la ingeniera autora del primer exoesqueleto infantil del mundo, cree que la autoestima es básica para que las chicas estudien carreras científicas y admite que cantar jazz le da “el subidón” que precisa.

Elena García Armada, ingeniera industrial. / Videomatón con García Armada.Vídeo: BERNARDO PÉREZ / ÁLVARO DE LA RÚA, PAULA CASADO
Luz Sánchez-Mellado

Su despacho en Marsi Bionics, la empresa que fundó para captar fondos y desarrollar el prototipo que creó en el CSIC, tiene su nombre, Elena, recortado en cartulina de colorines en la puerta. Es un regalo de uno de los niños con tetraplejia o atrofia muscular que han probado a Atlas 2030, el exoesqueleto biónico que les ayuda a ponerse en pie y fortalecer sus músculos como parte de su la rehabilitación que debieran practicar de por vida. Solo en España, 2.000 niños podrían beneficiarse de sus servicios. La demanda internacional puede ser ingente, admite, pero todavía, casi, están celebrando la autorización de la Agencia Española del Medicamento para poder comercializarlo en España y en la UE. Empecemos por el principio.

¿La llamaban cerebrito?

En absoluto. Nunca fui la primera la clase ni saqué matrículas. Soy muy normal, tengo una inteligencia lógico-matemática y creativa. De cerebrito, nada. Te diría incluso que durante muchísimo tiempo, quizá demasiado, me he infravalorado bastante.

¿Intelectualmente? Venga ya.

Sí. Me he criado en una familia de científicos excelentes. Mi madre es doctora en Física, y mi padre, catedrático de Electromagnetismo. Yo puedo desarrollar un concepto, llegar a la solución de un problema, pero no me preguntes una fecha, no tengo memoria. Soy la de en medio de tres hermanas y en casa estaba un poco en tierra de nadie. Eso te hace fuerte para superar dificultades y, a la vez, te va creando una coraza. A veces me preocupa poder hacerme de piedra. De niña era muy introvertida, y sigue sin gustarme demasiado hablar, la verdad.

Pero canta en un grupo cual diva del jazz. ¿Eso cómo se come?

Es tan maravillosa esa sensación de expresar lo que llevas dentro, la conexión con otros, la energía que recibes de vuelta. Ese disfrute, esa euforia. Salir a un escenario es el trago que paso por el placer tan enorme que se siente cuando todo eso empieza a fluir.

¿Eso también es ciencia?

Claro, las emociones son química. Siempre digo que todo es matemáticas, física y química. El cuerpo y el alma son física y química. Y las matemáticas son la base de todo. Están en la naturaleza, en el arte, en los móviles, en todo.

Explíqueme cómo una niña llamada Daniela cambió su vida.

Yo llevaba tiempo trabajando con robots caminantes para la industria en el CSIC. Un día nos llegó el caso de Daniela, una niña con tetraplejia. Sus padres habían venido de Córdoba a Madrid para estar cerca del hospital de tetrapléjicos de Toledo, alquilaron un piso a un industrial con el que trabajábamos y vinieron a vernos. Entonces, solo había exoesqueletos para adultos y nadie le daba ni opciones ni esperanzas. Ahí vi una necesidad, que nosotros teníamos el conocimiento y decidí hacer ciencia aplicada e intentar resolver un problema concreto.

Menuda carambola.

Total. No fue fácil. No todo el mundo estuvo de acuerdo, no era la línea en la que estábamos investigando. Pero tengo un defecto tremendo: soy muy altruista.

En investigación el riesgo existe y yo asumí la responsabilidad, pero tenía confianza, porque teníamos conocimiento

¿Es un defecto el altruismo?

A veces hay gente que se aprovecha. De niña le daba el dinero de Navidad a otro niño que lo necesitara más y vi la necesidad de esta niña. En investigación el riesgo existe y yo asumí la responsabilidad, pero tenía confianza, porque teníamos conocimiento.

¿Tanto cree en sí misma?

Creerse que uno mismo es capaz es importante. Pero yo no nací con ese convencimiento. No me consideraba especial, sino del montón, y sigo sin considerarme. La clave del éxito es la constancia y la tenacidad, y el talento, sí, pero sin lo otro no funciona. He ido creciendo en autoestima.

¿Hubo un momento clave?

Sí. En torno a los 40. Tuvo que ver con una etapa en la que tuve más vida social en el cole de mis hijas. Quizá, al haber vivido siempre en un entorno de ciencia, donde cualquier talento se consideraba normal, me hizo pensar que yo era muy normalita. En el cole, otras madres se asombraban de las cosas que yo hacía. Y empecé a pensar que quizá esto no es tan ordinario. Coincidió que todo empezó a despegar, y aquí estamos.

He llorado mucho con los niños, unas veces de emoción y otras de frustración

¿Cuánto ha llorado probando el exoesqueleto con niños?

Muchísimo, y sigo llorando. A veces de emoción y otras de frustración

¿Podrán andar solos algún día con él?

Ese es el sueño y el reto de futuro. Por ahora luchamos para que el acceso al exoesqueleto como instrumento de rehabilitación en centros clínicos sea cubierto por la sanidad pública, como los medicamentos. No es un lujo: da esperanza y calidad de vida.

¿Investigar en España es llorar?

Lamentablemente, muchas veces y mucho tiempo. Hay que tener mucha tolerancia a la frustración y mucha resiliencia. Levantarse tras cada golpe, es muy difícil investigar en España. No hay medios, no hay fondos y tampoco está suficientemente reconocido.

De niñas mis hijas me llamaban mala madre, ahora están orgullosas de mí

Tiene dos hijas adolescentes. ¿Quieren matar a la madre?

A veces sí, cuando eran pequeñas. De niñas me llamaban mala madre porque, claro, nunca estaba en el colegio como las demás mamás haciendo manualidades. Quiero creer que eso ha cambiado y ahora están orgullosas de su madre y se quieren parecer a ella.

¿Cuánto pesa esa culpa a la espalda?

Mucho. Muchísimo, y no se me ha pasado. Durará toda la vida.

Los alumnos de un instituto de Jerez le han puesto su nombre a su centro. ¿Marrón u orgullo?

Eso sí que es un subidón. No te puedes imaginar lo que es que chavales de 16 años, que están a otras cosas, te miren a ti, mujer y científica, como a una youtuber. También es una responsabilidad: quiero implicarme para que ese sea un centro de referencia del que salgan vocaciones científico-tecnológicas sin ninguna diferencia por cuestión de género.

¿Por qué sigue habiendo menos chicas en esas disciplinas?

Es un prejuicio, un problema social y cultural que viene desde la cuna, desde el rosa y el azul, la muñeca y el camión y todo eso.

¿Eso es tan causa-efecto como parece?

Sí, pero luego hay algo: yo me hago preguntas porque he tenido dos hijas, las he educado como me educaron a mí, sin ningún tipo de prejuicio de género, y he visto, en ellas y en otras chicas que, en un momento de la adolescencia, hay un bajón de autoestima que coincide con el punto en el que tienen que decidir sobre su carrera. Entonces, como la sociedad les viene diciendo que las carreras de ciencias son para listos y las de letras para tontos, se suelen autodescartar para la ciencia. Deberíamos, entre todos, buscar una respuesta para eso.

Mientras tanto, ¿qué hace usted al respecto?

Les transmito a chicas y chicos siempre lo mismo. Primero: no hay carrera de listos y de tontos, sino cualidades para dedicarte a una cosa u otra. Yo, en Derecho, las hubiera suspendido todas y no hubiera disfrutado, no estoy hecha para memorizar nada. Es una cuestión de cuáles son tus capacidades y tus gustos y donde los puedes desarrollar. Y también es una cuestión de cómo explicamos la ciencia. A las mujeres nos importa más el para qué que el por qué. No sé si es innato o cultural. Pero la ciencia soluciona problemas, y hay que explicarla así.

Imagine que pudiera diseñar un robot para reforzar su punto débil, ¿cuál sería?

Uno para el corazón. Me va a hacer falta. Si por algún sitio fallo es por ahí.

¿Ya empezamos con goteras?

No, esas todavía no, pero todo me toca la emoción.

¿A qué diva musical admira? ¿Es más de Beyoncé o de Lady Gaga?

Pues mira, podría decirte muchas, vivas, muertas y extranjeras. Pero Sole Giménez, de Presuntos Implicados, me fascina. Y la tenemos viva y bien cerca.

ANTIDIVA

La ingeniera industrial Elena García Armada (Madrid, 50 años), hija de una doctora en Física y un catedrático de Electromagnetismo, trabajaba investigando con robots industriales en el CSIC cuando conoció a una niña tetrapléjica y decidió "hacer ciencia aplicada y pasarse a la salud. Después de tres años de estudio para la realización de un prototipo, y de otros ocho en Marsi Bionics, la empresa que fundó para recabar fondos para desarrollarlo, acaba de recibir permiso para comercializar el primer exoesqueleto biónico infantil del mundo. De vez en cuando, canta donde la llaman como líder de su grupo de jazz, Owl. "Va menos gente que a las charlas de divulgación, pero en el escenario me crezco igual o más que en el estrado", confiesa.





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Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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